viernes, 17 de junio de 2011

"La democracia y los partidos políticos" de Moisei Ostrogorski: la cuestión de la representatividad

                                                 Daniel Nudelman Speckman


En esta breve reseña se revisarán algunas ideas del estudioso de la política ruso Moisei Ostrogorski, que aportan elementos claves para la reflexión sobre el problema de la representatividad en los sistemas democráticos dominados por partidos, de enorme actualidad en México. Este texto constituirá también el primero de una serie de reflexiones sobre el tema que se publicarán en este espacio.


En 1912 aparece la conclusión a la edición del libro La democracia y los partidos políticos, de Moisei Ostrogorski (1854-1919). El texto comienza con el reconocimiento de que todo Estado está en manos de una clase –y con frecuencia, de una persona, pensando seguramente en la Rusia autocrática de la época–, incluso en las repúblicas donde existe el simulacro de la soberanía popular. De este modo, el Estado se vuelve contra el interés general. La forma de devolver la soberanía al pueblo ha sido el sufragio.

No obstante, el sistema electivo no se organiza a sí mismo, para preparar a la opinión y posibilitar el acuerdo surgen los partidos, y el Estado inmediatamente se interesa en ellos –en Estados Unidos actuando como regulador y manager, en Rusia, legalizando a los inofensivos y excluyendo a los perjudiciales. Ostrogorski opina, sin embargo, y esto tiene una importancia central, que si los partidos son –y deben ser– asociaciones libres y, si el Estado respeta los derechos de los ciudadanos, no debiera “interesarse” en ellos. 




En México vivimos una situación muy distinta: los partidos son considerados organizaciones de interés público. En ciertas instancias del Estado, especialmente el IFE, se permite determinar qué partidos pueden participar en las elecciones y tienen una intervención activa en sus asuntos internos. Siguiendo el razonamiento de Ostrogorski, esto es incompatible con una asociación verdaderamente libre, ciudadana y, por lo tanto, representativa.[i] 

Los partidos son organizaciones permanentes con objetivos fijos que no se adaptan a los cambios de opinión –como la fe religiosa– y con frecuencia no dan cuenta de la diversidad de posturas que existen en la sociedad en torno a diferentes temas (estableciendo, por ejemplo, falsos dualismos en los sistemas bipartidistas). Los intentos por superar este problema, extendiendo el sistema electivo a los partidos (como en las primaries estadounidenses) no ha servido, porque el ciudadano no puede abarcarlo todo y relaja su atención. El dato primero de cualquier democracia debiera ser una participación activa de la masa (que Ostrogorski denomina espíritu público), pero esta masa es pasiva y sólo interviene de forma episódica. La división social del trabajo impide que todos tengan tiempo para dedicar a la política y, en la democracia, la gente se confía de su propio poder y es egoísta. Los partidos abonan este proceso, porque con sólo darles un cheque en blanco, los ciudadanos hipócritamente creen haber participado. Así, los partidos adormecen el espíritu y, podríamos agregar, socavan la posibilidad de una verdadera representación.




Los partidos también reducen la posibilidad de influir en el poder del pueblo (denominada por el autor como capacidad de intimidación) volviéndola contra el propio pueblo, que pasa a obedecer al partido.
Las mayorías ejercen una presión moral sobre el individuo, amenazándolo y coaccionándolo, doblegando su voluntad. Los partidos refuerzan esta tendencia, porque institucionalizan el poder de la masa y le dan una dirección visible. Empleando otros términos, podríamos decir que los partidos se alienan y dejan de representar a sus votantes, para someterlos.

La opinión, entendida como el encuentro y la discusión entre ideas individuales, es el contrapeso al despotismo en las democracias. Al fijar la opinión, los partidos anulan la discusión, impiden la evolución de las ideas y el surgimiento de nuevos grupos políticos, ideal que se pierde cuando la democracia se formaliza y se le rinde un culto ritual y vacío, sin practicarla realmente. El formalismo político y los partidos, al excluir al individuo y la personalidad de la vida pública, reducen al hombre a cosa y dan origen a un gobierno mecánico, por lo tanto, no representativo, fenómeno bautizado por Ostrogorski como regularidad.


 Rogelio Naranjo


En adición a esto, los partidos encuadran a todos los sectores de la población para conquistar y explotar el poder, convirtiendo al medio –la organización– en fin, sacrificando cuanto hay de bueno en la democracia. Así, cabe la pregunta ¿significa esto que hay que renunciar a la organización de partidos políticos? Ostrogorski responde negativamente a esta pregunta. En sociedades cada vez más complejas es necesaria la cooperación, que precisa de la organización, que hace indispensables a los partidos. La solución a los problemas planteados se encuentra en eliminar en la práctica a los partidos rígidos y permanentes que agrupan a los ciudadanos en torno a colecciones de posturas en bloque (partidos omnibus, para todo) y dotarlos de un carácter temporal, formado especialmente para una reivindicación política determinada. Esto acabaría con los problemas de la regularidad, la corrupción y la tiranía de los ejércitos regulares organizados para la conquista del poder, despertando la conciencia de los ciudadanos al obligarlos a opinar sobre varios asuntos. La masa, dispersa así en más organizaciones, sería menos intimidante para el ciudadano individual y las opiniones se expresarían con mayor libertad. Los métodos de propaganda cambiarían, favoreciendo una verdadera educación política de las masas.




