jueves, 15 de diciembre de 2011

Vigilia bit

TACHAR EL ORGANISMO.
NOTAS SOBRE EL TACHISMO LITERARIO DE FERNANDO MILLÁN.

César Cortés Vega


I. Tachar es más puro que lo puro (con paréntesis sobre Procusto y su lecho)


      El llamado anti-texto, practicado por el poeta español Fernando Millán, no es una negación radical. En el acto previo de lectura o comprensión de lo impreso, un frenético infante –por ejemplo– tacha las palabras de un modelo de escritura. En todo caso ahí se puede suponer que el ideal de legibilidad representado en un texto no es absoluto desde aquel deseo inconsciente de ese otro ahí, que cancela el orden de lo dicho con un plumón de negra tinta. El tachón es redimensión y a la vez escritura nueva. Selección que cuestiona lo ya validado, lo aparentemente integral y, por tanto, producto de una cultura basada en la negación del error, en el uso del estatuto como fetiche reverenciado. Por eso la artificialidad del acto de negación, a medio camino entre el silencio y la aparición de lo inesperado, es un modelo de reprensión simulada. Como taparse la boca con una cinta adhesiva y aparecer en la foto de un diario. La imagen no dice ahí que no se pueda hablar del todo, sino que ante la imposibilidad de hacer del discurso algo trascendente, vale más dejar de decir en acto para llamar la atención sobre un silenciamiento impuesto por las circunstancias. Ahí se dice desdiciendo, acto por medio del cual el habla se convierte en una acción de lo supuesto.

       En el breve texto “Una progresión negativa”[i] Fernando Millán[ii] (1944) –recreador del concepto y de varios textos de poesía tachada– escribe que “cualquier medio programable, en principio, es un signo sobre el cual puede descansar un significado poético”. El precepto que dicta que la poesía es pura metáfora escrita es una afirmación conservadora y positivista, pues la idea del formato textual inamovible sobre un soporte implica una serie de nociones viables según una historia que invisibiliza sus causas originales y hace que lo que podría muy bien ser concebido como flujo cultural en movimiento, perviva apenas como dogma. Frente al imaginario de aparente pureza formal, se reincorpora otro tipo de purificación fundadora: nunca la pureza en sí misma, y entonces, cambio constante, limpieza o contaminación como ciclo que reinventa, que no cede ante la tentación de delimitar una forma concluida. Un procedimiento en el cual, como el mismo Millán apunta, el ciclo de Utilidad-Literatura-Poder-Trascendencia se anula para sugerir uno nuevo, movimiento hacia la construcción de otras constantes, distintas de las anteriores.


: (Procusto era propietario de una siniestra posada en medio de las colinas de Ática en Grecia. Al ver al viajero solitario cruzar la zona, éste le ofrecía refugio. Dentro del recinto había un pequeño lecho en el cual el huésped era invitado a descansar. Cuando caía finalmente dormido, Procusto le ataba a las esquinas, para luego proceder a rebanar con una sierra los miembros que sobresalían con el fin de hacerlo caber en la reducida superficie. Su crueldad continuó así, hasta que Teseo le enfrentó empleando el mismo procedimiento, dejando para el final su cabeza.
Normalmente, el concepto “lecho de Procusto” se emplea para cuestionar los límites que estandarizan los sistemas y pretenden convertir la diferencia en similitud. Una conformación espacial reglada implica por supuesto un límite que defina la forma. Es posible, claro, que la idea de lindero implique “cuerpos rebanados” que además de necesarios, sean bellos. Habría, pues, buenos “Procustos” que instituyan conformaciones de utilidad posible, sin duda. La existencia es reconocimiento, a la vez que trascendencia de los contornos y las fronteras. Sin embargo, el estancamiento de la fórmula reduce la diversidad a las demarcaciones de una supuesta perfección que si bien responde a una cantidad de razones que la hicieron posible, son a la vez circunstanciales. Hay ahí una estatización conveniente de la forma, una presencia que impide su reconversión y relevo como parte de su propia negación. La intolerancia conserva un mito inmutable envilecido por repetición, estancamiento que compone los elementos en una forma que pervierte su sentido. Un noble procedimiento entonces puede ser muy bien el empleado por Teseo: una seducción que revire, que convierta en viajero al moralista, le invite a acurrucarse en su propia creación, para luego proceder por única vez a reincorporarlo a su negación instituyente para justamente lo contrario, quitarle sentido y razón de ser: descabezarle).


