Ainoha Vázquez
Un lunes 5 de septiembre de
1988, exactamente un cuarto para las once de la noche se abrió por primera vez,
durante el régimen militar, un espacio televisivo para la disidencia política.
El contexto: la campaña publicitaria en contra del gobierno de Augusto Pinochet
que buscaba el triunfo del “No” en el próximo plebiscito. Más del 70% de los televisores
chilenos estaban encendidos para ver y analizar las campañas “Chile la alegría
ya viene” y “Chile un país ganador”, representantes del “No” y el “Sí”,
respectivamente.
Genaro
Arriagada, coordinador del comando por el “No”, designó como responsable de la
franja publicitaria a Juan Gabriel Valdés (PPD) y a Patricio Silva (DC),
quienes con escaso presupuesto debían competir con la campaña oficialista.
Valdés, por ese entonces, contaba a la revista política de la disidencia,
“Apsi” que: “el objetivo del programa opositor es mostrarle a la gente un país
que no ha visto en estos años. Un país optimista, que mira hacia el futuro y
que no está fijado en 1973. De ahí la idea de que la alegría es posible en
Chile […] No hemos querido hacer un programa político. Los partidos políticos
cedieron su espacio a Chile, para que el país exprese toda su creatividad y
todo lo que ha pasado durante estos años”.
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Juan Gabriel Valdés |
La campaña
gubernamental, en cambio, estuvo a cargo de la Secretaría General de Gobierno y
su responsable directo fue Darío Migueles, asesor del director de Dinacos. Éste,
al menos en una primera instancia, mantuvo los elementos de propaganda
utilizados a lo largo del período militar y se preocupó, principalmente, de la
difusión de las obras realizadas por el gobierno. Aunque pronto decidió cambiar
la estrategia por una campaña del terror cuyo objetivo era hacerle recordar a
la gente lo mal que se encontraba Chile antes del golpe militar y las terribles
consecuencias que sobrevendrían al país si llegaba a resultar ganadora la
oposición: hambre, muerte, caos, fueron las consignas.
Dicen que
los primeros recuerdos que uno tiene en la infancia empiezan entre los tres y
cuatro años. Justo la edad que yo tenía para el plebiscito del 88 y justamente
son esas las primeras imágenes que retengo de mi niñez. Mi primer recuerdo: mi
mamá me estaba vistiendo para ir al colegio. Todas las mañanas el canal
nacional comenzaba su transmisión tocando el Himno Nacional, el que
probablemente me había aprendido hacía muy pocos meses. Entonces, pensé que yo
no quería que ganara el “No” porque iban a cambiar el Himno y yo iba a tener
que hacer el esfuerzo de aprenderme otra canción. Se lo comenté a mi mamá que
me miró muy seria (el primer recuerdo que tengo de mi mamá mirándome fijamente
y sin ningún gesto en su rostro). “El Himno no va a cambiar si gana el “No”. Si
gana el “No” vamos a vivir en un país libre, vamos a recobrar la posibilidad de
decidir nosotros mismos a quién queremos para que dirija el país. Si gana el
“No”, las calles volverán a ser nuestras”. No sé si hayan sido esas palabras
exactas las que me dijo en ese momento pero al menos recuerdo que la idea era
esa. Sí resuenan aún en mis oídos infantiles los conceptos de libertad y
decisión, que conociendo a mi mamá, seguramente utilizó ese día. Sospecho
también haberme quedado conforme con esa explicación porque mis recuerdos
siguientes son arrastrando por toda la casa una banderita de la “Alegría ya
viene” y mostrándosela a todos los compañeros que salían y entraban allí.
Con la campaña
publicitaria gubernamental aprendí lo que era el miedo. Tengo en mi mente
nítida la imagen de una niña sentada jugando con una muñeca en el momento en
que un tren va a atropellarla. Tengo en mi cabeza nítida la imagen de un hombre
encapuchado cabalgando sobre un caballo negro y con una bandera negra. Pero
sobre todo la música. Terrorífica. Que poco a poco se va diluyendo en ruido. La
amenaza del país en ruinas, el humo, las bombas; la amenaza de ser atacados por
esos personajes sin cara que se llamaban los comunistas y que mataban a los
niños. Tal vez mi cabeza mezcle momentos pero también recuerdo que cada vez que
daban la franja política del “Sí” yo escuchaba, como música de fondo, los
helicópteros sobrevolando Santiago, algunos disparos, los pasos de la gente
corriendo, algunos gritos. Aún me cuesta ver la campaña publicitaria del “Sí”,
incluso sabiendo que es un documento histórico, porque siempre,
irremediablemente, vuelvo sentir el miedo que tenía a mis cortos 4 años.
