domingo, 2 de octubre de 2011

Morir de amor: femicidio íntimo en Chile

Ainhoa Vásquez Mejías


Este 18 de septiembre, día en que Chile conmemora la Primera Junta Nacional de Gobierno, se encontró el cuerpo sin vida de la niña de 17 años Camille Elena Sánchez Palma. En medio del festejo de fiestas patrias y el tumulto que se reúne para asistir a las fondas y ramadas, bailar cueca y tomar chicha, Camille era asesinada por su ex pareja Esteban Salas Sánchez en la localidad de Colima. Ella no acostumbraba a salir a fiestas, dicen sus amigas más cercanas, prefería quedarse cuidando a su hijo de 3 años. Esa noche, sin embargo, la madre insistió en que saliera a divertirse mientras ella se quedaba con el menor. Camille se maquilló y se vistió con su mejor vestido. Unas horas más tarde, Esteban Salas la sacaba de la fiesta para hablar con ella. Poco tiempo después, algunas personas que se encontraban en la celebración, daban aviso a la policía sobre el hallazgo de un cuerpo femenino entre unos matorrales a un costado de las fondas. Los familiares y amigos de la niña cuentan a los medios que desde hace mucho Esteban Salas la acosaba, y que incluso protagonizó episodios de violencia contra ella en más de una oportunidad. Camille nunca lo denunció. Creía que en algún momento esta situación cambiaría. Hasta hoy el asesino se encuentra prófugo, nadie ha logrado dar con el paradero del último femicida registrado en Chile en lo que va de 2011.

Camille Sánchez es la víctima número veinte de este año. Los diecinueve anteriores no dejan de ser igualmente macabros. Carolina Contreras Cordero de 23 años y madre de dos hijos, recibió dos disparos, uno en la cabeza y otro en el pecho por parte de su ex pareja, quien, luego del femicidio, se quitó la vida. Yesenia Arce García de 19 años, fue asesinada en la vía pública mediante 26 puñaladas causadas por su novio, con quien tenía un hijo de tres años. Patricia Andrea Cáceres Aravena, de 38 años, murió agredida por su cónyuge con una botella de vidrio, posteriormente, Jaime Zurita, su femicida, se ahorcó en un árbol cercano al domicilio de ambos. Miriam Hernández Guerrero de 60 años, Magdalena Rodríguez de 38, Estrella Farías de 50, Marisol Solange Figueroa Sepúlveda de 30, Luisa Hortencia Santander de 81, Corina Elisa Rozas Rozas de 28, Viviana Briceño de 26, todas ellas fueron asesinadas por sus esposos, quienes, una vez perpetrado el crimen, terminaron suicidándose. Betsabé Solar de 37 años fue asesinada de un golpe en la cabeza por su pareja. Claudia Lorena Carrasco Madariaga de 35 años fue asesinada por su esposo con un tiro en la cabeza. Nelly Ángela Ortiz Barrera de 33, madre de tres hijos, fue asesinada a puñaladas por su esposo. Lo mismo ocurrió con Orfelina Ramona Paulino Tatis de 27 y Estefanía Fernández Fernández. Sonia Barrera Bahamondes de 67 años fue asesinada por su conviviente luego de que éste le asestara fuertes golpes con un fierro. Joselyn San Martín Muñoz y Adela Rucalaf Coliñir murieron a causa de graves lesiones producidas por sus esposos.
El caso más impactante hasta la fecha, sin embargo, ha sido el de Jessica Vivanco Cossio de 21 años, quien había desaparecido una semana antes de que se encontrara su torso (sin brazos, piernas ni cabeza) en un basural de la IX Región. La joven fue vista por última vez por su primo en una fiesta y se especula que fue secuestrada por el autor del crimen, quien la retuvo en su domicilio durante cuatro días antes de asesinarla. Aún no se sabe a ciencia cierta quién fue el responsable del femicidio. Si bien hasta hoy se encuentra detenido por el crimen su ex pareja de 50 años, Miguel Ahumada Correa, quien había sido detenido anteriormente por violación, éste arguye que el verdadero femicida de Jessica Vivanco fue su actual novio, José Manuel Matamala, quien la habría agredido físicamente en varias oportunidades. De cualquier manera, ninguno de los dos asume la responsabilidad por el crimen, a pesar de que ambos maltrataron a la joven en más de una ocasión.

