César Cortés Vega
I.- El fin de los géneros, así rapidito.- Al escuchar la idea ambigua: todos contra todos, se me enchinan los vellitos. Y es que eso puede
referirse a dos cosas muy distintas. A que, literalmente, cada uno esté en
contra de cada cual, o también a que todos se metan con cada quien. En las dos condiciones, la orgía se cumple;
una de sangre y la otra de sicalipsis. Por eso quizá me guste el concepto de hibridación
en las artes, pues se trata de un descentramiento muy acorde con lo que Derrida
sostenía acerca del carácter contradictorio de un eje rector que define y que a
la vez escapa de sus propias definiciones. Ser el que participa, y a la vez el
que niega los postulados de esa participación es algo así como ser dos cosas a
la vez, como madrearse a alguien mientras te lo tiras. Para dar otro ejemplo,
ser un poeta, ya no deviene necesariamente en una condición privilegiada que se
refiera a quien utiliza la poesía como medio para diferenciarse de los otros.
Ahora es posible –desde una mirada abierta, claro– hacer poesía y a la vez pitorrearse
de ella. O también ver poesía en donde supuestamente no la hay.

Para ello habrá que admitir que los momentos más memorables en la vida
de cualquiera de nosotros están hechos de una cantidad de elementos tan grande,
que sería imposible determinar con exactitud cuáles de todos ellos han sido los
más importantes para no haber olvidado ciertos traseros, estribillos lamentables
o ideas obtusas. Por eso creo que, más allá de estas nociones de tóxico
conservadurismo acerca de lo que algo debe
ser –como la poesía– existe la fuerza de una necesidad que acomoda nuestras
identidades pre-sicóticas frente a la mesa de operaciones del progreso
contemporáneo, y nos brinda palas y cuchillitos de plástico, escalpelos y
tenedores, espadas samurái y alfileres, para luego colocarnos de frente a lo
que, desde mi muy obsequioso punto de vista, es el cuerpo putrefacto de la cultura
occidental. ¿Qué más hacer con él, sino seguirlo desmadrando? Ningún humanista
con más de dos dedos de frente va a negarme que lo que él mismo hace sigue
siendo pura destrucción propositiva (para más datos ilustrativos ver la
película de Lars von Trier; Dogville).
Antes de que la conciencia de una nación florezca y seamos capaces de elevar
nuestra inteligencia pineal a estados superiores de conciencia para que una
cultura nueva surja y dejemos de agredirnos unos a otros basados en trascendentes
tonterías, habría que mandar a freír espárragos a los retrógradas disfrazados
con la túnica de los medios, el mercado, la familia, las ideas estéticas fijas
y demás esperpentos. Cosa de la que, lastimosamente, estamos todavía muy lejos.
Y entretanto, mero entretenimiento activo como política de distanciamiento, del
cual yo no reniego: así como el niño debe hacerle decir a sus monos de plástico
estupideces con el fin de ser lo suficientemente creativo para cuando deba
enfrentarse a las de adultos de carne y hueso, nosotros ensayamos mediante el
usufructo de la cultura y un sinfín de estrategias relacionadas con el campo
del arte, el privilegio de echar a perder criticando al mismo tiempo. Bello
privilegio, pues ¿no es este ensayo y error lo que finalmente llega en muchos
casos a determinarse como belleza? O,
lo preguntaré de otra manera: ¿aquel moco en el cartel de los Sex Pistols que
salía de la fosa nasal de Steve Jones, o las aventuras performáticas de Bob
Flanagan o de GG Allin no son también "arte"? No tiene por qué
gustarle a nadie, pero el que lo niegue no sabe nada.