No, la cuarta
película del director chileno Pablo Larraín, muestra ese clima en los días
previos al plebiscito y la lucha de ambas campañas publicitarias hasta el
triunfo del comando opositor. En ella, Gael García es un publicista de padres
exiliados en México que llega al país buscando trabajo. Alfredo Castro - su
amigo y colega en la creación de la campaña televisiva de la telenovela “Bellas
y audaces”- termina siendo su contrincante en la franja política del “Sí”.
Desde el principio queda claro que Gael García no está interesado realmente en
dar esta lucha. No sé si alguien desde el principio del film cree que se puede
siquiera dar esa lucha. Su misma ex pareja, militante, declara la inutilidad de
hacerlo. Tal como pasó en la realidad, muchos creyeron que el llamado a
plebiscito no era más que una trampa puesta por el gobierno para determinar
quiénes eran los opositores al régimen y así terminar asesinándolos. Aquí
nuevamente mis recuerdos se entremezclan y escucho a mi mamá discutir con mi
tía comunista porque ella se declaraba en contra de ir a votar, “de ser parte
de esta farsa”.
El resultado,
afortunadamente, fue distinto. Afortunadamente, por decir algo. Afortunadamente
porque no fueron asesinados ni los que se comprometieron a fondo con la campaña
ni los que creyeron en la democracia y fueron a votar ese 5 de octubre. Afortunadamente
porque la cara visible de la represión, Augusto Pinochet y su séquito, fueron supuestamente
derrotados. Pero insisto en el punto: afortunadamente por decir algo. El gran
acierto, a mi parecer, de esta película es ese, poner el afortunadamente entre
comillas, cuestionarlo, mostrar su fragilidad, su artificio. El artificio de
una campaña política que ganó gracias a la publicidad y no necesariamente por
los sueños y utopías de quienes la llevaron a cabo.
Y es que
siendo sinceros nada ha cambiado tanto desde ese día. Los mismos personajes
siniestros que aparecen en la película que reproduce la franja política del
“Sí” en ese período, son quienes luego de un tiempo prudente han vuelto a
gobernar Chile. Y sinceramente ¿a quién queremos engañar? La alegría nunca
llegó. Gran parte de los militares que torturaron y asesinaron a los opositores
están libres, mientras sus jefes no sólo están libres sino que ahora ocupan
grandes puestos de poder gracias a las alianzas que han hecho con la izquierda
simulada: Alfredo Castro y Gael García trabajando juntos para una telenovela,
lo mismo que Ricardo Lagos y Sebastián Piñera veraneando juntos. ¿Esa era la
alegría que esperábamos? ¿Qué alegría era la que se esperaba si aun habiendo
ganado la democracia se sigue torturando a jóvenes y niños que simplemente
buscan expresar su descontento, tal como ocurrió y sigue ocurriendo en cada
marcha estudiantil?
Las marchas
estudiantiles que se dieron el año pasado no hacen más que reforzar esta
postura. La alegría no ha llegado, la alegría no va a llegar; tal como hace 24
años seguimos siendo derrotados bajo la apariencia de que somos los
triunfadores. Nos siguen haciendo creer que las cosas van a ser distintas
cuando todo sigue exactamente igual. Fuerza invertida en vano. Escolares que
perdieron el año académico por un sueño justo y necesario, profesores que
fueron expulsados de sus trabajos por apoyar la causa. Esa alegría de los
estudiantes y profesores que inundaron las calles con sus reclamos, que
creyeron que algo podían hacer para cambiar este sistema heredado de la
dictadura y que una y otra vez chocaron contra una pared que parece invencible.
¿Qué alegría fue la que llegó? ¿Qué alegría es la que tenemos que celebrar?
En medio de
la fiesta de la democracia del final de la película, Gael García está triste.
El público queda triste sin saber por qué siente ese dolor en medio de los
colores y la felicidad de la gente que marcha. Yo misma quedé irremediablemente
triste después de ver esa escena. La misma tristeza que siento al ver que este
año las marchas disminuyeron, que este año los asistentes se fueron reduciendo
de a poco hasta quedar en unas cien personas, la misma tristeza al ver que los
estudiantes que perdieron el año no consiguieron absolutamente nada, sólo
pérdida, una vez más pérdida. Sí, tanto en la vida real como en la película
ganó la publicidad, ganó la llamada “Concertación”, los poderosos que se dicen
de izquierda. Tanto en la película como en la vida real los que perdimos
nuevamente fuimos nosotros. Mi mamá me mintió y no recuperamos las calles ni
esa libertad porque el sistema dictatorial sigue presente. La alegría prometida
no es más que el recuerdo de la banderita arrastrada por toda la casa, la
alegría prometida no es más que una calcomanía bonita que aún conservo en la
pared de mi cuarto.
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