En Chile, el número de femicidios al año no es tan alto como en otros países latinoamericanos, pero ningún país posee un banco de datos fidedigno respecto de los femicidios que se cometen año con año. Documentos no oficiales extraídos de periódicos u organizaciones femeninas gubernamentales y privadas, señalan que en México se registran aproximadamente más de 2,500 asesinatos de mujeres por año en sus distintos estados, más de 1,000 femicidios en Guatemala, más de 400 en El Salvador; en Argentina y Honduras, más de 200; en República Dominicana más de 150, 130 aproximadamente en Perú, 70 en Nicaragua, entre otros, tal como consta en la página web www.feminicidio.net. Cifras bastante altas en comparación a la chilena, en la que fluctúa entre 30 y 40 femicidios por año.
El móvil de los crímenes parece ser también diferente en los distintos países latinoamericanos. En México, por ejemplo, mueren cientos de mujeres al año en Ciudad Juárez y hasta el momento no se ha podido establecer una hipótesis válida respecto a quiénes son los femicidas ni las razones para los crímenes. Un caso similar presenta Guatemala, El Salvador, Honduras y Colombia, países en que la inestabilidad social y política impide determinar si los asesinatos a mujeres son producto del menosprecio hacia el género femenino o crímenes ligados a otro tipo de circunstancias, tales como pandillaje, ajusticiamientos, narcotráfico, etcétera. Ello queda al descubierto por el hecho de que la mayoría de los asesinos son desconocidos y permanecen en el anonimato, lo que favorece, asimismo, la impunidad. Al contrario, en Chile sólo se registran femicidios de carácter íntimo, es decir, ejecutados por personas con quienes la víctima tuvo o tenía algún tipo de relación personal. El móvil parece oscilar siempre en la misma dirección, parejas o ex parejas asesinan por celos o venganza cuando ellas rehacen sus vidas con otros hombres. Así, resulta relativamente sencillo dar con el paradero de los femicidas, sobre todo porque en la mayoría de los casos las mujeres ya habían presentado denuncias previas por maltratos psicológicos o físicos en los tribunales.
Una vez encarcelados y, gracias a la ley que tipifica el femicidio como un delito desde 2010, los femicidas se arriesgan a condenas que van entre los 15 y 40 años de reclusión. Sin embargo, aún queda la pregunta: ¿con ello se soluciona el problema? Algo mayor debe suceder para que aquellas mujeres agredidas en reiteradas ocasiones por sus parejas vuelvan a convivir con ellos. En muchos casos, incluso, antes del asesinato pesaba sobre los agresores la prohibición de acercarse a sus ex esposas, proscripción que ellas mismas transgredieron al permitirles nuevamente la entrada a sus hogares. Podemos, por supuesto, argumentar, en algunas ocasiones, la existencia de hijos en común, pero no es la mayoría. Familiares de las víctimas lo justifican señalando que a pesar de los maltratos ellas estaban enamoradas y guardaban la esperanza de que en algún momento ellos cambiaran; sin embargo, está claro que lejos de producirse un cambio para bien, se alcanzan episodios de violencia extrema con resultado de muerte. 
Tampoco deja de ser paradójico que en gran parte de los casos los femicidas, luego de perpetrar el crimen, terminen suicidándose. Hasta hace poco, la prensa elevaba a una imagen de héroe trágico a estos asesinos, al señalar que mataban por amor y luego se quitaban la vida para permanecer con sus amadas. Titulares como “Juntos en la tumba” o “Unidos para toda la eternidad” eran frecuentes al relatar un femicidio. Gracias a organizaciones de mujeres que veían en ello una falta de respeto hacia las víctimas, hoy ya no se banaliza de tal forma la noticia, y los femicidas son tratados por los medios como los asesinos que son. Con todo, pareciera que se mantiene aún esta imagen del Otelo que mata por amor, así como la imagen femenina de Desdémona que muere enamorada. De los veinte casos de femicidios registrados en Chile en lo que va del año, el cien por ciento se trata de mujeres exterminadas por sus parejas o ex parejas, gran parte de ellas con un historial de maltrato precedente al crimen —muchas con antecedentes de agresiones también de parejas pasadas— y que aun así deciden por voluntad propia abrir nuevamente la puerta de sus hogares a sus victimarios bajo el argumento de que están enamoradas. Amor, que en el caso chileno, culmina con la muerte de la mujer o algunas veces de ambos, e impide así que el asesino cumpla la condena que la ley impone. 

¿De qué sirve, entonces, promulgar leyes a favor de las mujeres víctimas de asesinato? ¿De qué sirve, entonces, la protección de la justicia y del Estado cuando ellas mismas se arriesgan a los maltratos e, incluso, a la muerte? El amor parece transformarse en sinónimo de celos, posesión, violencia, castigo… el amor y la muerte terminan siendo lo mismo. En Chile, durante 2011, ya son veinte las mujeres asesinadas por no responder a los parámetros establecidos por el patriarcado, por ser mujeres que se atrevieron a desafiar a sus parejas o ex parejas que intentaron rehacer sus vidas. Sin embargo, mientras esta subversión no sea real, mientras este reto a la masculinidad hegemónica implique mantener la puerta semiabierta o caer en manos de otros maltratadores, la violencia de género difícilmente podrá ser detenida. Acabar con el femicidio íntimo no es tarea sólo de la justicia, de nada sirve la promulgación de leyes a favor de las mujeres maltratadas si ellas mismas volverán con sus esposos por estar enamoradas. De nada sirve poner una prohibición de acercamiento si ellas mismas los invitarán nuevamente a sus casas. De nada sirve creerse libres, independientes y rebeldes frente a la autoridad masculina si finalmente ellas regresarán sumisas a esperar su muerte, a entregarse cual chivo expiatorio en la piedra sacrificial.
Que el morir de amor vuelva a ser un eufemismo no depende sólo del Estado y sus leyes, depende principalmente de nosotras. Ése es nuestro desafío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario