lunes, 3 de diciembre de 2012

Trouble with the curve (Las Curvas de la Vida)

A mi padre

Juan Pablo Cortés


Gus (Clint Eastwood) es cazador de talentos para  las ligas mayores de Beisbol.
 
Recorrer las carreteras, dormir en moteles y comer chatarra en restaurantes de paso ha sido su vida por más de 40 años. Pero ahora solo le quedan 3 meses para que acabe su contrato con los Bravos de Atlanta, aunque él está muy lejos de pensar en el retiro; sin embargo tiene un par de problemas… Tiene 82 años y la vista le falla.


Gus no quiere operarse de Glaucoma, y tampoco le importa que quien esté a punto de quitarle su trabajo sea un software de computadora que mide estadísticas y predice el talento de los aspirantes a profesionales.

Porque hay que decir que si hay un deporte en el que los números y las  estadísticas cuentan, es el Beisbol… Solo que el Beisbol no son solo números, sino coraje, paciencia y corazón.

En su último viaje de reclutamiento lo acompañará su única hija, Mickey, (Amy Adams) una joven y exitosa abogada que le guarda un gran rencor por haberse alejado de ella en su infancia, y que aprovechará ese viaje para ajustar cuentas con élpadre.
co
blo Cortntas con a, pero que sersélél… Aunque no puede negar que ha heredado de su padre una gran pasión y terquedad.

Pero esta película no habla en realidad de Beisbol… Ni tampoco de la pérdida de energía, ni de la enfermedad o la soledad, o todas esas cosas que los jóvenes solemos asociar a la vejez.  Tampoco habla de las diferencias generacionales; la sabiduría de los mayores o la impaciencia de los novatos… Esta película habla sobre el amor a una profesión, y como el vivir dedicado a ella jamás se convierte en rutina… Y eso es algo que solo uno advierte cuando ha encontrado su vocación.


Gus es terco, y sí, ya no ve nada…. Pero sí que oye, y sabe que una computadora puede hacer cálculos pero jamás podrá tener intuición ni tampoco podrá vibrar con todos sus sentidos un campo de Beisbol… Y no es un asunto romántico, simplemente es, saber escuchar y distinguir como suena un bat de beisbol cuando golpea una curva o una recta.
Saber escuchar… Esa es la gran lección  de la película.

No confiar en los ojos porque la vista falla, y al no reconocer sus fallas engaña; porque la mirada discrimina e inventa la verdad en la que queremos creer. Así que hay que aprender a prescindir de lo que vemos en función de lo que escuchamos.

TROUBLE WITH THE CURVE (O el errático título LAS CURVAS DE LA VIDA) es la última película de Clint Eastwood como actor. Él, que había asegurado no volver a actuar para concentrarse en Dirigir, no pudo rechazar un nuevo turno al Bat, y complacer a un amigo y colega de tantos años, Robert Lorenz, su asistente de Dirección y ahora Director, para entregarnos una de las más emocionantes interpretaciones de toda su carrera.
  
Congruente hasta el fin, este personaje y este actor, me hacen pensar en toda la gente que vive para trabajar, en vez de  trabajar para vivir, porque aman lo que hacen, aun cuando lo nieguen, aun cuando no reparen en ello.
   
Me hace pensar en mi propio padre, que comenzó a trabajar a los 7 años y ahora, a sus 77, continúa en el mismo tren de vida… Viajando por el país o fuera de l una o hasta dos veces a lña semana...ye muy bien...ropio padrepudo rechazar un nuevo turno al Bat él una, o hasta dos veces a la semana... Apenas se ha operado de Glaucoma, pero no oye muy bien… O quizá escucha lo que necesita escuchar. A pesar de ello, sigue siendo el mejor en su Profesión. El lo sabe, y lo sé yo también.



 

“No”: la alegría que nunca llegó


Ainoha Vázquez


Un lunes 5 de septiembre de 1988, exactamente un cuarto para las once de la noche se abrió por primera vez, durante el régimen militar, un espacio televisivo para la disidencia política. El contexto: la campaña publicitaria en contra del gobierno de Augusto Pinochet que buscaba el triunfo del “No” en el próximo plebiscito. Más del 70% de los televisores chilenos estaban encendidos para ver y analizar las campañas “Chile la alegría ya viene” y “Chile un país ganador”, representantes del “No” y el “Sí”, respectivamente. 


Genaro Arriagada, coordinador del comando por el “No”, designó como responsable de la franja publicitaria a Juan Gabriel Valdés (PPD) y a Patricio Silva (DC), quienes con escaso presupuesto debían competir con la campaña oficialista. Valdés, por ese entonces, contaba a la revista política de la disidencia, “Apsi” que: “el objetivo del programa opositor es mostrarle a la gente un país que no ha visto en estos años. Un país optimista, que mira hacia el futuro y que no está fijado en 1973. De ahí la idea de que la alegría es posible en Chile […] No hemos querido hacer un programa político. Los partidos políticos cedieron su espacio a Chile, para que el país exprese toda su creatividad y todo lo que ha pasado durante estos años”.

Juan Gabriel Valdés
La campaña gubernamental, en cambio, estuvo a cargo de la Secretaría General de Gobierno y su responsable directo fue Darío Migueles, asesor del director de Dinacos. Éste, al menos en una primera instancia, mantuvo los elementos de propaganda utilizados a lo largo del período militar y se preocupó, principalmente, de la difusión de las obras realizadas por el gobierno. Aunque pronto decidió cambiar la estrategia por una campaña del terror cuyo objetivo era hacerle recordar a la gente lo mal que se encontraba Chile antes del golpe militar y las terribles consecuencias que sobrevendrían al país si llegaba a resultar ganadora la oposición: hambre, muerte, caos, fueron las consignas.

Dicen que los primeros recuerdos que uno tiene en la infancia empiezan entre los tres y cuatro años. Justo la edad que yo tenía para el plebiscito del 88 y justamente son esas las primeras imágenes que retengo de mi niñez. Mi primer recuerdo: mi mamá me estaba vistiendo para ir al colegio. Todas las mañanas el canal nacional comenzaba su transmisión tocando el Himno Nacional, el que probablemente me había aprendido hacía muy pocos meses. Entonces, pensé que yo no quería que ganara el “No” porque iban a cambiar el Himno y yo iba a tener que hacer el esfuerzo de aprenderme otra canción. Se lo comenté a mi mamá que me miró muy seria (el primer recuerdo que tengo de mi mamá mirándome fijamente y sin ningún gesto en su rostro). “El Himno no va a cambiar si gana el “No”. Si gana el “No” vamos a vivir en un país libre, vamos a recobrar la posibilidad de decidir nosotros mismos a quién queremos para que dirija el país. Si gana el “No”, las calles volverán a ser nuestras”. No sé si hayan sido esas palabras exactas las que me dijo en ese momento pero al menos recuerdo que la idea era esa. Sí resuenan aún en mis oídos infantiles los conceptos de libertad y decisión, que conociendo a mi mamá, seguramente utilizó ese día. Sospecho también haberme quedado conforme con esa explicación porque mis recuerdos siguientes son arrastrando por toda la casa una banderita de la “Alegría ya viene” y mostrándosela a todos los compañeros que salían y entraban allí.  