II.  Dialéctica negativa (con paréntesis sobre el cuerpo virtual como soporte)

La voluntad de negación como forma de conocimiento tiene una lógica contraria a la semilla positivista sembrada en el origen de la mayoría de nuestros productos culturales y todo su deseo de objetivación. Es un espectro que de cualquier manera deambula alrededor de lo validado. Porque, podría plantearse de esta manera: ¿negaríamos o no los escenarios que una conformación cultural nos propone hoy, y a los cuales estamos condenados a acostumbrarnos? ¿Qué decir, pues, de los medios masivos, de la política ficción, de nuestros fanatismos culturales más acendrados? ¿Qué de los orígenes de las construcciones hegemónicas que pasan por objetividad en la conformación de nuestros proyectos? Claro, no todo es desechable, pues qué haríamos desde la nada. Aunque, podemos imaginarlo; lo que un sistema propone, y que deriva en un flujo de información de salida –es decir, su mensaje– no es lo real, entendido como lo único posible. Se trata más bien de una disposición que está realizada por medio de técnicas particulares para erradicar su propio sobrante, lo que no le es útil, y así, radicalizar su forma ideal en un ejercicio de supuesta corrección. Esto permite que el objeto se funde como fetiche común. Y hasta la conformación más precaria tiene pautas mediante las cuales ejerce poder sobre su objeto.




       Theodor W. Adorno, al hablar del concepto de dialéctica negativa, criticaba el sistema creado por Hegel; un flujo cerrado que culminaba en la síntesis de una cantidad de fuerzas agrupadas en un fin conclusivo. Al plantear los problemas en términos negativos, rechazando las afirmaciones generadas en el transcurso de un método sintetizado, recomenzaba un juicio luego del ciclo de una reconciliación entre tesis y síntesis: el mundo es una contradicción constante y es necesario oponer de manera adicional una crítica del mismo, consecuente con la existencia de un cuerpo negativo irreductible. Adorno construye un modelo que pretende negar dialécticamente el idealismo:

Con los medios de una lógica deductiva, la dialéctica negativa rechaza el principio de unidad y la omnipotencia y superioridad del concepto. Su intención es, por el contrario, sustituirlos por la idea de lo que existiría fuera del embrujo de una tal unidad.[iii]

    Adorno planteó un método de salida que reflexionaba sobre la posibilidad de crear modelos resistentes a la tendencia de conceptos centralizados creados desde la operación dialéctica hegeliana, que supone al concepto como abarcador de la totalidad del mundo. Una suerte de comprensión acerca de cómo los residuos producidos por la construcción de la utopía delimitada, seguían ahí como constitución de un otro radical que negaba la misma negación contenida en la operación dialéctica.


            Y es que ¿hay algo que no sea a la vez el recuerdo de su residuo? ¿Incluso que no lleve a la vez en sí mismo los restos de su propia adecuación a un régimen de delimitación? No hay forma terminada que sea perfecta, como ya nos lo dice también la filosofía Wabi-sabi en el arte japonés y su sentido de la imperfección, impermanencia e incompletitud. Y en todo caso, esta belleza se puede definir también como un elogio de la fealdad. Lo que se concibe como incompleto se redefine como su contrario, se adapta y es irreductible a una síntesis, pues cuando el concepto llega, el objeto ya ha cambiado. Y esta mutación le diferencia del estándar asumido, presenta su distinción y hace uso de lo que no era para volver a ser.


Los anti-textos de Fernando Millán van en esta misma línea, al elegir desprenderse del contenido y prestar un espacio al flujo de interpretaciones. Se borra, sí; se cuenta de nuevo. Pero sobre todo se constata que con la mera intervención de un lector sensible, la preeminencia del autor da un vuelco para ser desbancado por quien no sólo ha puesto en juego su pasividad, sino que ha desafiado el sistema de intercambio que lo mantenía inmóvil:
           
(…) entre lo visual y lo semántico, es necesario intentar una nueva dimensión sea la superación de ambos. Un punto de partida puede ser la utilización de la visualidad de lo semántico tal como propone en cierto modo, la poesía concreta.

