lunes, 1 de octubre de 2012

Una visión psicofísica de la realidad


Emiliana Rodríguez



A primera vista el edificio de la ciencia aparenta estar erigido sobre suelo firme y profundos cimientos, como una  unidad congruente, monolítica, dando fe de una sola realidad. Sin embargo, la ciencia es un constructo dinámico, cambiante. Según  Thomas Kuhn, “Parece más bien una estructura destartalada con escasa coherencia”. Es producto de la observación, del razonamiento y también de muchas pasiones, siempre de seres humanos.


Cuando hablamos de ciencia es importante reconocer que existen diversas corrientes.  En cada etapa de la historia, una de ellas es la más conocida, la más financiada, la más fuerte. Este paradigma triunfante define lo que Kuhn llama la ciencia normal.

En esta era, la visión de la ciencia normal pondera a la materia y la energía como los elementos fundamentales de la realidad. Según este paradigma, por billones de años el cosmos estuvo constituido únicamente por materia inerte, energía, espacio y tiempo. Posteriormente complejas combinaciones de estos elementos dieron lugar a un nuevo fenómeno: la vida. Los seres primigenios evolucionaron a lo largo de millones de años, desarrollando un sistema nervioso que se volvió cada vez más complejo. Hasta que de una enmarañada actividad neurológica emergió la consciencia.

Sin embargo, incluso en las áreas más exitosas de la ciencia normal, el papel que juega la conciencia en el devenir de los fenómenos observables es más fundamental de lo que este paradigma lo permite. La concepción de que la mente no es más que un subproducto del cerebro y que la experiencia subjetiva no es más que una ilusión sin efectos causales en la realidad objetiva, presenta graves problemas. El primero es el problema duro de la consciencia.


Un mundo de apariencias: El problema duro de la consciencia
La neurociencia es una de las teorías científicas con más éxito en las últimas décadas. Pero aún en esta ala del edificio de la ciencia, al verla de cerca nos encontramos con arenas movedizas. Se enfrentan al gran reto de explicar cómo es que los procesos físicos en el cerebro pueden generar o incluso influenciar la experiencia subjetiva. Este es el llamado problema duro de la consciencia.

Todo lo que percibimos a través de nuestros sentidos, no son más que apariencias que emergen al ojo de la mente. Son experiencias subjetivas carentes de atributos físicos detectables por aparatos de medición. Simplemente se perciben. ¿Dónde está el azul del cielo o el blanco y el negro de las letras de este texto?

Los colores pueden ser descritos por la longitud de onda de los fotones que impactan nuestra retina. Pero no hay fotones azules, ni longitudes de onda color azul. Tampoco los receptores de la retina son azules, ni las células del nervio óptico, ni las neuronas de la corteza visual. Los colores que vemos, no están compuestos de materia y energía, no ocupan un lugar en el espacio y no existen independientemente de nuestra consciencia.  Los colores son apariencias, percepciones subjetivas.


Este razonamiento aplica a todas las percepciones que provienen de nuestros sentidos. De hecho, las propiedades físicas que  les atribuimos a todos los objetos, que consideramos como objetivas e independientes, tal como los colores (tan rigurosamente definidos como longitudes de onda), son conceptos. Alan Wallace afirma: “Desde una perspectiva radicalmente empírica, todo lo que conocemos por medio de la experiencia directa consiste en apariencias en nuestra propia mente […] La mera existencia de un universo absolutamente real, objetivo, y físico, es algo que sólo sabemos por medio de la inferencia racional”.

Casi toda la ciencia moderna, se basa en la visión de que las teorías científicas representan una realidad objetiva, independiente de la experiencia subjetiva. Desde esta visión clásica y materiocéntrica, la brecha explicativa entre la descripción de las funciones y procesos cerebrales, y cómo es que estos procesos originan la experiencia consciente, es evidente e incómoda.

Sin embargo, a principios del siglo XX se formuló la teoría cuántica, cuyas predicciones son confirmadas una y otra vez con extraordinaria precisión, y su descripción de la realidad es fundamentalmente distinta de la clásica. Henry Stapp la describe como: “La teoría cuántica es intrínsecamente psicofísica: tal como fue diseñada por sus fundadores, tal como es usada en la práctica científica actual, es ulteriormente una teoría sobre la estructura de nuestra experiencia, erigida en una radical generalización matemática de las leyes de la física clásica”. Es otro cimiento elástico en este edificio de la ciencia.