Con la campaña publicitaria gubernamental aprendí lo que era el miedo. Tengo en mi mente nítida la imagen de una niña sentada jugando con una muñeca en el momento en que un tren va a atropellarla. Tengo en mi cabeza nítida la imagen de un hombre encapuchado cabalgando sobre un caballo negro y con una bandera negra. Pero sobre todo la música. Terrorífica. Que poco a poco se va diluyendo en ruido. La amenaza del país en ruinas, el humo, las bombas; la amenaza de ser atacados por esos personajes sin cara que se llamaban los comunistas y que mataban a los niños. Tal vez mi cabeza mezcle momentos pero también recuerdo que cada vez que daban la franja política del “Sí” yo escuchaba, como música de fondo, los helicópteros sobrevolando Santiago, algunos disparos, los pasos de la gente corriendo, algunos gritos. Aún me cuesta ver la campaña publicitaria del “Sí”, incluso sabiendo que es un documento histórico, porque siempre, irremediablemente, vuelvo sentir el miedo que tenía a mis cortos 4 años.



No, la cuarta película del director chileno Pablo Larraín, muestra ese clima en los días previos al plebiscito y la lucha de ambas campañas publicitarias hasta el triunfo del comando opositor. En ella, Gael García es un publicista de padres exiliados en México que llega al país buscando trabajo. Alfredo Castro - su amigo y colega en la creación de la campaña televisiva de la telenovela “Bellas y audaces”- termina siendo su contrincante en la franja política del “Sí”. Desde el principio queda claro que Gael García no está interesado realmente en dar esta lucha. No sé si alguien desde el principio del film cree que se puede siquiera dar esa lucha. Su misma ex pareja, militante, declara la inutilidad de hacerlo. Tal como pasó en la realidad, muchos creyeron que el llamado a plebiscito no era más que una trampa puesta por el gobierno para determinar quiénes eran los opositores al régimen y así terminar asesinándolos. Aquí nuevamente mis recuerdos se entremezclan y escucho a mi mamá discutir con mi tía comunista porque ella se declaraba en contra de ir a votar, “de ser parte de esta farsa”.

El resultado, afortunadamente, fue distinto. Afortunadamente, por decir algo. Afortunadamente porque no fueron asesinados ni los que se comprometieron a fondo con la campaña ni los que creyeron en la democracia y fueron a votar ese 5 de octubre. Afortunadamente porque la cara visible de la represión, Augusto Pinochet y su séquito, fueron supuestamente derrotados. Pero insisto en el punto: afortunadamente por decir algo. El gran acierto, a mi parecer, de esta película es ese, poner el afortunadamente entre comillas, cuestionarlo, mostrar su fragilidad, su artificio. El artificio de una campaña política que ganó gracias a la publicidad y no necesariamente por los sueños y utopías de quienes la llevaron a cabo.

Y es que siendo sinceros nada ha cambiado tanto desde ese día. Los mismos personajes siniestros que aparecen en la película que reproduce la franja política del “Sí” en ese período, son quienes luego de un tiempo prudente han vuelto a gobernar Chile. Y sinceramente ¿a quién queremos engañar? La alegría nunca llegó. Gran parte de los militares que torturaron y asesinaron a los opositores están libres, mientras sus jefes no sólo están libres sino que ahora ocupan grandes puestos de poder gracias a las alianzas que han hecho con la izquierda simulada: Alfredo Castro y Gael García trabajando juntos para una telenovela, lo mismo que Ricardo Lagos y Sebastián Piñera veraneando juntos. ¿Esa era la alegría que esperábamos? ¿Qué alegría era la que se esperaba si aun habiendo ganado la democracia se sigue torturando a jóvenes y niños que simplemente buscan expresar su descontento, tal como ocurrió y sigue ocurriendo en cada marcha estudiantil?



Las marchas estudiantiles que se dieron el año pasado no hacen más que reforzar esta postura. La alegría no ha llegado, la alegría no va a llegar; tal como hace 24 años seguimos siendo derrotados bajo la apariencia de que somos los triunfadores. Nos siguen haciendo creer que las cosas van a ser distintas cuando todo sigue exactamente igual. Fuerza invertida en vano. Escolares que perdieron el año académico por un sueño justo y necesario, profesores que fueron expulsados de sus trabajos por apoyar la causa. Esa alegría de los estudiantes y profesores que inundaron las calles con sus reclamos, que creyeron que algo podían hacer para cambiar este sistema heredado de la dictadura y que una y otra vez chocaron contra una pared que parece invencible. ¿Qué alegría fue la que llegó? ¿Qué alegría es la que tenemos que celebrar?

En medio de la fiesta de la democracia del final de la película, Gael García está triste. El público queda triste sin saber por qué siente ese dolor en medio de los colores y la felicidad de la gente que marcha. Yo misma quedé irremediablemente triste después de ver esa escena. La misma tristeza que siento al ver que este año las marchas disminuyeron, que este año los asistentes se fueron reduciendo de a poco hasta quedar en unas cien personas, la misma tristeza al ver que los estudiantes que perdieron el año no consiguieron absolutamente nada, sólo pérdida, una vez más pérdida. Sí, tanto en la vida real como en la película ganó la publicidad, ganó la llamada “Concertación”, los poderosos que se dicen de izquierda. Tanto en la película como en la vida real los que perdimos nuevamente fuimos nosotros. Mi mamá me mintió y no recuperamos las calles ni esa libertad porque el sistema dictatorial sigue presente. La alegría prometida no es más que el recuerdo de la banderita arrastrada por toda la casa, la alegría prometida no es más que una calcomanía bonita que aún conservo en la pared de mi cuarto.   


El poder de un lápiz mina


Ainhoa Vásquez Mejías


Mi mamá nos vestía de gala cada vez que había elecciones. No importaba de qué fuera, tanto las de presidentes, senadores, diputados como alcaldes, siempre teníamos que vestirnos con nuestra mejor ropa para ese día. Las elecciones eran una fiesta y nosotros teníamos que estar a la altura de las circunstancias. Creo que nunca me pregunté o cuestioné siquiera este gesto. Esos domingos nos levantábamos más temprano que cualquier fin de semana, nos bañaban y peinaban como si fuera nuestra primera comunión y salíamos todos a las urnas con una emoción indescriptible, incluso para mí, tantos años después. No importaba tampoco que nosotras no votáramos por nuestra corta edad, lo importante era el aprendizaje de ciudadanía. Mi abuelo se lo había enseñado a mi mamá siendo muy niña y ella nunca lo había olvidado.