            Sus herramientas inmediatas entonces son las de la cancelación y a la vez las de la recontextualización de los restos de esa debacle; la visualidad como rescate de las ruinas, una aventura arqueológica en la decadencia orgánica de la página.

: (El caballero inexistente de Italo Calvino es común porque es a la vez paradójico: “Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Otros de Corbentraz y Sura”, nombre del personaje de la novela, es una armadura vacía. O, mejor dicho, es lo que está dentro de esa armadura: nada. Sin embargo, eso no quiere decir que se trate de una identidad construida, una falsedad o alguien irreal, pues éste sí ocupa un espacio en el cual participa. Se trata, sin embargo, del único personaje de la novela sin un destino, salvo su deseo de corporeidad, manifestada todo el tiempo. Es decir, existencia política reconocida, una identidad. Calvino construye a un personaje que se esfuerza por relatarse a sí mismo, por convertirse en un sujeto a la altura de la cimentación de los mitos humanos. Esta operación, por medio de su ausencia, señala las motivaciones vacuas de quienes sí poseen ese estatuto, representándolo aun sin desearlo. Mientras Agilulfo intenta delimitar su anhelo –ser alguien, construyéndolo a costa del destino– todos los demás no son lo que dicen ser. Calvino nunca nos explica la razón por la cual este cuerpo no está ahí, estando. Lo cierto es que a lo largo del relato Agilulfo es el único hombre digno de los ideales detrás de los actos. Actos que, por lo demás, están también vacíos.
En un sentido inverso que va de la presencia a la desaparición, seres como  Michael Jackson no conciben sus cuerpos como entidades impasibles. Jackson es quien ha llevado al límite de la espectacularidad delirante su propia desaparición, con un lujo de inconsciencia que no está mediada sino por la banalidad, lo cual lo hace claramente un producto de la vulgaridad en el simulacro de los estereotipos. Sin embargo, en este orden, Jackson encarna el cuerpo no satisfecho, como una especie de tachadura que se restablece en la anulación. Si no fuera él, si lo suyo pudiera encarnar tan sólo esta dificultad de acoplarse a un orden que le presiona hasta los límites de sí mismo y no otra cosa, podría representar el inicio de un orden en el cual el escape de la representación encuentre su norma. Los cuerpos afectados de las realidades contemporáneas se desdoblan así, en un flujo indeterminado entre autor y obra. Su organicidad es un texto que se reescribe constantemente, que muta de manera imposible de detener, pues han perdido el referente de su propia proporción y, en esa inestabilidad, se autoconstruyen. Es decir; se mantienen más allá, como línea de fuga, como ausencia silenciosa en medio del griterío que clama por su híper-identificación).

III. El tachismo literario (con un paréntesis sobre la invasión del fondo)


Fernando Millán trabajó junto a una generación de poetas españoles que vio en la poesía experimental la manera de asumir un compromiso que acomodaba ética con insumisión a los esquemas fijos, propios de las postvanguardias.

          Millán comenzó a leer hasta los nueve años. Esto marca su producción. Probablemente una tendencia a lo visual, un territorio intermedio que él define escritural, pero que tiene una relación intrínseca con las artes visuales; zona donde la poesía visual finca su tierra de nadie. Sin embargo, particularmente en el caso de Millán, su trabajo remite también a la reflexión sobre las sociedades pre-escriturales que conciben el orden del mundo de manera distinta. Para él tachar es “una forma de ejemplificar el mundo”, de prestarle una atención para evidenciar cosas que de otro modo pasarían desapercibidas. Una manera de recuperar el poder del sentido, su calidez, frente a un organismo frío que exige interpretación unívoca. Ya no se trata de una toma de posición evidente frente al lenguaje, su reestructuración, como en el caso de los Letristas franceses, practicantes también de la tachadura, sino de un proceso de decantación movido por la intriga acerca de las sobras producidas por un acto de intromisión. Se trata de una reapropiación, que no critica necesariamente la obra de tal manera que se ejerza ahí una censura particular. Es un proceso, una técnica de recuperación de datos en la cual la forma es invadida por el fondo, pues las palabras tachadas son apenas una referencia y hacen que el entero se desarticule. Desde la primera tachadura, el texto deja de ser lo que era y muestra al mismo tiempo su cara oculta. Millán es enfático al aclarar que lo suyo es sobre todo de intención literaria, pues su origen es la búsqueda de correlaciones nuevas entre las palabras o los signos sobrantes del proceso.

