Emiliana Rodríguez
A
primera vista el edificio de la ciencia aparenta estar erigido sobre suelo
firme y profundos cimientos, como una unidad congruente, monolítica,
dando fe de una sola realidad. Sin embargo, la ciencia es un constructo
dinámico, cambiante. Según Thomas Kuhn, “Parece más bien una estructura
destartalada con escasa coherencia”. Es producto de la observación, del
razonamiento y también de muchas pasiones, siempre de seres humanos.
Cuando hablamos de ciencia es importante reconocer que existen diversas
corrientes. En cada etapa de la historia, una de ellas es la más
conocida, la más financiada, la más fuerte. Este paradigma triunfante define lo
que Kuhn llama la ciencia normal.
En esta era, la visión de la ciencia normal pondera a la materia y la
energía como los elementos fundamentales de la realidad. Según este paradigma,
por billones de años el cosmos estuvo constituido únicamente por materia
inerte, energía, espacio y tiempo. Posteriormente complejas combinaciones de
estos elementos dieron lugar a un nuevo fenómeno: la vida. Los seres
primigenios evolucionaron a lo largo de millones de años, desarrollando un
sistema nervioso que se volvió cada vez más complejo. Hasta que de una
enmarañada actividad neurológica emergió la consciencia.
Sin embargo, incluso en las áreas más exitosas de la ciencia normal, el
papel que juega la conciencia en el devenir de los fenómenos observables es más
fundamental de lo que este paradigma lo permite. La concepción de que la mente
no es más que un subproducto del cerebro y que la experiencia subjetiva no es
más que una ilusión sin efectos causales en la realidad objetiva, presenta
graves problemas. El primero es el problema duro de la consciencia.
Un
mundo de apariencias: El problema duro de la consciencia
La
neurociencia es una de las teorías científicas con más éxito en las últimas
décadas. Pero aún en esta ala del edificio de la ciencia, al verla de cerca nos
encontramos con arenas movedizas. Se enfrentan al gran reto de explicar cómo es
que los procesos físicos en el cerebro pueden generar o incluso influenciar la
experiencia subjetiva. Este es el llamado problema duro de la
consciencia.
Todo lo que percibimos a través de nuestros sentidos, no son más que
apariencias que emergen al ojo de la mente. Son experiencias subjetivas
carentes de atributos físicos detectables por aparatos de medición. Simplemente
se perciben. ¿Dónde está el azul del cielo o el blanco y el negro de las letras
de este texto?
Los colores pueden ser descritos por la longitud de onda de los fotones
que impactan nuestra retina. Pero no hay fotones azules, ni longitudes de
onda color azul. Tampoco los receptores de la retina son azules, ni las células
del nervio óptico, ni las neuronas de la corteza visual. Los colores que vemos,
no están compuestos de materia y energía, no ocupan un lugar en el espacio y no
existen independientemente de nuestra consciencia. Los colores son
apariencias, percepciones subjetivas.
Este razonamiento aplica a todas las percepciones que provienen de
nuestros sentidos. De hecho, las propiedades físicas que les atribuimos a
todos los objetos, que consideramos como objetivas e independientes, tal como
los colores (tan rigurosamente definidos como longitudes de onda), son conceptos.
Alan Wallace afirma:
“Desde una perspectiva radicalmente empírica, todo lo que conocemos por medio
de la experiencia directa consiste en apariencias en nuestra propia mente […] La
mera existencia de un universo absolutamente real, objetivo, y físico, es algo
que sólo sabemos por medio de la inferencia racional”.
Casi toda la ciencia moderna, se basa en la visión de que las teorías
científicas representan una realidad objetiva, independiente de la experiencia
subjetiva. Desde esta visión clásica y materiocéntrica, la brecha
explicativa entre la descripción de las funciones y procesos
cerebrales, y cómo es que estos procesos originan la experiencia
consciente, es evidente e incómoda.
Sin embargo, a principios del siglo XX se formuló la teoría cuántica, cuyas
predicciones son confirmadas una y otra vez con extraordinaria precisión, y su
descripción de la realidad es fundamentalmente distinta de la clásica. Henry
Stapp la describe como: “La teoría cuántica es intrínsecamente psicofísica: tal
como fue diseñada por sus fundadores, tal como es usada en la práctica
científica actual, es ulteriormente una teoría sobre la estructura de nuestra
experiencia, erigida en una radical generalización matemática de las leyes de
la física clásica”. Es otro cimiento elástico en este edificio de la ciencia.