Yo tenía aproximadamente cuatro años cuando fue el plebiscito para derrocar a Pinochet. A ese día también corresponden, creo, mis primeros recuerdos. El miedo que me producía la campaña de la derecha, el miedo que intuía en la gente que cada tanto se daba vuelta para mirar quién estaba a sus espaldas. El miedo de mis papás y el helado que ese día no me pareció tan rico. Pero la consigna era votar, sufragar siempre, ejercer ese derecho ciudadano que mi abuelo le había inculcado. Sé que fue por eso que mis papás decidieron ir a las urnas ese 5 de octubre, contra todos los pronósticos favorables y a pesar del terror de pasar a engrosar la lista de los desaparecidos si la dictadura triunfaba, desconociendo la democracia, mis papás no podrían haber dejado de ir a votar. Por fe, por compromiso, porque al final no se lo hubieran perdonado. Habría sido traicionarse a ellos mismos, convirtiéndose en cómplices del sistema. Mis papás votaron ese 5 de octubre del año 1988 y derrocaron la dictadura. Desde entonces comencé a pensar en lo peligrosa que puede llegar a ser una simple rayita escrita con lápiz mina. Mi niñez estuvo marcada por las largas horas en la escuela en que miraba mi lápiz mina y sentía que algún día el mío también se volvería subversivo.


Creo que antes de cumplir la mayoría de edad, pero ad portas de hacerlo ya me emocionaba pensar en cuándo llegaría ese momento. Debo admitir que incluso sufrí al no poder votar en las elecciones en que ganó Ricardo Lagos. El presidente que en ese entonces pensábamos socialista, la continuación del legado de Allende, el encargado de terminar con esa transición que aún olía a dictadura. No tenía los 18 años en ese momento pero ese día acompañé a mis papás como siempre, saqué fotografías y canté. Más tarde salí a la calle a celebrar y gritar en la Plaza de la constitución, imaginando el comienzo de una nueva era y con el lápiz mina siempre en el bolsillo.

Poco después me acerqué al Partido Comunista y apenas cumplí la mayoría de edad me inscribí en el registro electoral para ser parte de los cambios futuros. También empezaría mi militancia en las juventudes comunistas y el canto de “La Internacional”. Nunca me importó perder sábados y domingos enteros en reuniones que pocas veces llegaron a puerto. Unos años después dejé el partido porque en ese entonces yo era aún más radical que ellos y no estaba dispuesta a transar mis propias ideas por nadie. La visión de rebaño nunca me ha acomodado. Decidí ahí que ser de izquierda implicaba caminar con los propios pies por tierra derecha.


Vinieron, más tarde, las elecciones de senadores, diputados, alcaldes, la frustración porque el lápiz no servía, porque siempre parecía quedar sin punta en el momento menos indicado, sin embargo, nunca desde ese entonces he dejado de ir a votar. Nunca, desde mi infancia, he dejado de arreglarme como si fuera una fiesta cada vez que hay elecciones. Nunca he dejado de sentirme responsable por el futuro del país cada vez que doblo el papelito del voto. Nunca he dejado de traer en un bolsillo el lápiz mina que pienso que ahora sí va a cambiar la historia. Eso me lo enseñó mi madre y este 28 de octubre pude comprobarlo.

Este 28 de octubre creo que, aunque es muy apresurado asegurar que la historia cambió, sí dio un giro trascendental y yo estaba vestida de gala para verlo. Luego de dieciséis años de tener como alcalde a un torturador, mano derecha de Pinochet, a un sujeto siniestro y belicoso, la gente pareció despertar como de una pesadilla. Cristián Labbé, Coronel del ejército y alcalde de Providencia, fue derrotado por una “dueña de casa”, como despectivamente llamó a Josefa Errázuriz, en más de una oportunidad. Una dueña de casa valiente, inteligente, que se fue posicionando desde lo privado para llegar a lo público y destruir con su carisma tantos años de infamia y olvido. En su discurso Josefa aseguró que ganó la democracia y la ciudadanía, mientras Labbé despotricaba con violencia afirmando que había ganado la “serpiente del paraíso”, el odio y los medios de comunicación que elevaron a una candidata sin programa ni propuestas. Para mí ganó la memoria y el compromiso. Ganó el recuerdo de nuestros muertos, conocidos y desconocidos. Para mí ganamos todos.

  
Un triunfo acrecentado y aun más feliz porque en otro lugar de Santiago, el lapicito de mina, tan inofensivo para muchos, terminó también con años de injusticia y prepotencia al puro estilo del fundo chileno de principios de siglo, donde nadie más que el patrón tenía derecho a voz. Pedro Sabat, el mismo que meses atrás trató a las escolares de su comuna de prostitutas por manifestarse en contra del lucro en la educación, perdió su pedestal en manos (en la inteligencia) de una joven desconocida y valiente, de bajo perfil a pesar de ser la nieta de Salvador Allende. Los dos bastiones dictatoriales que iban quedando fueron destruidos por mujeres.

Algo similar ocurrió también en la comuna más emblemática y disputada, Santiago, que si bien no era gobernada por un alcalde ligado a la dictadura (quizás sólo porque era muy niño en ese entonces para decidir estarlo), sí era un edil comprometido con el gobierno de derecha, que al parecer ya no representa a nadie más que al mismo Sebastián Piñera y sus partidarios que se enriquecen en el poder. También fue una mujer la que resultó electa. Carolina Tohá, la misma mujer que sufrió el asesinato de su padre en manos del gobierno de Pinochet; la misma mujer que siendo pequeña se desempeñó como vicepresidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile y dirigente del Partido por la Democracia (PPD); la misma mujer que a su corta edad participó activamente en la campaña opositora de ese mítico año 1988 y venció a la dictadura. Este 28 de octubre, por fin en Chile, ganó la memoria. 


Los medios y el gobierno han enfatizado desde ese día que la abstención fue tremenda, que los ganadores no lo son de las mayorías y se ha trasformado en un cliché lo de la “crisis de representación”. A mí me parece que es muy fácil y simplista ese tipo de análisis. Hasta ahora el voto en Chile era obligatorio, al menos de palabra porque desde siempre muchos decidieron no inscribirse para votar, sin que las penas del infierno cayeran sobre sus cabezas por no hacerlo. Creo que el voto siempre ha sido voluntario, justamente porque la inscripción automática no era un requisito y siempre fue posible argumentar alguna visita al extranjero o dolor de muelas, como se hacía en la escuela para justificar la inasistencia al examen.

