domingo, 15 de mayo de 2011

El oscuro resplandor del cine


                                                                                 JUAN PABLO CORTÉS


Durante el mes de Marzo en el pasado Festival Internacional de Cine de Guadalajara  se rindió un homenaje muy merecido a la figura de Werner Herzog,  y se proyectó su filmografía entera que consiste en sesenta títulos entre documentales y ficciones. Esa muestra tuvo una réplica en la Cineteca Nacional donde se pudo admirar su último trabajo; The Cave Of Forgotten Dreams (La Cueva de los Sueños Olvidados), documental originalmente filmado en tercera dimensión acerca de las pinturas rupestres plasmadas en una Cueva del Sur de Francia.

Una vez más, Werner Herzog se hace a la aventura de capturar paisajes secretos que reflejan los más ocultos paisajes del alma humana. 

Pese a que no le gusta ser calificado como “aventurero” sino simplemente como un artesano que pretende contar bien sus historias; en el sentido más puro y clásico, obra tras obra, Werner Herzog es el más grande juglar que ha dado el cine y que afortunadamente se mantiene activo y lejos de todas esas contrariedades que asolan a los cineastas respecto a la validez o sentido de filmar películas en un mundo falto de dioses, abrumado por las catástrofes físicas, económicas y espirituales.

Y no es que nunca se haya preguntado para qué hacer o seguir haciendo películas en medio de todo eso, sino que él ha sido capaz de resolver en la acción sus cuestionamientos para no caer en la parálisis y la renuncia, como muchos otros colegas.

Herzog deja muy claro en su obra y en sus palabras, contenidas en el libro de entrevistas Herzog On Herzog, de Paul Cronin (Faber & Faber) cuando rememora el rodaje de The Dark Glow of The Mountains (El Oscuro Resplandor de las Montañas)  (1985) donde acompaña al montañista Reinhold Messner en su ascenso a las montañas Gasherbrum 1 y 2  en la cordillera del Himalaya,  y es justo al pie de éstas que frente a la cámara, y a quemarropa, Herzog le pregunta por qué seguir escalando montañas, por qué si le ha costado la muerte de un hermano, la pérdida de los dedos  de sus pies y mucha de su razón. “¿No crees tú que estás un poco dañado- le dice- como para seguir subiendo montañas?” Messner le contesta: “Toda la gente creativa está loca. Y no te puedo decir qué sentimientos me mueven a seguir escalando,  de la misma manera que no te puedo explicar qué me mueve a vivir… Después de buscar una razón, he encontrado que yo soy mi mayor razón, mi respuesta.”

 Werner Herzog 


Diría que, en el caso de Herzog, los  documentales son sus mayores obras de ficción;  de la misma manera que es imposible para un documentalista no tomar partido ni dejar de proyectarse en sus “personajes reales.” Herzog lo sabe desde siempre y lo ejecuta siempre de manera brillante: más que ser un Klaus Kinsky sublimado, sus reales alter ego son Reinhold Messner, Walter Steiner, Dieter Dengler, Timothy Treadwell, Fini Straubinger y un largo número de personas en quienes se ha retratado  a lo largo de casi cincuenta años, y que a cambio les ha brindado su fuerza poética como vehículo para cantar sus hazañas de resistencia sin límite.

Seguir haciendo cine, para Herzog, y para cualquiera que vea esta profesión como un sacerdocio, es seguir escalando montañas perdiendo los dedos de los pies, y viendo como, rodaje tras rodaje, mueren tus amigos, tus hermanos y el ascenso a la cumbre es solitario. Pero es algo que no se puede dejar de hacer; simplemente la opción de no hacerlo es un falso planteamiento para el verdadero cineasta, porque éste carece de elección. Va más allá de sí, se vive para hacer películas o, si no puede, es porque tiene que pagar la renta. Va mas allá de si se filma porque le faltan cosas, o si deja de filmar porque ya las tiene todas…  Es algo vital como respirar.

Hace poco, Tom Shadyac, (el realizador de comedias como Ace Ventura y Liar Liar), hablaba en el programa de Oprah Winfrey acerca de su documental I Am, en el que cuenta como pasó de ser un exitoso y millonario director de Hollywood, a vivir en un remolque y donar toda su fortuna a obras de caridad, tras de haber tenido una accidente que casi lo mata. Cuenta que este documental, en el que entrevista a autoridades espirituales y científicas sobre qué es lo que está pasando con el mundo, será su primer paso hacia una filmografía con mensajes más edificantes y positivos, que ayuden a hacer conciencia sobre el daño que se le hace a la Tierra y sobre lo que es la verdadera felicidad… Estar bien con lo que se tiene, no dañar a los animales y comer muchas verduras…

Solo que este director bienintencionado olvida, cegado por su epifanía, que Hollywood viene planteando ese discurso desde hace diez años como una tendencia más,  de la misma manera que las películas de marcianos y abducciones.

Nada que ver con el espíritu de una propuesta cinematográfica y un cineasta que no busca ni vende “el equilibrio de la naturaleza” ni “el bienestar con uno mismo.” Todo lo contrario, porque todo lo contrario es la verdadera esencia de la creación y del movimiento humano. Él, cuya cámara retrató a los niños guerrilleros de Nicaragua, así como la devastación en Kuwait, nunca se ha pretendido como vocero de causas ambientalistas o político sociales. Herzog ha retratado situaciones y condiciones extremas que son inherentes a nosotros, y que nunca podremos cambiar, como tampoco podremos cambiar nuestra naturaleza; solo acaso esculpirla, moldearla, tallarla, para regocijarnos con nosotros mismos, con nuestra soledad y mas allá de que se caiga en pedazos el mundo.

El Oscuro Resplandor del Cine, como el de las cumbres del Himalaya, no se puede empaquetar como el cereal en una caja y adicionarlo con vitaminas, y luego venderlo… Hay que ir ahí y verlo, no esperando absolutamente nada más que el éxtasis de mirar hacia dentro de uno mismo… eso que define Herzog como the Ecstatic Truth.

Fotograma de la película El Oscuro Resplandor de las Montañas

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