Karina Ruiz Ojeda
El género documental es
tan viejo como el cine mismo. El cine, como la fotografía, surgió como una simple
novedad técnica que sirvió como herramienta de registro. Sin embargo, poco a poco
configuró su propio lenguaje, hasta que llegó a ser considerado un arte, tomando
prestado, a su vez, de otras disciplinas artísticas. El cine siempre ha contado
historias, sean reales o ficticias. ¿Qué es documental y qué es ficción? Creo
que los límites son cada vez más difusos. El documental ha dejado de ser un
género árido, meramente ilustrativo; se ha convertido en una manera de manifestar
un punto de vista sobre lo que pasa a nuestro alrededor.
El
cine es un lugar de encuentro. Cada uno de nosotros vive la experiencia cinematográfica
de una manera específica, pero al final una diversidad infinita de ojos,
cerebros y oídos comulga con un solo fin: ver una película. Partiendo de la
idea de que el cine es un espacio de inclusión social, es natural que sea el
lugar idóneo para la realización de festivales como espacios de pluralidad.
La
proliferación de festivales de cine en México es notoria y creciente. En el
país existen cientos de festivales de cine de distintos géneros, la mayoría
sólo dedicados a la exhibición, y algunos otros dedicados también a la
educación y formación de cineastas. Los más grandes, en cuanto a
infraestructura y presupuesto, son el Festival Internacional de Cine de Morelia
y el Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Hay pocos dedicados exclusivamente
al documental.
En
Oaxaca, el festival de documentales Ambulante ha tenido una respuesta del
público muy favorable. El cineclub El Pochote –espacio de exhibición gratuita
de cine fundado por el artista Francisco Toledo, que funcionó de 1993 a 2011–
jugó un papel fundamental en la creación de públicos de cine en Oaxaca. Ambulante
tiene ya un público cautivo pero es reducido. Considero que debe ser un espacio
más diverso e incluyente, extendiendo estas características al consumo del cine
en general.
El Pochote
Ambulante 2012: Oaxaca, última parada
En general trato de ir
a todos los festivales de cine que puedo. Desde 2007 asisto de manera asidua a
Ambulante, y he trabajado en éste como voluntaria. Tener el programa en mis
manos, leer las reseñas e ir marcando las que más me interesan, en el horario
en el que más me acomodan, es un pequeño placer que procuro no dejar pasar.
Cada
año, Ambulante tiene un tema central; en esta séptima edición fue pensar la
realidad desde la revisión de imaginarios utópicos, repensar qué tipo de
sociedad queremos construir. Este año cerró su recorrido en Oaxaca. A través de
las secciones: Dedazo, Pulsos, Observatorio, Dictator’s cut, Injerto, Sonidero,
Ambulantito, Enfoque, Arthur Omar: una antología, y la recién incorporada
Ambulante 3D, ofreció una selección de 70 películas y un total de 75 funciones,
de las cuales 24 fueron en Cinépolis, con costo; y el resto fueron gratis, en
espacios públicos y centros culturales.
Como
todos los años, traté de ver lo más que pude. Lo más que mis limitaciones de
tiempo y dinero me permitieron. Destaco Anna
Pavlova vive en Berlín, de Theo Solnik. Introspectiva, un tanto desesperanzadora,
de ritmo lento –no apta para personas con poca paciencia–, es una exploración de
los sentimientos y sensaciones que se ocultan detrás de una personalidad sin
otro objetivo en la vida más que entregarse a la fiesta y al alcohol. The Arbor, de Clio Barnard, sobre las
trágicas vidas de la dramaturga inglesa Andrea Dunbar y su familia, es fuerte y
desoladora. A caballo entre la ficción y el documental, está construida con
algunas escenas de obras escritas por Dunbar, material original de entrevistas
y programas de televisión, y testimonios actuados pero basados en hechos
reales.
Anna Pavlova
La
violencia actual del país es retratada sin sangre ni balazos en El velador, de Natalia Almada. Un
cementerio de narcotraficantes es el escenario en el que nos sitúa la directora
para reflexionar de manera silenciosa sobre una de las caras de la guerra
absurda que vivimos en México, desde una mirada que pone atención en la gente que
trabaja para los narcos: la que cuida su último refugio, la que construye
ladrillo a ladrillo sus ostentosos mausoleos en los que son recordados y homenajeados
como héroes, formando una ciudadela más grande cada día; la gente que oye, de
viva voz y todos los días, los lamentos de un país doliente.