Sí concuerdo con que este año la abstención fue mayor y que muchos repiten con argumentos concretos que nadie los representa, que la derecha y la izquierda son lo mismo y que con el voto estamos validando este sistema. Sin embargo, no creo que este sea el caso de la mayoría y sí me parece peligroso que terminemos por creerlo y defender esta postura. Muchos de los datos que intentan comprobar la baja participación electoral están intervenidos. Con este debut de la inscripción automática muchos muertos quedaron inscritos, llegando a constituir mesas electorales completas. El mismo Salvador Allende aparecía vivo en una de las comunas del gran Santiago. Los chilenos que viven en el extranjero, a quienes aún no se les da el derecho a voto, también aparecieron en las listas aunque la mayor parte no viajaría para sufragar. No obstante, tanto los chilenos fuera como los muertos serán contabilizados como no participantes dentro del universo total de electores.

Este tipo de cifras, por más que lo intenten, no deslegitiman lo que ocurrió este 28 de octubre. Puede ser que mucha gente no haya ido a las urnas porque no creen en la política, porque los actuales gobernantes no son lo que se espera, porque la corrupción sigue en aumento. Es una posición válida pero también me parece conformista. Las cosas pueden cambiar si lo queremos y hacemos algo para que ocurra. ¿Qué hubiera pasado si ese 5 de octubre de 1988 todos hubieran pensado lo mismo y no hubieran votado para destronar a Pinochet? Quizás aún viviríamos en dictadura y nuestra realidad sería completamente otra. Para mí este domingo fue una fiesta, volví a creer que los cambios son posibles, volví a sentir que nos uníamos por algo en común, que avanzábamos en la misma dirección, que la memoria seguía intacta y sólo un poco cubierta de polvo que ya estamos limpiando. Y sí, finalmente, que el lápiz mina salió de mi bolsillo para cumplir la función que siempre le encomendé: darle un giro a nuestra historia y empezar de nuevo.




WTF! NoFM (:`= Medios Alternativos de Comunicación.

Emilio Revólver


El “debes” en el último de los casos es siempre una exageración y un acto de soberbia. Si vas al trabajo “debes” ir de cierta forma, cumplir con ciertas normas; recuerda tu educación en la mesa, cuidado con esos codos, cuidado con utilizar demasiada tinta a la hora de escribir el nombre de la persona que te tiene odiando la creación, con salirte de los márgenes cuando hables de tu película favorita, no rompas la piedra si vas a derrapar sobre ella, no brinques ni bailes a la hora de surfear en tu cerebro, ordénate, no llegues a tu muerte escolar lleno de faltas y deseos raros en la piel, no pases a desearle buenos días a los reos de la memoria, no te pases el semáforo de los que dictan cómo se deben hacer las cosas, y por favor, no te juntes con ese tipo de gente, procura estar presentable esta vez, hazlo por mí esta vez, no lo intentes partiendo desde el caos, persígnate, si lo intentas te juro que eres bueno, lograrás un trabajo serio, antes de salir piensa en esa barba mal salpicada, Dios te bendiga, cuida los colores de tu ropa, y recuerda no consumir demasiado de esa idea peligrosa, de esa chica, de esa revista, de esa música. 

En NoFM lo intentamos por la mala.

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Larga vida a los medios alternativos de comunicación y al Infinito Dios de la Red.
La radio, cuando es necesario, se convierte también en rabioso medio de destrucción.
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Diseño: Santiago Robles.



Nueva poesía y peleas de pasteles. Sobre una bronca de sombrerazos en un festival de poesía


 César Cortés Vega


I.- El fin de los géneros, así rapidito.- Al escuchar la idea ambigua: todos contra todos, se me enchinan los vellitos. Y es que eso puede referirse a dos cosas muy distintas. A que, literalmente, cada uno esté en contra de cada cual, o también a que todos se metan con cada quien. En las dos condiciones, la orgía se cumple; una de sangre y la otra de sicalipsis. Por eso quizá me guste el concepto de hibridación en las artes, pues se trata de un descentramiento muy acorde con lo que Derrida sostenía acerca del carácter contradictorio de un eje rector que define y que a la vez escapa de sus propias definiciones. Ser el que participa, y a la vez el que niega los postulados de esa participación es algo así como ser dos cosas a la vez, como madrearse a alguien mientras te lo tiras. Para dar otro ejemplo, ser un poeta, ya no deviene necesariamente en una condición privilegiada que se refiera a quien utiliza la poesía como medio para diferenciarse de los otros. Ahora es posible –desde una mirada abierta, claro– hacer poesía y a la vez pitorrearse de ella. O también ver poesía en donde supuestamente no la hay.


Para ello habrá que admitir que los momentos más memorables en la vida de cualquiera de nosotros están hechos de una cantidad de elementos tan grande, que sería imposible determinar con exactitud cuáles de todos ellos han sido los más importantes para no haber olvidado ciertos traseros, estribillos lamentables o ideas obtusas. Por eso creo que, más allá de estas nociones de tóxico conservadurismo acerca de lo que algo debe ser –como la poesía– existe la fuerza de una necesidad que acomoda nuestras identidades pre-sicóticas frente a la mesa de operaciones del progreso contemporáneo, y nos brinda palas y cuchillitos de plástico, escalpelos y tenedores, espadas samurái y alfileres, para luego colocarnos de frente a lo que, desde mi muy obsequioso punto de vista, es el cuerpo putrefacto de la cultura occidental. ¿Qué más hacer con él, sino seguirlo desmadrando? Ningún humanista con más de dos dedos de frente va a negarme que lo que él mismo hace sigue siendo pura destrucción propositiva (para más datos ilustrativos ver la película de Lars von Trier; Dogville). Antes de que la conciencia de una nación florezca y seamos capaces de elevar nuestra inteligencia pineal a estados superiores de conciencia para que una cultura nueva surja y dejemos de agredirnos unos a otros basados en trascendentes tonterías, habría que mandar a freír espárragos a los retrógradas disfrazados con la túnica de los medios, el mercado, la familia, las ideas estéticas fijas y demás esperpentos. Cosa de la que, lastimosamente, estamos todavía muy lejos. Y entretanto, mero entretenimiento activo como política de distanciamiento, del cual yo no reniego: así como el niño debe hacerle decir a sus monos de plástico estupideces con el fin de ser lo suficientemente creativo para cuando deba enfrentarse a las de adultos de carne y hueso, nosotros ensayamos mediante el usufructo de la cultura y un sinfín de estrategias relacionadas con el campo del arte, el privilegio de echar a perder criticando al mismo tiempo. Bello privilegio, pues ¿no es este ensayo y error lo que finalmente llega en muchos casos a determinarse como belleza? O, lo preguntaré de otra manera: ¿aquel moco en el cartel de los Sex Pistols que salía de la fosa nasal de Steve Jones, o las aventuras performáticas de Bob Flanagan o de GG Allin no son también "arte"? No tiene por qué gustarle a nadie, pero el que lo niegue no sabe nada.