En el modelo propuesto, la unión (acuerdo de voluntades) sustituiría a la unidad (impuesta tiránicamente). La unión no se puede formar de una vez y para siempre, porque no existe una voluntad general eterna, sino que debe renovarse continuamente en nuevas combinaciones.

Ostrogorski refiere las reformas institucionales necesarias para que su modelo funcione: haría falta adoptar la representación proporcional; elecciones de dos vueltas; no intervención del Estado en la vida interna de los partidos; abolir el sistema de gabinete para introducir uno de responsabilidad individual de los ministros ante el parlamento, encabezado por un presidente del consejo reducido a mero administrador del gobierno[ii] y tal vez incorporar el referéndum como herramienta complementaria limitada a ciertos temas. 

El autor rechaza las críticas a su modelo, como que generaría confusión, división, irresponsabilidad e inestabilidad por la ausencia de una mayoría estable, alegando convincentemente que el parlamentarismo actual exhibe todos esos problemas, y que la libre asociación de voluntades e inteligencias no obstaculizada por el sectarismo fanático y las mezquindades de los partidos omnibus probablemente los remedie. Ostrogorski reconoce que para que el modelo pueda funcionar debe imponerse en “el alma del elector”: no puede decretarse. Es necesario que la libertad material (habeas corpus), ya conseguida por la democracia, se complemente con la de la voluntad, del alma (habeas animum) y genere sus propias instituciones y métodos afines. Pero este problema también es social, y no se resolverá hasta que se superen las divisiones clasistas de la sociedad y la desigualdad.[iii]

La crítica y las propuestas de Ostrogorski al problema de la representatividad en los partidos políticos sorprenden por su amplitud, su profundidad y su actualidad, sobre todo tomando en cuenta que fue un texto pionero sobre el tema, escrito hace casi cien años. Su modelo se nos presenta como una solución factible y bastante completa para el problema, pero requiere transformaciones profundas que parecen casi utópicas. Contrastarlo con la realidad mexicana es verdaderamente desalentador. Nuestro país parece la antítesis del modelo de Ostrogorski, y una expresión exacerbada de todos los defectos del formalismo que el autor percibió en su época: el Estado en manos de una minoría y vuelto contra el interés general, interviniendo en la vida interna de los partidos (cabe mencionar la última elección de la dirigencia del PRD y el caso de Clara Brugada); la misma ley obstaculiza seriamente la organización de nuevos partidos, favoreciendo a los rígidos y permanentes; partidos que responden muy poco a la opinión pública y sin el menor rastro democracia interna; una ciudadanía apática y pobremente informada; escasa influencia del pueblo en el poder (por ejemplo las movilizaciones tras la elección presidencial de 2006); gobernantes mediocres y charlatanes; nula discusión pública sobre asuntos de interés (cuando existe, como en el caso de la privatización de los recursos energéticos, carece de impacto); campañas mediáticas muy pobres, que no aportan a la educación política de las masas, y profundas desigualdades económicas entre el electorado.

No obstante, el autor es el primero en reconocer que aspirar a la realización absoluta de su modelo ideal es utópico, pero hay que avanzar en esa dirección. Su triunfo no es seguro ni inevitable, la crisis de la democracia se puede resolver también con su fracaso y destrucción. Pero, como concluye Ostrogorski:

…Aunque se demuestre que todos los esfuerzos realizados con este fin [la construcción de una verdadera democracia, basada en partidos realmente representativos]  están de antemano condenados al fracaso, aunque doblen las campanas por la democracia y todas las esperanzas que la humanidad ha depositado en ella, habría que actuar como si el triunfo final del gobierno democrático fuera una certeza matemática. La razón de esta conducta es sencilla: más vale morir luchando que vivir muriendo…[iv]


[i] Este problema se exacerba con el financiamiento público, fenómeno más reciente que Ostrogorski, en 1912, no presenció.
[ii] Ostrogorski se oponía a la división entre ejecutivo y legislativo.
[iii] A Ostrogorski le preocupaban la ignorancia del proletariado y el egoísmo de la buerguesía. Ver Moisei Ostrogorski, La democracia y los partidos políticos, Mínima Trotta,  Madrid, 2008, pp.137-138.
[iv] Ostrogorski, op.cit., p.142.
 

 

1 comentario:

  1. Pues bueno, esto es parte de una campaña contra los Partidos Políticos, escribimos reconociendo la crisis que padecen, que el principal problema es el predominio de las burocracias partidarias; por lo que, es necesario cambiar es la estructura de los partidos políticos para que las bases tengan más influencia en ellos.
    Y recuperar el papel de los PP como intermediarios entre la Sociedad y Estado. Pero el asunto no queda aquí, más peligrosa que la burocracia partidista, es que esta se somete a los designios de la alta burocraia gubernamental, que ni siquiera es elegida. Y es esta la responsable de las decisiones de poder, y quien ha orquestado la campaña contra los PPs.

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