Mente y cerebro: Pensándolo bien…
Aun cuando nos sumergimos en la corriente principal de la ciencia, nos encontramos que, a pesar de todos los intentos por disminuir su papel, la mente se inmiscuye como una incómoda gotera.

Uno de los principales descubrimientos de las neurociencias en las últimas décadas es  que las conexiones en el cerebro se crean y cambian en función de nuestra experiencia a lo largo de la vida. Este fenómeno se llama neuroplasticidad. Existen al menos dos mecanismos que podemos usar voluntariamente  para modificar la estructura y funciones de nuestro cerebro. El primero, es a través de realizar una actividad repetidamente. El segundo es pensar algo repetidamente.

En un famoso experimento en Harvard, dirigido por Alvaro Pascual-Leone, los investigadores pidieron a un grupo de voluntarios que aprendieran un ejercicio sencillo donde movían los cinco dedos de su mano derecha en un orden determinado sobre un teclado. Estas personas practicaron el ejercicio diariamente durante una semana. A continuación, de vuelta en el laboratorio los investigadores midieron la región de la corteza cerebral responsable del movimiento de esos dedos y hallaron que ésta se había expandido.

Este hallazgo demuestra la afirmación: la experiencia modifica nuestro cerebro. No obstante, en el laboratorio no causó ninguna sorpresa. Otros experimentos con taxistas, violinistas y pianistas ya habían encontrado lo mismo. Sin embargo, los investigadores tenían otro grupo de personas que durante esa semana habían hecho el mismo ejercicio, pero sólo mentalmente. Imaginaron repetidamente que movían los dedos sin hacerlo físicamente, ni tocar  en absoluto ningún teclado.

Al observar la corteza cerebral motora de los pianistas virtuales, se encontró que el área correspondiente al movimiento de los dedos se expandió de la misma manera que en el grupo de individuos que realizaron físicamente el ejercicio. El mero hecho de imaginar el movimiento, causó que el área de la corteza cerebral se modificara. Este sí fue un asombroso descubrimiento.

Ahora, la neurociencia no sólo se enfrenta al problema de explicar cómo es que los procesos físicos del cerebro generan la experiencia consciente. También debe explicar: ¿cómo es que la mente modifica la estructura del cerebro?


Mente y cuerpo: El efecto significativo
Otra prueba contundente de los efectos causales de la mente sobre el mundo físico es el llamado “efecto placebo”. En 1955 Henry K. Beecher publicó el novedoso artículo “El Poderoso Placebo” donde reportó que los síntomas de un paciente podían ser aliviados con un tratamiento que se sabía era inefectivo para esa enfermedad, siempre y cuando el individuo sostuviera la creencia de que el tratamiento sí funcionaba.

Desde entonces se han realizado más investigaciones sobre el efecto placebo, que como el Dr. Alan Wallace señala, sería mejor llamarlo el efecto mental, o bien, el efecto significativo como lo acuña Wayne B. Jonas, dado que por definición un placebo  es inerte: no presenta un efecto causal terapéutico. Por lo tanto, el efecto que experimentan los individuos al consumir el placebo o sustancia inocua, no puede ser producto del placebo, sino es un efecto psicobiológico relacionado al contexto psicosocial.

La magnitud del efecto placebo varía de un estudio a otro y depende de la condición que este bajo escrutinio. La escritora de ciencia Sandra Blakeslee dice: “Los placebos producen maravillas. Tal como las ‘drogas reales’, pueden causar reacciones secundarias como comezón, diarrea y nausea. Provocan cambios en el pulso, presión arterial, resistencia eléctrica de la piel, funciones gástricas, función eréctil, crecimiento del cabello, y condiciones en la piel”. Otro de los asombrosos efectos del fenómeno placebo, es su poder analgésico. Investigaciones de imagenología cerebral han demostrado que un tratamiento placebo efectivo, puede hacer que el paciente produzca péptidos opiáceos que actúan en los mismos receptores que los opiáceos sintéticos como la morfina, inhibiendo el dolor.

  
Los ladrillos psicofísicos de la realidad: una visión centrada en la experiencia
El efecto placebo es uno de los fenómenos más incómodos de la ciencia actual. Hace evidente el problema duro de la consciencia y reta la visión de que la materia precede en todos los sentidos a la mente. En mecánica clásica el estado de cualquier sistema a un tiempo t determinado, está dado por la ubicación y velocidad de cada partícula en el sistema y por la información de los campos electromagnéticos y gravitacionales correspondientes. Todos los observadores, su experiencia consciente y sus actos de observación son concebidos como  elementos causalmente irrelevantes en el flujo mecánico y determinista al interior de su cerebro.