II.- La condición es ser poeta.- Y esto lo digo en pleno regocijo, en medio de una plétora de imágenes que me hacen carcajearme de nuevo, pues apenas hace muy poco presencié una joya caricaturesca que me regaló inspiración, razón por la cual decidí describir esta estampa: una guerra de pasteles de poetas en la clausura de un festival. Quiero entonces usar este concepto de “poesía expandida” hoy muy en uso; hacer que la "realidad" construida en mi memoria, presente sus posibilidades maleables de manera que se cuadre a un deseo colectivo: aquel zafarrancho de ebrios de golpe terso y razones de Perogrullo provocadas por el alcohol, se adecua muy bien a un ensueño: la hipérbole de los nuevos poetas. De algo sirve entonces el preámbulo anterior: si lo miramos con otros ojos, ¿una riña así no es sino un gran poema colectivo que determina la condición del campo? Algo que excede sus propios límites. Y es que dudo mucho que todos los versos publicados (o no); o en todo caso gritados, cantados, eslameados, vomitados (o incluso callados) de cada uno de los asistentes a esa trifulca, superen lo que vi: los poetas siendo la escritura de un engarzado de actos, como las cuentas raramente acopladas en un collar. Porque, ¿qué será de sus palabras después de todo? Me refiero, en efecto, a después de todo. Quiero decir; qué será de todos esos poemas sin rumbo que aspiran a acomodar algo de lo que perciben del mundo junto a un malherido Ego. Vamos que, incluso, si muchos poetas de fingida condición maldita partearan de verdad o portaran armas, alguien habría salido muerto o muy mal herido. Pero no –afortunadamente, porque muchos de ellos son mis amigos, y yo de verdad lo hubiera lamentado– pues apenas alcanzaba para una plataforma estética de berrinches y bailoteos. Pero, eso sí, nada mal para un poema-acción que devele lo real como lo ominoso regresando en cuerpo de ridiculez fantasmal. Para mí eso sería otro tipo de escritura, que se devela a sí misma por inconsciencia de la inocencia. Y no digo acá que alabe o repruebe nada. Lo que intento señalar, parangonando al Feste de Hamlet, es que lo que es, es. Y ¿qué es eso que vi?

       No quiero excederme en descripciones, pues eso le quitaría contundencia a la reflexión, a la vez que me obligaría a identificar cabalmente a personajes que imagino desearían no figurar en el relato de este desastre irrisorio. Para describir lo que vi, basta realizar un somero recuento. Acababa un festival que congregaba a algunas de las voces más prometedoras de la poesía, con algunas de las voces de futuro más incierto. Todo festival inclusivo tiene una naturaleza ambivalente: a la vez que da lugar, quita prestigio. Pero ¿qué más da si uno comparte con amigos, si en realidad todo lo que se diga y haga ahí tiene menos que ver con el ejercicio inspirado, y más con la contundencia del sinsentido del presente y sus políticas de representación? Hay que estar enamorado de la vida para no angustiarse presagiándola, para desfundar su presencia, poco certera y de singularidad insaciable. A veces vale la pena ser menos político, con el fin de ser capaz de capturar ciertas cosas a través de los meros sentidos. Y si algo puedo reconocerle a muchos poetas –buenos y malos, o ni buenos ni malos, porque entonces de nuevo entraríamos a las tonterías de su negociación, a la necedad de una crítica que, sin observar las contingencias de un discurso que se ciñe a los movimientos no calculados de la historia, clasifique de manera conservadora una funcionalidad más compleja que la del mero gusto y/o funcionalidad– si algo les reconozco, digo, es que tienen esa capacidad para foreverear campechanamente. Y a mí me encanta foreverear, pues mi condición de poeta la asumo desde el juego y le doy una importancia relativa…


III.- Un preámbulo que de nada sirvió para presentir lo que pasaría después.- Terminaba el festival, pues, y el día último estábamos en la celebración de clausura en un lugar con balcones que daban a la calle y música, tomando vino malo y cerveza peor, pero quizá justo por eso también, en una especie de hermandad que repetía sus rituales como illo tempore –tiempo mítico, tiempo cíclico– como si re-fundáramos ahí todos los cocteles de inauguración y clausura del universo… y presentaciones, y fiestas de atascón e hipnotismo colectivo acumuladas como eras geológicas que se superponen, y en las cuales los participantes de uno o varios campos se juntan para darse cuenta de que lo único que los congrega es la causalidad y una cierta manera de adecuar el discurso a un objetivo egocéntrico. El amrotz también, diría mi abuelita, fallecida en medio del delirio (ella sí sabía lo que era el delirio, q.e.p.d).

        Minutos antes de toda la reyerta había conocido en persona a un poeta mentiroso que hace unos años había inventado una teoría de complot en la que nos había involucrado a mí y a otros escritores en una complicada trama de dimes y diretes que había derivado en una larga serie de insultos en la red. Luego del enojo que le había provocado el que su estrategia –o algo así como una estrategia– no resultara como la había planeado, publicó una última cosa que yo ya no respondí en la red, quizá porque ese chorizo interminable que son los grupos de internet ha producido tal cantidad de roña discursiva, que yo ya no quise alimentar más un mitote que estaba muerto de origen. Sin embargo, esa había sido mi oportunidad: lo tenía ahí cara a cara y me había sacado la espina diciéndole que su lectura de Gramsci era mediocre y que si iba a hacer acusaciones, se pusiera a revisar con detenimiento su información y bla, bla. Y su respuesta había sido tan amable, que hasta el humanismo burgués me regresó a las mejillas y entonces debo de haber brindado con él, quizá, alabando el encuentro y lo intelectualmente orgánicos que éramos todos, pues cómo no, emborrachándonos ahí en un salón de eventos privado y a nombre del Estado, recibiendo diplomas con firmas de funcionarios, no me iba a decir, a costa de todo el análisis bourdieano, que él sí luchaba por la verdadera verdad verdadera, pues entonces quizá no habría estado ahí sino en la Sierra zoque, o en algún lugar en el intento por desprenderse de tanto idealismo cultural-burocrático… Quedamos en que haríamos unos encuentros de discusión para seguir conversando, mientras él muy formalmente repetía: me equivoqué, me equivoqué, me equivoqué… perdóname… Nos despedimos formalmente, sin rencor de mi parte y todo continuó tan tranquilo. Yo, claro, pensando que algunos poetas son unos doble-cara, y que también, a fin de cuentas, eso era la poesía…

