viernes, 17 de junio de 2011

Trozadas las palabras en silencio. Ensayando una poética de Max Rojas

                                                                                Gabriela Astorga
    
A partir de que obtuvo el Premio Nacional de poesía Carlos Pellicer, la fama del poeta Max Rojas ha dejado de ser subterránea. La publicación de Obra primera (1958-1986) permite hacer una revisión de una poesía que, alejada de los reflectores y la crítica, de una u otra forma siempre ha llegado a sus lectores.
 
Al hablar de la obra de Max Rojas es casi imposible no referirse al poeta, no sólo por la generosidad que muestra a sus lectores y la entrañable amistad que lo une a muchos de ellos. También es imprescindible porque en la figura de Max Rojas se encuentra una determinante coherencia entre lo que se dice, se hace, se piensa y se escribe. Calificado como un poeta de culto, con una fama injustamente tardía, con una obra que ha circulado desde fotocopias, libros de ediciones independientes, hasta la ahora anunciada (y merecida) publicación de su poemario Cuerpos por el CONACULTA; Max Rojas se mueve de forma escurridiza entre la visibilidad y la sombra.  Al interior de sus textos este juego se traslada hasta convertirse en poética, una poética que puede seguirse a lo largo de la Obra primera (1958-1986) (Malpaís ediciones, 2011): una eterna pugna entre lo decible y lo innombrable, entre gritos y silencios, entre presencias que se evocan y la nada que aparece. Más allá de una dualidad o una dicotomía, el juego de opuestos en la obra de Max es una lucha por la palabra, una palabra que se escabulle, se escapa y, si bien logra concretarse en el poema, éste siempre va acompañado por la sombra de todo aquello que no se alcanza a expresar.
 

Con El turno del aullante, Max Rojas abre al lector, que es en realidad un escucha cómplice, una serie de gritos ahogados, descalabrados en la misma articulación de las palabras. Los poemas son llamadas que no atiende nadie, porque la verdadera llamada no puede pronunciarse, se escucha sólo a través de los espejos y se ve sólo entre las sombras. La expresión de la imposibilidad parte del “lenguaraje en busca/ de qué decir o cómo y para qué” hacia la memoria, ese costal hueco que se llena también de olvido.
El paso a la memoria funciona como un puente colgante frágil hacia la narración inédita que presenta esta edición. Vencedor de otras batallas, narración inconclusa, perdida en el tiempo, es también pieza clave para la poética de Max Rojas. Si en el turno, el grito se ahogaba, en el inicio de la novela aún no escrita, la voz casi desaparece. Queda únicamente la memoria: el Perro, es el recuerdo que regresa sin voz, el aullido, la llamada, esta vez está ya en el pasado. La voz que pesa en el relato es la de la muerte, la de la ausencia de Elba. La palabra no pronunciada a tiempo la ha matado, “y sólo pedazos de trozadas palabras de ternura nos quedaron". La palabra no es ya un aullido vivo sino un testamento.
Ese testamento estalla en Ser en la sombra. Los poemas cortos, los versos aún más cortos, la rapidez del ritmo, las palabras sacadas del costal vació de la memoria, van abriendo paso al silencio, a lo no dicho. El yo lírico ya no llama a nadie, ya no hay grito, al contrario, se va nombrando a sí mismo, pero desde la desaparición. El yo se hace sombra, cenizas, sueño, crujido. Las palabras escritas únicamente nombran todo aquello que ya no está: el silencio, como la sal, carcome. Aquel grito ahogado del turno se ve ahora imposibilitado por la sed. La búsqueda atroz por las palabras torna ya en la búsqueda desesperada de un cuerpo que aloje los silencios.

Lo indecible rebasa la capacidad de la palabra, y en este sentido es más que natural el silencio que guardó Max Rojas después de estas tres obras. Las ausencias eran demasiado grandes para concretarlas en palabras. Tan grandes eran que, treinta años después, lo golpearían con la fuerza de tres mil cuartillas que no podían ya alojarse en la garganta seca, ni en la memoria amenazada por el olvido, sino en el refugio más bárbaro del ser humano: los Cuerpos.
 

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