El velador
Es
apabullante la visión post apocalíptica de Acción
lenta, de Ben Rivers, un falso documental de tipo etnográfico que explora el
territorio del planeta Tierra dentro de cientos de años, ya reducido a un
conjunto de islas, como resultado de una elevación extrema del nivel del mar. La
Tierra es un misterio, sólo quedan ruinas de una civilización que probablemente
existió. Las sociedades primitivas –ya sean seres de color verdoso o pequeñas
tribus ataviadas de pantalones de mezclilla hechos harapos– comienzan a
construir sus propias utopías. El sonido es clave en la construcción de la atmósfera
polvosa pero a la vez futurista y misteriosa de la película, confeccionada con fragmentos
de audio de películas de ciencia ficción de los años cincuentas.
Dentro
de la sección Injerto, Melanie Smith
y Rafael Ortega presentaron distintos cortometrajes que realizaron en conjunto,
que habían sido exhibidos solamente en un contexto museográfico. En una de las
funciones en el Teatro Juárez, Ortega comentó que es interesante presentar los cortos
en una sala de cine, como un experimento de recontextualización de estas
imágenes en movimiento, que exploran las nociones de espacio y las relaciones
dinámicas que lo componen. Por otro lado, el realizador estadounidense Ben
Russel hizo una presentación-performance en el mismo teatro, enfatizando el
papel que tiene la lucha contra la invisibilidad en su trabajo.
Disfruté
mucho LCD Soundsystem: cállate y toca los
éxitos (Will Lovelace y Dylan Southern), el último concierto que dio esta
agrupación antes de desintegrarse. Confieso que en un momento me sentí parte del
público encendido con el ritmo electrizante de James Murphy y compañía en el
Madison Square Garden.
LCD Soundsystem
Sin
duda, entre mis favoritas están las que se proyectaron en 3D: La cueva de los sueños olvidados y Pina. En la primera, la magnífica
narración audiovisual de Werner Herzog, te convierte en uno los pocos
privilegiados en conocer los interiores de las Cuevas Chauvet, en Francia, que
alberga arte rupestre de hace más de 20 mil años. Me sentí partícipe de la
maravilla que ha resultado de la colaboración
entre la naturaleza y la cultura; a pesar del constante cambio del planeta, se
ha formado una especie de cápsula del tiempo con restos de seres remotos,
formaciones rocosas alucinantes y pinturas que parecen recién elaboradas. Suscita
reflexiones acerca del origen y significado del arte, de nuestra necesidad de
comunicar nuestra visión del mundo y dejar huella.
La cueva de los sueño olvidados
Wim
Wenders regresa al género con un documental sobre Pina Bausch, figura
fundamental de la danza contemporánea fallecida en 2009. El eslogan de la
película, “Baila, baila, de otra forma estamos perdidos”, resume el legado de
Bausch. Bailarines de varias partes del mundo que integran su compañía de danza
dan testimonio oral y corporal de lo que Pina dejó en ellos y a su vez rinden
tributo a la maestra ejecutando las piezas de su autoría. Cabe mencionar que el
3D realza el movimiento de la danza en todo momento; no así en La cueva de los sueños olvidados, en la
que, desde mi punto de vista, en algunas partes el 3D fue un distractor, en
lugar de proporcionar una sensación de mayor cercanía. Ambas son verdaderas
experiencias audiovisuales que vale la pena repetir.
Pina
Wim Wenders
Desafortunadamente
me perdí Araya, joya cinematográfica
de 1959, de producción franco venezolana, realizada por Margot Benacerraf. Tan
sólo en el tráiler pude darme una idea de la belleza monocromática de este
documental, que retrata la jornada
diaria de los habitantes de Araya (Venezuela), pueblo que basa su subsistencia
en el mar. También lamento haberme perdido los documentales latinoamericanos Isla de las flores, de Jorge Furtado, y Lebenswelt, de Elías Brossoise, entre
otros.