  
IV.- El centro del desastre estaba ausente.- Y poco después, dos poetas amigos míos comenzaron una pelea tan ridícula, que mientras intentabas separarlos, era inevitable que no te rieras a la vez... Aquí sé que es donde debería callar, muy a pesar de tener claro que un texto mucho más divertido podría dibujarse con descripciones precisas. Diré algo más, de cualquier modo. Sin más detalles, imaginemos la oficiosidad de los participantes de todo un evento, concentrados en defender a su poeta preferido, intentando separarlos, rompiendo cosas, arrancando lámparas de la pared, arrojando botellas al aire, pateándole las nalgas al que se dejara, gritando frases de histérica épica revolucionaria mientras daban saltitos sobre el cuerpo de uno de los caídos. Otro de ellos, de los más dañados y con quien extrañamente había inhalado yo rapé en el baño unos minutos antes como si se tratara de alguna droga prohibida (deveritas, lo juro por quien quieran), se subió a una mesa y se arrojó con los brazos abiertos a la masa de gente, como un luchador, haciendo que la pluma que tenía en la oreja como arete se agitara con el movimiento del ala de un ave. Ese mismo poeta airado, segundos después estaba siendo estrangulado por uno de los que habían comenzado la escaramuza –y a quien en un inicio todos pateaban, o hacían como que pateaban en pleno gandallismo– como si tomara del cuello a un pollo desplumado con sus manazas. En medio de los aullidos alguien rompió una botella contra la pared y, en lugar de usar los restos como arma, comenzó a sacar el yeso del muro hasta que logró un agujero considerable. En medio de todo el desastre, a algún inteligente se le ocurrió apagar las luces del lugar. Imaginarán lo que ocurrió. Comenzaron a volar cosas por los aires y los aullidos se hicieron más intensos. Alguien más se desmayó, mientras se colaron luces azules y rojas por las ventanas. Era la policía, que había llegado a apostarse en la puerta para hacerse los tontos, mientras una desbandada de asustados rebecones vaciaba el lugar.

Según los chismes del día siguiente, todo había comenzado gracias a que uno de ellos le había dicho al otro quienes eran sus poetas preferidos. Hay más datos, pero con este me basta. ¡Quiénes eran sus poetas preferidos! Yo creo que uno puede hablar de sus “poetas preferidos” con una leve sonrisilla de sorna en la boca, pero tomárselo más en serio ya suena bastante bruto. Es, luego de la pérdida de la inocencia, ponerse una máscara de ingenuidad. Está bien: todos tenemos nuestros gustos, pero hoy decirlo o tomarse una cosa así con ese denuedo indica que se vive aún metido en un binarismo tan básico, que da vergüenza ajena. Pero, necesitaría poner un mejor ejemplo para darme a entender: hoy mismo he leído una noticia en la que se documenta que en una provincia china encontraron los cadáveres de cinco niños en el interior de un camión  de basura. Al parecer éstos habían intentado refugiarse del frío y habían fallecido ahí asfixiados. Claro, uno puede hacer una diatriba poética de semejante cosa, y tentar de la mejor manera posible el corazón del lector con frases henchidas de dolor y de odio acerca de lo que ahí pasó. Incluso hacer un poema matemático o una oda elegiática de resurrección. Sin embargo aquello está tan lejos de la contundencia del presente, que es tan sólo un ejercicio de frases para representar la vida. Nada, pues, en contra de la poesía, porque aprecio en definitiva la conmoción que es capaz de provocar. Sin embargo, el nombre del poeta ahí me tiene sin cuidado, pues sus palabras no son sino otra fantasmagoría más en la interrupción de una percepción de otro tipo. Y ya sabemos lo que dice Barthes al respecto en su famoso texto “La muerte del autor”, cosa que me parece del todo pertinente:

(…) el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura. (…) el escritor se limita a imitar un gesto siempre anterior, nunca original; el único poder que tiene es el de mezclar las escrituras, llevar la contraria a unas con otras, de manera que nunca se pueda uno apoyar en una de ellas; aunque quiera expresarse, al menos debería saber que la «cosa» interior que tiene la intención de «traducir» no es en sí misma más que un diccionario ya compuesto, en el que las palabras no pueden explicarse sino a través de otras palabras, y así indefinidamente (…)


              La poesía, o cualquier otra disciplina, no escapan de semejante cosa. Por mucho que las palabras sean reveladas por algún ente metido en una realidad alterna que nos susurre las palabras al oído, estas han evolucionado como mutaciones de conglomerados sociales. La poesía estará en todo caso en medio de esas palabras que ha pronunciado el poeta, o atravesada por ellas, pero nunca en sí mismas. Y si son capaces de fabricar realidad, esta es de carácter psicosocial. Así pues, si la manzana de la discordia es “el nombre del autor”,  el gusano que se la come por dentro es la necedad vestida de rancio precepto. Dicho de otro modo, los esteticismos valeryanos están ahora fuera de lugar, y sostenerlos todavía equivaldría a pasar por alto toda la crítica posmoderna. Pero, como decía, lo que una cosa así provoca como una bronca de simiescas proporciones, ya nos demuestra lo barroca que puede ser la realidad en nuestra América. Es decir, de nuevo, que lo que es, es: antes de que determinemos cómo debe ser el suceso, observémoslo cuando ocurre y como ocurre, principio básico de aquella arqueología planteada por Foucault en la que las relaciones se dan desde la observación inmediata del discurso, muy aparte de una normatividad lineal. Nada hay qué descifrar como momento de manifestación metafísica. Una serie de poetas fingiendo una pelea real, son la señal, el discurso, la poesía en sí. Y podríamos revisarla desde varios puntos de vista. Uno de ellos puede ser la necedad que acontece en tiempo de decadencia cultural y que echa a perder el esfuerzo de los que se sobaron el lomo levantando el festival y generando recursos para hacerlo posible. Otra: un poema de acción visual para la representación de nuestras comunidades fragmentadas. “Poesía expandida” involuntaria que evidencia el tipo de argumentos y el espontaneísmo de tintes románticos, que consiguen posicionamientos que alcanzan apenas para realizar acomodos sectarios.

V.- Epílogo.- Días después, en la reunión cumpleañera de un amigo editor me encontré por casualidad con dos asistentes al evento. Me platicaron una versión actualizada. Alguien había tirado sin querer ceniza a los pies del amigo de uno de los poetas que comenzaron el combate. Entonces éste, contrariado por aquella imperdonable falta de respeto, había reclamado. El otro poeta, amigo de quien había tirado la ceniza salió en su defensa. Luego ambos continuaron el duelo lanzando una lista de saetas acerca de los poetas que les parecían mejores. Se mencionaron nombres peligrosos, nombres que siempre existen para descuadrar las estrategias. Después el berrinche. Al momento de la huída, se había escuchado una voz que gritaba: ¡Esto es la poesía! Cuando me lo platicaron, yo pensé de inmediato: ¡Ya lo creo!


lunes, 15 de octubre de 2012

Me pregunto si el arte no es justamente ese espacio del no sentido


Entrevista con CARLOS AMORALES
2/2

Por Santiago Robles
                  en colaboración con Karina Ruiz


¿Y ahora en qué estás trabajando?

