jueves, 2 de febrero de 2012

La invención de Hugo Cabret. Lágrimas en tercera dimensión

Juan Pablo Cortés

París en los años 30. Hugo es un niño huérfano que deambula por los pasadizos y alcantarillas de una estación de trenes. Se dedica a dar mantenimiento a los relojes, así como recolectar piezas de juguetes descompuestos  para terminar de armar un autómata que le dejó su padre  antes de morir. Ese autómata tiene la cualidad de escribir, y Hugo cree que si logra echarlo a andar, aquél ser mecánico le revelará un mensaje de su padre.

Al tratar de robar un pequeño ratón mecánico de la juguetería cercana a la estación, se topa con la ira del viejo y amargado dueño, Monsieur Georges,  quien le quita la libreta con los planos del autómata asegurándole que la va a quemar. A partir de ahí Hugo intentará recuperar su libreta con la complicidad de Isabelle, la pequeña ahijada de Mr. Georges. Así, siguiendo el hilo de las cosas dan con una sorpresa: ese viejo juguetero fue alguna vez el más grande hechicero del cine, Georges Mèliés.

¿Quién más que el gran Martin Scorsese para rendirle uno de los más bellos tributos al padre del cine? Usando lo mejor de la tecnología actual, nos trae, intacto y 100 años después, el maravilloso filme El Viaje a la Luna, y con ello nos  devuelve la ilusión por el verdadero espectáculo cinematográfico.


Papá Georges como cariñosamente le dicen en la película es el más justo nombre para aquél mago que supo ver antes que nadie la posibilidad de viajar a otros mundos, de soñar a través del cinematógrafo. A 100 años de distancia es increíble descubrir que la magia no se ha desvanecido y no lo hará jamás mientras existan ojos que quieran mirar con un insaciable apetito de sorprenderse.


El cine, a partir de Mèliés y hasta Scorsese, ha sido el espectáculo de ver más que paisajes, más que historias, miradas… Desde ya, los ojos del pequeño Hugo se han quedado para la historia del cine como los ojos del alma gritando: “¡No quiero estar solo. Quiero formar parte de algo!”

Basada en el extraordinario libro ilustrado de Brian Selznick, Hugo Cabret, podría también llamarse “El pequeño relojero que repara almas”, y que además cree, con todo su corazón, que así como a las máquinas no les sobra una sola pieza, tampoco existe nadie en este mundo que sobre. Todos tenemos un propósito, una razón de ser, y él quiere encontrar el suyo, lo cual logra atreviéndose a reparar las almas de otros. Así es como me hace entender a mí, que he querido abandonar más de una vez el oficio del cine, que no puedo claudicar…    Y  no importa que tras 20 años de filmar, sólo cuente con algunas películas estrenadas y una gran cantidad de humillaciones, sueños rotos, amistades y amores perdidos. Yo, que he acabado haciendo Barefoot Cinema o Cine descalzo (como lo llama Herzog), viendo esta película con los ojos inundados  de llanto vuelvo a creer que vale la pena intentarlo, una vez más.


Al lado mío, en una sala casi vacía, está mi padre, y parece que tras sus gafas de tercera dimensión, también llora. Ante esa comunión, que rara vez se ha dado en nuestras vidas, no me queda más que decir:

Gracias Hugo Cabret.
Gracias Martin Scorsese.
Gracias, gracias Papá Georges.


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