       Frente a su obra es posible plantearse los motivos de una derogación de la linealidad y, por tanto, de las palabras dichas. En uno de sus textos críticos nos dice:
                                                                                                               
La manipulación que de las cargas simbólicas hacen los poderes (políticos, económicos, religiosos, culturales, grupales, familiares, etc...) traduciéndolas en las diversas formas de la trascendencia, convierten a la escritura en el mecanismo que ha generado las formas más amenazantes de la alienación.

            Por un lado, en la tachadura producida por “la parte más débil” –es decir, por el lector-productor– hay una toma de conciencia desde la que se escribe una “historia en sus justos límites”, en la configuración de una igualación con quien escribe. Si bien, en contextos en los cuales la premisa positiva exige la alfabetización en nombre del progreso, el tachismo literario devuelve dignidad a una concepción pre-verbal de visualidad avanzada, capaz de concebir el espacio de manera distinta, y de criticar el acomodo territorial basado en la univalencia mediante el empleo de una significación autosuficiente que dispara el flujo de las interpretaciones.




(Viktor Von Weizsäcker, neurólogo y psiquiatra alemán, dice que “la subjetividad es la relación con el fondo”. Es decir, la relación de la forma con el fondo, el modo en el que aquella traza sus líneas de contacto con lo que existe fuera de ella. Weizsäcker elabora una teoría del sufrimiento a partir de este principio. Sostiene que el sufrimiento aparece cuando el fondo irrumpe en el territorio de la forma, cuando no es posible realizar una diferenciación que mantenga las cosas en su sitio. Cuando el todo irrumpe, la idea que se construye desde la integridad de la forma, se deforma. Ahí se funda el miedo conservador, en el entendido de que si lo que no es el “uno”, irrumpe, la unidad pierde su sentido. La enfermedad implicaría entonces la incorporación de otro externo que afecte al organismo y lo convierta así en su revés. Sin embargo, el momento de crisis es la condición de posibilidad para que todo recomience, pues en la ruptura, todo se mueve, todo puede volver a comenzar. Según Peter Pál Pelbart[iv], filósofo brasileño que cita a Weizsäcker en su trabajo, “la catástrofe no es el fruto de una degeneración, sino la condición de posibilidad para que algo se inaugure”. Cuando todos los esquemas se han agotado, frente a la repetición y la inversión de los referentes, sólo queda inventarse una posibilidad desde la reincorporación de los fragmentos que han sobrado de la catástrofe y las líneas de fuga que éstos sugieren).



Entrevista a Fernando Millán por SYNCROFILMS para la exposición "La crisis de El País", Parte 1.





[i] Millán, Fernando. Tachar o tener. Epílogo de "La depresión en España"  para descarriados, profesores alemanes, críticos no venales, historiadores  independientes (¿?),  y otros reflexivos introvertidos. Revista en línea Escaner Cultural, No. 49. Consultada el 12 de diciembre del 2011 en: http://www.escaner.cl/escaner49/millan.html.
[ii] Poeta español perteneciente al proyecto de poesía experimental Problemática-63 (junto a Julio Campal, en el periodo 1964-1968) y miembro fundador del grupo N.O.
[iii] Adorno, Th. W. Dialéctica negativa. Taurus ediciones. Madrid, 1994.
[iv] Pál Pelbart, Peter. Filosofía de la deserción. Nihilismo, locura y comunidad. Tinta limón ediciones. Buenos Aires, 2009.

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