II.- La condición es ser poeta.- Y esto lo digo en pleno regocijo, en medio de una plétora
de imágenes que me hacen carcajearme de nuevo, pues apenas hace muy poco
presencié una joya caricaturesca que me regaló inspiración, razón por la cual
decidí describir esta estampa: una guerra de pasteles de poetas en la clausura
de un festival. Quiero entonces usar este concepto de “poesía expandida” hoy
muy en uso; hacer que la "realidad" construida en mi memoria,
presente sus posibilidades maleables de manera que se cuadre a un deseo
colectivo: aquel zafarrancho de ebrios de golpe terso y razones de Perogrullo
provocadas por el alcohol, se adecua muy bien a un ensueño: la hipérbole de los
nuevos poetas. De algo sirve entonces el preámbulo anterior: si lo miramos con
otros ojos, ¿una riña así no es sino un gran poema colectivo que determina la
condición del campo? Algo que excede sus propios límites. Y es que dudo mucho
que todos los versos publicados (o no); o en todo caso gritados, cantados,
eslameados, vomitados (o incluso callados) de cada uno de los asistentes a esa
trifulca, superen lo que vi: los poetas siendo la escritura de un engarzado de
actos, como las cuentas raramente acopladas en un collar. Porque, ¿qué será de
sus palabras después de todo? Me refiero, en efecto, a después de todo. Quiero decir; qué será de todos esos poemas sin
rumbo que aspiran a acomodar algo de lo que perciben del mundo junto a un
malherido Ego. Vamos que, incluso, si muchos poetas de fingida condición
maldita partearan de verdad o portaran armas, alguien habría salido muerto o
muy mal herido. Pero no –afortunadamente, porque muchos de ellos son mis
amigos, y yo de verdad lo hubiera lamentado– pues apenas alcanzaba para una plataforma
estética de berrinches y bailoteos. Pero, eso sí, nada mal para un poema-acción
que devele lo real como lo ominoso regresando en cuerpo de ridiculez fantasmal.
Para mí eso sería otro tipo de escritura, que se devela a sí misma por
inconsciencia de la inocencia. Y no digo acá que alabe o repruebe nada. Lo que
intento señalar, parangonando al Feste de Hamlet, es que lo que es, es. Y ¿qué es eso que vi?
No
quiero excederme en descripciones, pues eso le quitaría contundencia a la
reflexión, a la vez que me obligaría a identificar cabalmente a personajes que
imagino desearían no figurar en el relato de este desastre irrisorio. Para
describir lo que vi, basta realizar un somero recuento. Acababa un festival que
congregaba a algunas de las voces más prometedoras de la poesía, con algunas de
las voces de futuro más incierto. Todo festival inclusivo tiene una naturaleza
ambivalente: a la vez que da lugar, quita prestigio. Pero ¿qué más da si uno
comparte con amigos, si en realidad todo lo que se diga y haga ahí tiene menos
que ver con el ejercicio inspirado, y más con la contundencia del sinsentido
del presente y sus políticas de representación? Hay que estar enamorado de la
vida para no angustiarse presagiándola, para desfundar su presencia, poco
certera y de singularidad insaciable. A veces vale la pena ser menos político, con el fin de ser capaz de
capturar ciertas cosas a través de los meros sentidos. Y si algo puedo
reconocerle a muchos poetas –buenos y malos, o ni buenos ni malos, porque
entonces de nuevo entraríamos a las tonterías de su negociación, a la necedad
de una crítica que, sin observar las contingencias de un discurso que se ciñe a
los movimientos no calculados de la historia, clasifique de manera conservadora
una funcionalidad más compleja que la del mero gusto y/o funcionalidad– si algo
les reconozco, digo, es que tienen esa capacidad para foreverear campechanamente. Y a mí me encanta foreverear, pues mi condición de poeta la asumo desde el juego y le
doy una importancia relativa…

III.- Un preámbulo que de nada sirvió para
presentir lo que pasaría después.-
Terminaba el festival, pues, y el día último estábamos en la celebración de
clausura en un lugar con balcones que daban a la calle y música, tomando vino malo
y cerveza peor, pero quizá justo por eso también, en una especie de hermandad
que repetía sus rituales como illo
tempore –tiempo mítico, tiempo cíclico– como si re-fundáramos ahí todos los
cocteles de inauguración y clausura del universo… y presentaciones, y fiestas de
atascón e hipnotismo colectivo acumuladas como eras geológicas que se
superponen, y en las cuales los participantes de uno o varios campos se juntan
para darse cuenta de que lo único que los congrega es la causalidad y una
cierta manera de adecuar el discurso a un objetivo egocéntrico. El amrotz también, diría mi abuelita,
fallecida en medio del delirio (ella sí sabía lo que era el delirio, q.e.p.d).