Mente
y cerebro: Pensándolo bien…
Aun
cuando nos sumergimos en la corriente principal de la ciencia, nos encontramos
que, a pesar de todos los intentos por disminuir su papel, la mente se
inmiscuye como una incómoda gotera.
Uno de los principales descubrimientos de las neurociencias en las
últimas décadas es que las conexiones en el cerebro se crean y cambian en
función de nuestra experiencia a lo largo de la vida. Este fenómeno se llama
neuroplasticidad. Existen al menos dos mecanismos que podemos usar
voluntariamente para modificar la estructura y funciones de nuestro
cerebro. El primero, es a través de realizar una actividad repetidamente. El
segundo es pensar algo repetidamente.
En un famoso experimento en Harvard, dirigido por Alvaro Pascual-Leone,
los investigadores pidieron a un grupo de voluntarios que aprendieran un
ejercicio sencillo donde movían los cinco dedos de su mano derecha en un orden
determinado sobre un teclado. Estas personas practicaron el ejercicio diariamente
durante una semana. A continuación, de vuelta en el laboratorio los
investigadores midieron la región de la corteza cerebral responsable del
movimiento de esos dedos y hallaron que ésta se había expandido.
Este hallazgo demuestra la afirmación: la experiencia modifica nuestro
cerebro. No obstante, en el laboratorio no causó ninguna sorpresa. Otros
experimentos con taxistas, violinistas y pianistas ya habían encontrado lo
mismo. Sin embargo, los investigadores tenían otro grupo de personas que durante
esa semana habían hecho el mismo ejercicio, pero sólo mentalmente. Imaginaron
repetidamente que movían los dedos sin hacerlo físicamente, ni tocar en
absoluto ningún teclado.
Al observar la corteza cerebral motora de los pianistas virtuales, se
encontró que el área correspondiente al movimiento de los dedos se expandió de
la misma manera que en el grupo de individuos que realizaron físicamente el
ejercicio. El mero hecho de imaginar el movimiento, causó que el área de la
corteza cerebral se modificara. Este sí fue un asombroso descubrimiento.
Ahora, la neurociencia no sólo se enfrenta al problema de explicar cómo
es que los procesos físicos del cerebro generan la experiencia consciente.
También debe explicar: ¿cómo es que la mente modifica la estructura del
cerebro?
Mente
y cuerpo: El efecto significativo
Otra
prueba contundente de los efectos causales de la mente sobre el mundo físico es
el llamado “efecto placebo”. En 1955 Henry K. Beecher publicó el novedoso
artículo “El Poderoso Placebo” donde reportó que los síntomas de un paciente
podían ser aliviados con un tratamiento que se sabía era inefectivo para esa
enfermedad, siempre y cuando el individuo sostuviera la creencia de que el
tratamiento sí funcionaba.
Desde entonces se han realizado más investigaciones sobre el efecto
placebo, que como el Dr. Alan Wallace señala, sería mejor llamarlo el efecto
mental, o bien, el efecto significativo como lo acuña
Wayne B. Jonas, dado que por definición un placebo es inerte: no presenta
un efecto causal terapéutico. Por lo tanto, el efecto que experimentan los
individuos al consumir el placebo o sustancia inocua, no puede ser producto del
placebo, sino es un efecto psicobiológico relacionado al contexto psicosocial.
La magnitud del efecto placebo varía de un estudio a otro y depende de
la condición que este bajo escrutinio. La escritora de ciencia Sandra Blakeslee
dice: “Los placebos producen maravillas. Tal como las ‘drogas reales’, pueden
causar reacciones secundarias como comezón, diarrea y nausea. Provocan cambios
en el pulso, presión arterial, resistencia eléctrica de la piel, funciones
gástricas, función eréctil, crecimiento del cabello, y condiciones en la piel”.
Otro de los asombrosos efectos del fenómeno placebo, es su poder analgésico.
Investigaciones de imagenología cerebral han demostrado que un tratamiento
placebo efectivo, puede hacer que el paciente produzca péptidos opiáceos que
actúan en los mismos receptores que los opiáceos sintéticos como la morfina,
inhibiendo el dolor.
Los
ladrillos psicofísicos de la realidad: una visión centrada en la experiencia
El efecto
placebo es uno de los fenómenos más incómodos de la ciencia actual.
Hace evidente el problema duro de la consciencia y reta la visión de que la
materia precede en todos los sentidos a la mente. En mecánica clásica el estado
de cualquier sistema a un tiempo t determinado, está dado por
la ubicación y velocidad de cada partícula en el sistema y por la información
de los campos electromagnéticos y gravitacionales correspondientes. Todos los
observadores, su experiencia consciente y sus actos de observación son
concebidos como elementos causalmente irrelevantes en el flujo mecánico y
determinista al interior de su cerebro.