Me clavé en los lenguajes abstractos. Lo que hicimos fue superponer el archivo líquido y trazar las cosas que quedaron en medio, entonces se volvió una especie de abstracción. Yo los hice en grande la primera vez que los materialicé pero una vez los imprimí en pequeño y me di cuenta de que de lejos parecían caracteres, y me di cuenta que hay toda una especie de sub-rama entre arte y poesía que ya varias personas han explorado.

Que implica una vertiente en tu camino, aunque no radical…

Sí, a un nivel visual superficial. Es curioso, llevé estos caracteres a unas clases que estuve dando para tipógrafos, entonces los volvimos tipografía, y les pedí que experimentaran, y uno de los más huevones abrió un programa como Google pero que busca por imágenes. Metió los caracteres y curiosamente salieron imágenes de trabajos míos anteriores, fue muy extraño. Supongo que hay algo relacionado con el trabajo pasado, pero tienes que volver a pensar la disciplina, compones de otra manera, tienes que trabajar de otra forma. Por eso te digo que todo se tiene que mover y también cambian las relaciones de cómo produces obra. Ahorita lo que estoy intentando hacer es una película…

Negative Nature (Typeface), 2012
       No sé si a los 50 de pronto diga “¡ay ya!”. Lo que siempre me ha llamado la atención del cine es que ahí puedes meterlo todo, puedes desde construir el espacio hasta trabajar con la gente, ahora lo estoy intentando, no sé qué va a resultar.

¿Nos puedes contar un poco más de ese proyecto?

Es intentar hacer una película a partir de esos lenguajes y a partir de mi realidad inventada, que es mi estudio. Apareció Elsa y cotorreando resultó que también le interesa el cine, su mamá fue actriz, tuvo un accidente en la mano, ella es gráfica y la máquina la lastimó trabajando, y me he dado cuenta que me gusta mucho trabajar con máquinas. Poco a poco ya empieza a haber un guión, una historia. Ahorita ya estoy intentando pegar cierto argumento que dure más de 5 minutos.

       Creo que es cómo la obsesión por los lenguajes. El trabajo caligráfico es tan obsesivo que se vuelve un camino cerrado. Viendo a artistas que han trabajado con esto, me he dado cuenta cómo se han sobrespecializado. Es como el caligrafista chino, perfecciona y perfecciona pero no está buscando más. Y siento que eso es lo peligroso, justamente por mi interés en estar moviéndome.

Negative Nature (Typeface), 2012
    
       Yo creo que el arte es el avance en una idea que se hace de muchas formas. Hay gente que toma una idea y la desarrolla de forma muy constreñida, yo soy muy expansivo y me vale madres; sin embargo, pongo todos mis trabajos juntos y veo un estilo. Siempre estoy buscando una libertad en el arte. Es paradójico, entre más desarrollas tu trabajo, más te conocen, más creas un estilo, menos libre se vuelve tu trabajo. Entonces, ¿cómo encuentras algo que detone eso, que te rías de ti mismo, que rompas tus estructuras para lograr de nuevo algo libre pero que en el fondo tiende a lo mismo. Es como el mito de Sísifo.

      En una película puedes contar esa historia. Haciendo arte es muy difícil porque aunque tú lo despliegues en una exposición, la gente no tiende a leerla. Tú no puedes dirigir, aunque pongas cierto recorrido. En el cine sí puedes.

Es decir, ¿de alguna manera buscas concretizar posibles mensajes?

Como artista me cuesta trabajo pensar en un mensaje, pero de cierta forma sí. Ahorita es muy difícil hacer una primera película porque es nuevo, pero también muy fácil porque es nuevo. Si quisiera hacer otra, entonces, ¿qué sería, una de vaqueros?

La langue des morts, 2012
Platícanos de la pieza que tienes ahorita en Manifesta, en Bélgica

También tiene mucho que ver con los lenguajes, las máquinas. Me interesaba la tensión entre lo frío y lo caliente, entre lo hecho a mano y lo digital, que ves mucho en el arte: “oh, lo hizo su asistente”, o “uy, estuvo siete años pintándolo con la lengua”, ¿y qué?

       Sí hay que observar elementos importantes en cosas hechas de cierta manera, por ejemplo, si ves una impresión en serigrafía sí es diferente a una digital, vibra de otra forma, sientes otras cosas, el color se manifiesta de forma diferente. Sí hay cierta importancia de los materiales, tiende cada vez a perderse, pero es parte del arte. En Manifesta la idea era hacer una máquina que dibujara a lápiz. Cuando la logramos, evolucionó a hacer una que dibujara con carbón. Me invitó Cuauhtémoc Medina, porque estaba relacionado con la mina, la industria, la máquina, el carbón; una impresora gigante que puede dibujar potencialmente. El motor es un plotter pero toda la estructura es bastante grande. Lo obvio era “vamos a contar la historia de la minería”, pero eso que lo haga el curador. 

       Clavado en los lenguajes, un amigo me enseñó una simbología que se cree que es de origen sumerio, pero no se sabe bien, viene de la Edad Media. Es una serie de 72 demonios, que en realidad representan la mente, cada uno es un aspecto de ésta. Son esquemas, originalmente los dibujaban con tintas metálicas alcaloides, se cree que son primeros circuitos. Entonces relacioné: “es la máquina que trabaja esos mismos circuitos, que llaman a los demonios y finalmente estamos en una mina, la mina es subterránea, como el submundo”. Tampoco los quise poner tal cual, son repeticiones del mismo patrón, luego cambia a otro. Luego los cortábamos y los colgábamos, como en un taller. Tenía que ver con cómo se activan los lenguajes, si son depositarios de algo místico o no. La máscara es eso, es una forma, a esa forma tú le das un contenido y la pones frente a un público. El lenguaje es eso, la “A” en sí misma no es nada.


Y, del otro lado de la moneda, ¿cuál es el estado actual de Nuevos Ricos?

Nuevos Ricos ya fue, lo terminamos en 2009. Era interesante porque podía operar como disquera. Sí se volvió competitiva pero no nos la tomamos en serio como negocio, podíamos hacer chingaderas, podías sacar el peor disco, mandar un comunicado de prensa echándole caca a tu propio artista, podíamos jugar mucho. En el momento en que se vuelve sólo funcional, ¿qué te queda hacer? Pues dinero. Pero, ¿cómo hacerlo? “Este es el mejor disco, es maravilloso”, pederear, como todo. Para negocio pones una taquería. Ya no había rango de juego, cambió, se dio a conocer más, se volvió cada vez más anquilosada la situación, cambió el espíritu de la época. Nuevos Ricos empezó en un súper buen momento, fue cuando hubo el cambio de gobierno, entró una tendencia de revistas de moda, una nueva infraestructura de medios sin contenido.

