lunes, 30 de mayo de 2011

El espejismo de la cotidianidad

                                                 
                                                     Ana Fuente


Publicada en 2006, "Laura y Julio" es el relato de la desnudez del alma humana. Juan José Millás se sumerge en las distintas máscaras que el ser humano en aras de relacionarse con sus semejantes.


“Al final, la gente no se casaba por amor, sino por la sombra. Los matrimonios los decidían las sombras, mientras que las personas pasaron a ser mero apéndice de ellas”. Julio termina así la historia para niños que exitosamente improvisa a partir de su experiencia. Efectivamente, en la novela homónima de Juan José Millás, Laura y Julio son un par de sombras encerradas en cuerpos de personas a quienes la vida misma ha conducido por caminos hechos, a quienes el deber ser no les ha permitido tomar y explorar una vereda alterna. 

Laura y Julio buscan evadir el peso de la vida conyugal al introducir un tercero (un interlocutor que les evite la obligación de comunicarse entre ellos) quien, en primera instancia, sería un hijo. Sin embargo, ante la imposibilidad fisiológica de conseguirlo, ese lugar es ocupado (¿acaso usurpado?) por Manuel, el vecino. El orden que parecía resolver la lejanía del matrimonio es en realidad lo que lenta e imperceptiblemente los aleja.

El trazo del camino hecho sólo puede ser roto por un evento tan aleatorio como un accidente automovilístico, el cual provoca que las sombras salgan a la luz no para desaparecer, sino para alumbrar sus pulsiones más ocultas, sus verdaderos motores: ese yo atrapado en un espejismo que sí cabe en la sociedad porque es la profunda negación del más oscuro de sus aspectos. La caja de Pandora se abre al momento del accidente de Manuel, cuando ambos se ven obligados a convivir en pareja y hacer frente al hecho de que ellos mismos son sólo sombras de sus pasiones y deseos.

El espejismo que han vivido durante años repentinamente desaparece. Mientras Julio se convierte en una extraña mezcla de lo que siempre quiso ser y lo que hasta entonces había desdeñado, descubre que Laura también es un vago reflejo de lo que aparentaba, de quien él creía que era. Entre la simulación y la farsa, ambos encuentran esas veredas alternas, ya recorridas por sus sombras, que los llevan a su reconstrucción como individuos gracias a la aceptación de sus más lúgubres afanes.

            La comodidad de la vida en pareja aspira a convertirse en la prisión más silenciosa, donde la condena puede ser eterna precisamente porque el prisionero no tiene noción de que posibilidad de escapar a dicho encierro. La monotonía, el desgano y la falta de pasión son atribuidos al tiempo, que no necesariamente es responsable del letargo provocado por la soledad de la compañía ingrata.

En Laura y Julio, Millás lleva al lector a reflexionar sobre su propia fachada. ¿No somos todos, en buena medida, un cúmulo de sombras que intentamos a ultranza mantener oculto en lo más recóndito de nosotros mismos? ¿No pasamos toda una vida tratando de negarlas aunque a pesar de todo esfuerzo consiguen inexorablemente gobernarnos?
           


 

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