Minutos
antes de toda la reyerta había conocido en persona a un poeta mentiroso que
hace unos años había inventado una teoría de complot en la que nos había
involucrado a mí y a otros escritores en una complicada trama de dimes y
diretes que había derivado en una larga serie de insultos en la red. Luego del
enojo que le había provocado el que su estrategia –o algo así como una estrategia–
no resultara como la había planeado, publicó una última cosa que yo ya no
respondí en la red, quizá porque ese chorizo interminable que son los grupos de
internet ha producido tal cantidad de roña discursiva, que yo ya no quise
alimentar más un mitote que estaba muerto de origen. Sin embargo, esa había
sido mi oportunidad: lo tenía ahí cara a cara y me había sacado la espina
diciéndole que su lectura de Gramsci era mediocre y que si iba a hacer
acusaciones, se pusiera a revisar con detenimiento su información y bla, bla. Y
su respuesta había sido tan amable, que hasta el humanismo burgués me regresó a
las mejillas y entonces debo de haber brindado con él, quizá, alabando el
encuentro y lo intelectualmente orgánicos que éramos todos, pues cómo no, emborrachándonos
ahí en un salón de eventos privado y a nombre del Estado, recibiendo diplomas
con firmas de funcionarios, no me iba a decir, a costa de todo el análisis bourdieano,
que él sí luchaba por la verdadera verdad verdadera, pues entonces quizá no habría
estado ahí sino en la Sierra zoque, o en algún lugar en el intento por
desprenderse de tanto idealismo cultural-burocrático… Quedamos en que haríamos unos
encuentros de discusión para seguir conversando, mientras él muy formalmente
repetía: me equivoqué, me equivoqué, me
equivoqué… perdóname… Nos despedimos formalmente, sin rencor de mi parte y
todo continuó tan tranquilo. Yo, claro, pensando que algunos poetas son unos doble-cara, y que también, a fin de
cuentas, eso era la poesía…

IV.- El centro del desastre estaba
ausente.- Y poco después, dos poetas amigos
míos comenzaron una pelea tan ridícula, que mientras intentabas separarlos, era
inevitable que no te rieras a la vez... Aquí sé que es donde debería callar,
muy a pesar de tener claro que un texto mucho más divertido podría dibujarse con
descripciones precisas. Diré algo más, de cualquier modo. Sin más detalles, imaginemos
la oficiosidad de los participantes de todo un evento, concentrados en defender
a su poeta preferido, intentando separarlos, rompiendo cosas, arrancando
lámparas de la pared, arrojando botellas al aire, pateándole las nalgas al que
se dejara, gritando frases de histérica épica revolucionaria mientras daban
saltitos sobre el cuerpo de uno de los caídos. Otro de ellos, de los más dañados
y con quien extrañamente había inhalado yo rapé en el baño unos minutos antes
como si se tratara de alguna droga prohibida (deveritas, lo juro por quien
quieran), se subió a una mesa y se arrojó con los brazos abiertos a la masa de
gente, como un luchador, haciendo que la pluma que tenía en la oreja como arete
se agitara con el movimiento del ala de un ave. Ese mismo poeta airado,
segundos después estaba siendo estrangulado por uno de los que habían comenzado
la escaramuza –y a quien en un inicio todos pateaban, o hacían como que
pateaban en pleno gandallismo– como si tomara del cuello a un pollo desplumado
con sus manazas. En medio de los aullidos alguien rompió una botella contra la
pared y, en lugar de usar los restos como arma, comenzó a sacar el yeso del
muro hasta que logró un agujero considerable. En medio de todo el desastre, a
algún inteligente se le ocurrió apagar las luces del lugar. Imaginarán lo que
ocurrió. Comenzaron a volar cosas por los aires y los aullidos se hicieron más
intensos. Alguien más se desmayó, mientras se colaron luces azules y rojas por
las ventanas. Era la policía, que había llegado a apostarse en la puerta para
hacerse los tontos, mientras una desbandada de asustados rebecones vaciaba el
lugar.