Sin embargo, la física cuántica propone una visión radicalmente opuesta, donde el acto de observación y procesamiento de la información son causas sustanciales de la definición de la realidad. Las propiedades medibles, físicas, observables, surgen como consecuencias secundarias.

Los físicos Anton Zeilinger y Časlav Brunker explican:

En física cuántica la noción de la información total del sistema emerge como un concepto primario, independiente del conjunto completo particular de procedimientos experimentales complementarios que el observador pueda escoger, y una propiedad se convierte en un concepto secundario, una representación específica de la información del sistema que es creada espontáneamente de la medición en sí misma.

De acuerdo con John Wheeler, para que una medición pueda existir, una verdadera observación del mundo físico debe impartir información significativa. En vez de concebir al universo como materia en movimiento, él propuso que lo podemos ver como información siendo procesada. Esto requiere la existencia de un observador que procese tal información y define un cambio radical de la visión materiocéntrica del universo a una empiriocéntrica.


Cabe señalar, que aunque esta teoría es sumamente popular en el mundo de la física y tiene más de 100 años vigente en el mundo, la mayoría de los psicólogos y neurociéntificos no tienen conocimiento de ella, o desdeñan que sus consecuencias tengan relevancia en la exploración de la mente y del cerebro. El Dr. Daniel Siegel es uno de los pocos que han traído este conocimiento científico al área de la neurociencia. En su teoría de la neurobiología interpersonal formuló un modelo de la salud mental basado en procesos de integración y de manejo de la información, con aplicaciones muy relevantes a la psicoterapia y a la educación.

En la teoría cuántica, el mundo físico no está compuesto fundamentalmente de materia sino de las tendencias o los potenciales de que ciertos eventos ocurran. La causalidad física entre eventos, el tránsito entre potencialidades y hechos no puede ser descrita por la teoría, sino que requiere de una elección humana, de un acto consciente para su definición. En este modelo, fenómenos como el efecto placebo tienen cabida. Sin embargo, es preciso ser cautelosos con las extrapolaciones de esta teoría, ya que como Brukner y Zeilinger afirman “No implican que la realidad no es más que un constructo humano subjetivo”.

Wheeler habló mas bien de un “bucle extraño“, en el que “el mundo físico da origen a los observadores, quienes a su vez conciben el mundo físico del cual emergen”. En este modelo, la mente es reina y  como dice Henry Stapp los ladrillos psicofísicos que constituyen la realidad no son sólidas actualidades de materia. En las palabras de Whitehead: “Los hechos finales son gotas de experiencia, complejas e interdependientes”


Referencias
- Beecher, Henry K. (1955) The powerful placebo, Journal of the American Medical Association 159, no.17
- Blakeslee, Sandra (1998), Placebos prove so powerful even experts are surprised, New York Times.
- Brukner, C., & Zeilinger, A. (2003)  Information and Fundamental Elements of the Structure of Quantum Theory, in Time, Quantum and Information, ed. Lutz  and Otfried , Springer-Verlag, Berlin, 352.
- Davidson, R. & Begley, S. (2012) The emotional life of your brain:  How Its Unique Patterns Affect the Way You Think, Feel, and Live–and How You Can Change Them,Hudson Street Press, USA.
- Kuhn, Thomas S. (1962). La estructura de las revoluciones científicas, Trad. Carlos Solís Santos, Fondo de Cultura Económica, 3er ed, 2006, México, p.p. 359.
Moerman, Daniel E., Jonas, Wayne B. (2002) Deconstructing the placebo effect and finding the meaning reponse, Annals of Internal Medicine 136, no. 6.
- Stapp, Henry P. (2007) Mindful Universe. Quantum Mechanics and the Participating Observer, Springer.
- Wallace, B. Alan. (2011) Meditations of a Buddhist Skeptic: A Manifesto for the Mind Sciences and Contemplative Practice, Columbia University Press,  New York.
- Wheeler, John A. (1983), Law without law, in Quantum Theory Measurement, ed. Wheeler & Zurek, Princeton University Press, Princeton , 194.
- Whitehead A.N. (1978) Process and Reality, corrected edition by Griffin &.Sherburne, Free Press, New York (Originally published in 1929).

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