Sin embargo, la física cuántica propone una visión radicalmente opuesta,
donde el acto de observación y procesamiento de la información son causas
sustanciales de la definición de la realidad. Las propiedades medibles,
físicas, observables, surgen como consecuencias secundarias.
Los físicos Anton Zeilinger y Časlav
Brunker explican:
En física cuántica la noción de la información total del sistema emerge
como un concepto primario, independiente del conjunto completo particular de
procedimientos experimentales complementarios que el observador pueda escoger,
y una propiedad se convierte en un concepto secundario, una representación
específica de la información del sistema que es creada espontáneamente de la
medición en sí misma.
De acuerdo con John Wheeler, para que una medición pueda existir, una
verdadera observación del mundo físico debe impartir información significativa.
En vez de concebir al universo como materia en movimiento, él propuso que lo
podemos ver como información siendo procesada. Esto requiere la existencia de
un observador que procese tal información y define un cambio radical de la
visión materiocéntrica del universo a una empiriocéntrica.
Cabe señalar, que aunque esta teoría es sumamente popular en el mundo de
la física y tiene más de 100 años vigente en el mundo, la mayoría de los
psicólogos y neurociéntificos no tienen conocimiento de ella, o desdeñan que
sus consecuencias tengan relevancia en la exploración de la mente y del
cerebro. El Dr. Daniel Siegel es uno de los pocos que han traído este
conocimiento científico al área de la neurociencia. En su teoría de la neurobiología interpersonal formuló un modelo de la salud mental basado en procesos de
integración y de manejo de la información, con aplicaciones muy relevantes a la
psicoterapia y a la educación.
En la teoría cuántica, el mundo físico no está compuesto
fundamentalmente de materia sino de las tendencias o los potenciales de que
ciertos eventos ocurran. La causalidad física entre eventos, el tránsito entre
potencialidades y hechos no puede ser descrita por la teoría, sino que requiere
de una elección humana, de un acto consciente para su definición. En este
modelo, fenómenos como el efecto placebo tienen cabida. Sin embargo, es preciso
ser cautelosos con las extrapolaciones de esta teoría, ya que como Brukner y
Zeilinger afirman “No implican que la realidad no es más que un constructo
humano subjetivo”.
Wheeler habló mas bien de un “bucle extraño“, en el que “el mundo físico
da origen a los observadores, quienes a su vez conciben el mundo físico del
cual emergen”. En este modelo, la mente es reina y como dice Henry Stapp
los ladrillos psicofísicos que constituyen la realidad no son sólidas
actualidades de materia. En las palabras de Whitehead: “Los hechos
finales son gotas de experiencia, complejas e interdependientes”
Referencias
- Beecher, Henry K. (1955) The powerful placebo, Journal of the American
Medical Association 159, no.17
- Blakeslee, Sandra (1998), Placebos prove so powerful even experts are
surprised, New York Times.
- Brukner, C., & Zeilinger, A. (2003) Information and
Fundamental Elements of the Structure of Quantum Theory, in Time, Quantum and
Information, ed. Lutz and Otfried , Springer-Verlag, Berlin, 352.
- Davidson, R. & Begley, S. (2012) The emotional life of your brain:
How Its Unique Patterns Affect the Way You Think, Feel, and
Live–and How You Can Change Them,Hudson Street Press, USA.
-
Kuhn, Thomas S. (1962). La estructura de las revoluciones científicas, Trad.
Carlos Solís Santos, Fondo de Cultura Económica, 3er ed, 2006, México, p.p.
359.
Moerman, Daniel E., Jonas, Wayne B. (2002) Deconstructing the placebo
effect and finding the meaning reponse, Annals of Internal Medicine 136, no. 6.
- Stapp, Henry P. (2007) Mindful Universe. Quantum Mechanics and the
Participating Observer, Springer.
- Wallace, B. Alan. (2011) Meditations of a Buddhist Skeptic: A
Manifesto for the Mind Sciences and Contemplative Practice, Columbia University Press, New York.
- Wheeler, John A. (1983), Law without law, in Quantum Theory
Measurement, ed. Wheeler & Zurek, Princeton University Press, Princeton ,
194.
- Whitehead A.N. (1978) Process and Reality, corrected edition by
Griffin &.Sherburne, Free Press, New York (Originally published in 1929).
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