Según los chismes del día siguiente, todo había comenzado gracias a
que uno de ellos le había dicho al otro quienes eran sus poetas preferidos. Hay
más datos, pero con este me basta. ¡Quiénes eran sus poetas preferidos! Yo creo
que uno puede hablar de sus “poetas preferidos” con una leve sonrisilla de
sorna en la boca, pero tomárselo más en serio ya suena bastante bruto. Es, luego
de la pérdida de la inocencia, ponerse una máscara de ingenuidad. Está bien:
todos tenemos nuestros gustos, pero hoy decirlo o tomarse una cosa así con ese
denuedo indica que se vive aún metido en un binarismo tan básico, que da
vergüenza ajena. Pero, necesitaría poner un mejor ejemplo para darme a
entender: hoy mismo he leído una noticia en la que se documenta que en una
provincia china encontraron los cadáveres de cinco niños en el interior de un
camión de basura. Al parecer éstos
habían intentado refugiarse del frío y habían fallecido ahí asfixiados. Claro,
uno puede hacer una diatriba poética de semejante cosa, y tentar de la mejor
manera posible el corazón del lector con frases henchidas de dolor y de odio
acerca de lo que ahí pasó. Incluso hacer un poema matemático o una oda
elegiática de resurrección. Sin embargo aquello está tan lejos de la
contundencia del presente, que es tan sólo un ejercicio de frases para
representar la vida. Nada, pues, en contra de la poesía, porque aprecio en
definitiva la conmoción que es capaz de provocar. Sin embargo, el nombre del
poeta ahí me tiene sin cuidado, pues sus palabras no son sino otra
fantasmagoría más en la interrupción de una percepción de otro tipo. Y ya
sabemos lo que dice Barthes al respecto en su famoso texto “La muerte del
autor”, cosa que me parece del todo pertinente:
(…) el texto es
un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura. (…) el escritor
se limita a imitar un gesto siempre anterior, nunca original; el único poder
que tiene es el de mezclar las escrituras, llevar la contraria a unas con
otras, de manera que nunca se pueda uno apoyar en una de ellas; aunque quiera
expresarse, al menos debería saber que la «cosa» interior que tiene la
intención de «traducir» no es en sí misma más que un diccionario ya
compuesto, en el que las palabras no pueden explicarse sino a través de otras
palabras, y así indefinidamente (…)

La poesía,
o cualquier otra disciplina, no escapan de semejante cosa. Por mucho que las
palabras sean reveladas por algún ente metido en una realidad alterna que nos
susurre las palabras al oído, estas han evolucionado como mutaciones de
conglomerados sociales. La poesía estará en todo caso en medio de esas palabras
que ha pronunciado el poeta, o atravesada por ellas, pero nunca en sí mismas. Y
si son capaces de fabricar realidad, esta es de carácter psicosocial. Así pues,
si la manzana de la discordia es “el nombre del autor”, el gusano que se la come por dentro es la
necedad vestida de rancio precepto. Dicho de otro modo, los esteticismos
valeryanos están ahora fuera de lugar, y sostenerlos todavía equivaldría a
pasar por alto toda la crítica posmoderna. Pero, como decía, lo que una cosa
así provoca como una bronca de simiescas proporciones, ya nos demuestra lo
barroca que puede ser la realidad en nuestra América. Es decir, de nuevo, que lo que es, es: antes de que determinemos
cómo debe ser el suceso, observémoslo cuando ocurre y como ocurre, principio
básico de aquella arqueología planteada por Foucault en la que las relaciones
se dan desde la observación inmediata del discurso, muy aparte de una
normatividad lineal. Nada hay qué descifrar como momento de manifestación
metafísica. Una serie de poetas fingiendo una pelea real, son la señal, el
discurso, la poesía en sí. Y podríamos revisarla desde varios puntos de vista.
Uno de ellos puede ser la necedad que acontece en tiempo de decadencia cultural
y que echa a perder el esfuerzo de los que se sobaron el lomo levantando el
festival y generando recursos para hacerlo posible. Otra: un poema de acción
visual para la representación de nuestras comunidades fragmentadas. “Poesía
expandida” involuntaria que evidencia el tipo de argumentos y el espontaneísmo
de tintes románticos, que consiguen posicionamientos que alcanzan apenas para
realizar acomodos sectarios.
V.- Epílogo.- Días después, en la reunión
cumpleañera de un amigo editor me encontré por casualidad con dos asistentes al
evento. Me platicaron una versión actualizada. Alguien había tirado sin querer ceniza
a los pies del amigo de uno de los poetas que comenzaron el combate. Entonces
éste, contrariado por aquella imperdonable falta de respeto, había reclamado. El
otro poeta, amigo de quien había tirado la ceniza salió en su defensa. Luego
ambos continuaron el duelo lanzando una lista de saetas acerca de los poetas
que les parecían mejores. Se mencionaron nombres peligrosos, nombres que siempre
existen para descuadrar las estrategias. Después el berrinche. Al momento de la
huída, se había escuchado una voz que gritaba: ¡Esto es la poesía! Cuando me lo platicaron, yo pensé de inmediato:
¡Ya lo creo!