Araya
Perspectivas a futuro: combatir la indiferencia e
incentivar la reflexión
El festival está
planteado como un lugar de encuentro. Sin embargo, hay poca participación del
público en las charlas con los autores que se realizan al término de algunas
funciones. Casi nadie hace preguntas ni comentarios. En más de una ocasión el
moderador de la charla tuvo que dialogar solo con el cineasta porque el público
no se atrevía a hablar. Nos hace falta es tener una interacción activa no sólo
con el cine, sino con otras manifestaciones artísticas, no solamente recibir
los contenidos pasivamente. Irónicamente, los asistentes participan muy
activamente entre ellos: mucha gente va al cine a platicar con el de al lado o a
atender su celular. Varias veces tuve que pedirle a algunos espectadores que
bajaran la voz, pues no me dejaban escuchar la película. En este sentido hace
falta una cultura de respeto en las salas de cine.
Es
loable el esfuerzo de presentar de manera gratuita una selección de
documentales en espacios públicos, pero en algunos casos los mejores documentales
que ofrece la programación siguen siendo acotados a Cinépolis. Esto es
comprensible, ya que el festival debe captar recursos para seguir funcionando.
Pero, si bien las entradas son un poco más baratas que las normales, el precio
no es accesible para mucha gente, podrían reducir un poco más el precio y de
esta forma tal vez atraer más público. La asistencia a estas funciones es baja,
excepto en las películas 3D. Respecto a esta modalidad, creo que es un acierto,
pues es un plus muy atractivo para la gente que paga más a cambio de una
experiencia diferente. Y en algunas películas es elemento clave para
apreciarlas. Por ejemplo, los boletos para Pina
se agotaron días antes de la función.
Sin
embargo, observo que cada año hay más afluencia y eso me da mucho gusto. Es
innegable la influencia que El Pochote Cineclub ejerció en la proliferación de cineclubes
que actualmente hay en la ciudad, y en la creación de la cinefilia local. No es
casualidad que Oaxaca sea la ciudad en donde Ambulante tiene más respuesta del
público.
El Pochote
Ambulante
es un festival que está muy dirigido al público joven, con jóvenes trabajando
en sus filas. No sería posible sin los múltiples patrocinadores que suma año
tras año, tampoco sin el apoyo de los cientos de chicos que cada año ofrecen su
trabajo voluntario. Ambulante ha logrado consolidarse como un festival
atractivo tanto para los anunciantes, que encuentran en él un espacio prestigioso
en el cual posicionarse, como para los jóvenes, quienes lo perciben como un
espacio abierto, fresco y diverso.
La
utopía es que esta apertura a la diversidad sea considerada todo el año, que sea
una realidad cotidiana y no sólo por temporadas, no sólo en los festivales. Es
necesario que exijamos un cine más diverso, más ventanas al mundo, para que
poco a poco aminoremos la dominación que tienen Hollywood y Estados Unidos
sobre las salas de cine, no sólo del país, sino del mundo:
“Se multiplican los
espacios de exhibición pero no la diversidad de ventanas al mundo y a nuestra
propia realidad. No deja de ser paradójico: el cine es por esencia universal.
Gracias a él, el espectador se ha vinculado a países y culturas lejanas, por lo
que se reconoce que si algo preparó el terreno a la globalización fue
justamente el cine (Vives, 2002). Sin embargo, esta cualidad universal se ve
amenazada en la actualidad por las tendencias homogeneizadoras impulsadas por
las fuerzas dominantes dentro de la globalización: la avalancha de películas
hollywoodenses viene ahogando las posibilidades de las diversas producciones
nacionales –en casi todo el mundo– de competir incluso en sus propios
territorios”.
En
este panorama utópico, el cine sería un espacio multicultural, de inclusión
social, que combatiera la indiferencia e incentivara la reflexión.
Ana Rosas Mantecón, “Las batallas por la diversidad: exhibición y
públicos de cine en México” en El consumo
cultural en América Latina. Segunda edición. Guillermo Sunkel (Coord.)
Bogotá, 2006, Convenio Andrés Bello.