Jessy Bulbo

Saga Mama, 2007 (Dibujo de Daniel Guzmán)

       Había muchos lugares donde tocar, la gente quería ir. De pronto empezaron estos grandes festivales, como el Vive Latino, pero para estar en éste hay que estar en tal compañía, y hay que ser cuate de no sé quién, entonces se volvió industria. Hubo cosas de Nuevos Ricos muy importantes como que no metíamos ningún logo que no fuera de Nuevos Ricos, metimos EMI sólo de burla. No nos hizo ricos pero…

Juventud en éxtasis, Maria Daniela y su Sonido Lasser, 2007

A pesar de que inicias cosas por gusto y sin una planeación artística tan concreta, operas de esa manera, abres un interés, tratando de transgredirte a ti mismo también, agotas las posibilidades que te interesan en ese momento y cambias, buscas algo nuevo. ¿Compartes esta opinión? ¿se podría decir que una constante en tu trabajo es la experimentación, la búsqueda?

Sí, es un modo de decirlo.

¿Estás insatisfecho todo el tiempo?

No, es que siento que generalmente se piensa que el artista debe ser creativo y no necesariamente. A mí me parece importante seguir buscando, generando cosas. Sí tengo una necesidad muy grande de tratar de entender cuál es la línea que lo conecta todo mi trabajo. Tampoco es como “¿Qué voy a hacer? Ah, pues, aguacates con…”

El Proyecto líquido, 2012

Aunque manipularas aguacates yo creo que de todos modos acabarías haciendo cosas que se conectaran a lo demás que has hecho

Probablemente, pero todavía tengo que aprender a darme esa libertad. Es algo que estoy intentando aprender ahora, a no racionalizarlo tanto, que no todo tiene que tener sentido.

       Estuve trabajando con un psiconoalista dos años. Entendí que el temblor del 85, que me tocó de 15 años, fue un momento súper importante para mí, éticamente y estéticamente. Estéticamente por ver los edificios caídos, realmente impresionante, como cuando ves una catarata. Cuando ves un edificio derrumbado es estéticamente muy fuerte. Por eso mucha de mi obra es muy apocalíptica o tiene algo oscuro y catastrófico. Estuvimos 10, 15 días sin gobierno y funcionando. Hubo una especie de anarquía positiva, todo mundo echándose la mano. Eso generó la izquierda en México, que en el 88 ganara la izquierda, ahí arranca toda una historia que me ha hecho pensar mucho en mi posición, “no eres ni de derecha ni de izquierda, y te caga todo, ¿pues qué eres?”.

Ciudad de México, 1985
Ciudad de México, 1985
       Momentos como el YoSoy132 me recordó el sentir que la gente quiere un cambio y que sí es posible. En el 85, a pesar del drama, hubo un momento de libertad, pero paulatinamente caímos en la inercia.

Recibimiento a Enrique Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana, ciudad de México, 2012
¿Lo experimental en el arte, es necesario?, ¿es redundante decir arte experimental?

No todo arte es experimental, por ejemplo, el arte sacro. No creo que el arte sea sinónimo de experimentar, creo que hay momentos de experimentación en el arte, lingüísticos, ecológicos, estilísticos, de muchos rangos. Lo único que podría criticar del término arte experimental es que se volviera como una disciplina, como “videoarte”. Puede haber una actitud experimental en la pintura, por ejemplo, Sigmar Polke experimentó cabrón y es increíble por eso. En la música hay experimentación, en el cine, en la literatura. Yo experimento porque estoy buscando algo, no lo tengo muy claro, tal vez nunca lo tendré. Por eso no es válido hacerlo como un ismo o una especialización.

Caca Grande, Libro para niños, 2010

¿Piensas que en algún momento se puede correr el riesgo de que en un proceso creativo se experimente tanto que de pronto los resultados estén alejados de la gente, que no haya una conexión con el público?

Sí. Pero ese es otro gran problema, ¿el arte es comunicación o no? Hay tanta imagen en el mundo que te está comunicando algo preciso, “pícale aquí, cómprate allá, haz esto”, que me pregunto si el arte no es justamente ese espacio del no sentido, donde lo visual, lo musical, lo corporal no hace sentido y por lo tanto nos crea espacio. O si el arte es algo que nos da sentido pero más refinado. Algo interesante del arte es que no acabas de percibir qué es lo que te fascina en él o por qué te pone en cierto estado, y no sólo física sino mentalmente. Y no es un rollo budista.


Cuando te preguntan “¿y qué quisiste decir exactamente con esto?”, bueno…

Es la peor pregunta, me caga, porque justamente hago arte porque no sé qué decir. De alguna forma sí, no es que esté divagando por el mundo pero no tengo un mensaje totalitario o autoritario. Siento que eso es algo que a mi generación nos pegó muy duro. Mis padres, generación sesentayochera, y sí tenían que decir algo. Por ejemplo, a nosotros nos toca la Perestroika. Ustedes ya crecen a partir de esa falta de ideología o ya no es tan clara, o entra el rollo neoliberal. ¿Qué pasa cuándo todo mundo empieza a hablar con esos mismos lenguajes como del Partido Mexicano de los Trabajadores en los setentas? Algo ahí no está cambiando. El 132 es interesante por eso, porque ya es otro lenguaje, otra frescura.


Camino acá uno pasa por el Teatro de los Insurgentes, y en el mural de Rivera, el de la fachada, se puede ver a Cantinflas tomando dinero de los ricos y dándoselo a los pobres…

Es que los murales son cómics; los malos, los buenos, el pueblo, los opresores. Es que nos educaron así, con un mensaje, y estamos esperando un mensaje, pero nos volvemos pasivos. Por eso la tele nos late tanto en México, nos están echando rollo.

El teatro en México (detalle), Diego Rivera, 1953
       Hay cosas que reconoces pero que nunca acabas de entender, como la Coatlicue. Lo interesante es lo reconocible que tiene un dejo de extrañeza.

Podría afirmarse que la más perfecta imagen de Tlóloc, y por ende, de Tlaltecuhtli, es esta que, a partir de Chavero, se ha venido diciendo de Coatlicue... Heriberto Yépez
      Cuando vemos arte experimental totalmente irreconocible, si no está en una sala de exposición, podría estar en la de la basura. Pero cuando ves cosas que medio entiendes y a la vez no, eso es lo que me gusta. Como en el cine de David Lynch.

¿Te identificas con esa búsqueda relacionada a Lynch en la que cuando todo mundo está esperando la convención, ¡pum!, cambias?

Pues lo intento.