jueves, 16 de junio de 2011

A fuego


LA FUERZA DE UNA IMAGEN EN LA CALLE


Entrevista con el COLECTIVO LAPIZTOLA


                                                 Por Santiago Robles Bonfil
                                                 en colaboración con Karina Ruiz Ojeda


Desde 2006, el colectivo Lapiztola ha propagado un mensaje político y visual en las calles de Oaxaca. En esta entrevista hablan de su pensamiento político, pero sobre todo de lo que conciben como arte en la calle



Durante el movimiento social del 2006 en Oaxaca, hubo un estallido de algo que venía cocinándose desde hace tiempo: personas y colectivos tomaron las calles para manifestar su descontento social de manera gráfica. Uno de estos grupos fue el colectivo Lapiztola, que surgió a mediados de la década pasada, para intervenir la ciudad mediante técnicas como el esténcil y la serigrafía, con el fin de despertar la conciencia social y política.

Lapiztola ha expuesto en galerías de México y Estados Unidos, en el Museo Nacional de la Estampa, el Museo de Arte Popular, el Centro Cultural España, así como en la Bienal de la Habana y el Festival Entijuanarte. 

Actualmente lo conforman Roberto Vega, Rosario Martínez y, esporádicamente, Yankel Balderas. Platicamos con ellos para preguntarles sobre su trabajo, de dónde surge y qué hay detrás de él.

Santiago Robles: ¿Se plantearon desde un inicio ser un colectivo que derivaría eventualmente en una práctica artística? ¿Qué fue primero, la política o la imagen?

Lapiztola: En realidad nunca planeamos ser un colectivo y mucho menos artistas, se fue dando por consecuencias y casualidades. Política e imagen tuvieron el mismo nivel de surgimiento; sin hacer intervención con imágenes tal vez no nos hubiéramos involucrado tanto en un movimiento político.





SR: ¿Hasta dónde puede el arte urbano contribuir al cambio en una persona?

L: No sé si en general, pero en nuestro caso hizo que cambiara nuestra perspectiva y visión de hacia dónde queríamos ir, de qué era lo que la gente viera en nosotros, y de la fuerza de una imagen en la calle; además de que, como diseñadores, el arte urbano nos dio chance de aplicar varias cosas en la calle.


SR: ¿Qué hace a su trabajo único y personal? ¿Cuáles serían las diferencias, por ejemplo, entre Lapiztola y artistas como Shepard Fairey?

L: Pienso que todo ya está hecho y que es bastante difícil querer ser único. La diferencia es nuestra carga cultural. No podríamos compararnos con él, si checas en Internet, hay muchísimos que trabajan con técnicas muy similares.

SR: ¿Cuáles han sido los proyectos que hasta ahora más les han dejado algo como personas? ¿En qué momentos creen que ha habido un diálogo más cercano con la gente? 

L: Aunque suene muy trillado, en el 2006 cambiaron muchas cosas para nosotros, no estaríamos contestando estas preguntas si no hubiéramos participado en el movimiento. Fue el momento en que tuvimos más cercanía y un sentido de colectividad con la gente. Nos dio oportunidad de ver cómo se estaban moviendo varias cosas.




SR: ¿Están satisfechas las demandas del movimiento social del 2006 en Oaxaca o cuál es la razón de que ya no se vea tanta actividad de estencileros y artistas urbanos en la ciudad? ¿Qué ocurre?

L: El arte urbano en el movimiento social fue cuestión de fervor, de coraje y hasta de idealismo. El esténcil y el arte urbano en Oaxaca existían desde muchísimo antes, sólo que se les dio importancia hasta que se hicieron políticos y cierto sector empezó a validarlos como arte. Las demandas sociales, y que el esténcil exista o no ahora en Oaxaca no dependen de un sólo sector social, depende de muchas más cosas, (sociedad, coherencia, autosuficiencia).

Muchos de los colectivos han chambeado, han sido constantes, y desde entonces se han abierto más espacios para el arte público. A lo mejor hasta se ha abusado del tema del 2006, pero creemos que sí fue un parteaguas en Oaxaca, algo que hizo que se rompieran muchos esquemas. No podemos seguir desgastando el tema, sino retroalimentando esa protesta visual.

SR: ¿Cómo es el trato de la policía de Oaxaca si te sorprende estencileando? ¿Qué diferencia hay entre ella y la de la ciudad de México o de la de cualquier otro lugar donde hayan trabajado?

L: Alguna vez sufrimos acoso por nuestra chamba, con todo y permisos de espacio, pero sabíamos perfectamente que era por una cuestión política. En otros lados te agarran, les das algo y te dejan ir, pero en Oaxaca la violencia es primero, y a veces solo por el gusto de golpear.




SR: ¿Participan ustedes en movimientos de pandillas que pintan las calles? ¿Hay competencias territoriales o de algún tipo similar, o se mantienen al margen? 

L: En este caso nos mantenemos al margen. Nosotros tratamos, aunque a veces no es posible, de dar un mensaje visual, no hacemos competencia territorial. Respetamos y apreciamos ampliamente la cultura del graffiti, pero es muy diferente la competencia por un espacio.

SR: Su trabajo tiene matices contestatarios, críticos. ¿Qué pasa con este tipo de mensajes cuando el trabajo es llevado a una galería?  

L: El discurso para nosotros no cambia. Al menos en los lugares que hemos tenido oportunidad de exponer no nos han limitado, aunque el contexto cambia porque esa misma imagen en la calle puede tener más fuerza y es vista por mucha más gente; tanto quien quiere verla, como la que siempre está repelando porque las calles están rayadas. En la calle vas a recibir crítica de los estratos sociales. La galería es una plataforma en la cual nosotros no hemos tratado de cambiar el discurso, sino aprovechar el espacio. La galería es para cierto sector, y también puedes criticar a esa gente que la visita.


SR: ¿Siempre habrá algo de lo cual quejarse en nuestra sociedad? Es decir, ¿se puede caer en la comodidad de la crítica sin que el trabajo necesariamente derive en un mensaje significativo? Lo pregunto a partir, por ejemplo, del reciclaje eterno de imágenes o frases revolucionarias que, quizás, con base en su repetición, pierden significado.

L: No necesitas ser artista urbano para quejarte de la sociedad, y claro, muchas veces se critica y no se hace nada por cambiar. Es fácil aprovecharte de la necesidad de idealismo e idealistas, pero también el público llega a crear una conciencia  y un cansancio, aunque siempre se necesite en quién creer. Tal vez por eso caemos en la comodidad de creer en una revolución pasada, en vez de hacer tu propia revolución. Hay íconos que, por más que se quieran cambiar, resulta difícil no retomar, y es ahí donde hay que buscar formas de hacerlos contemporáneos.





www.lapiztola.blogspot.com


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