lunes, 2 de julio de 2012

Notas negras en día de elección

César Cortés Vega


Era una de esas épocas en que la razón humana
se halla presa dentro de un círculo en llamas.
Marguerite Yourcenar. Opus Nigrum.



Scarface y la mente vacía del futuro (1º de julio)

Todo aquel que imagine la sensación que provocan las balas en un cuerpo retacado de cocaína, como el de Tony Montana al final del film de Brian De Palma, podría comenzar a suponer también la calidad del éxtasis antes del sacrificio. ¿Qué es una mente vacía? En los casos de limpieza espiritual –y que por lo pronto no nos compete– paz perpetua que poco a poco ha sido conseguida desde el no-hacer, pero quizá también, en su contraparte oscura, orden radical: una imagen que abarca toda la mente. Atendamos de nuevo a Al Pacino y su sobreactuación. Vibra como un refrigerador en pleno orgasmo, se sabe perdido y por eso va adelante: un antihéroe cuyo dominio radica en una presentación de arrojo corporal. Porque en realidad sabe que su tiempo se ha acabado, sus neurotransmisores mandan información espasmódica, todos sus nervios exprimen la carne mientras su sangre corre con velocidad remolinea. Se ríe y grita: placer del que sigue jugando a ser un bólido de carreras, a pesar de que la autopista haya llegado a su fin.

Un viejo régimen puede volver de esa manera, y sin embargo no estar ahí sino como una especie de muerto-vivo en una película gore, un zombie que repite movimientos de lo orgánico, pero con el alma hueca y la mente vaciada. Lo invertido en sus dominados, está en el principio de su propio proceder. Por supuesto lo que se espera es un choque que conjugue deficiencia con expiación de la forma humana. Joya de realidad que lleva hasta sus consecuencias últimas y en primera persona los símbolos que le aquejan. 

Escena final de Scarface


El delirio como caos de vida (1º de julio)

En la frontera entre un tiempo nuevo y otro caduco está el delirio.  Y es que toda vida vulgar puede portar visos de trascendencia si se le observa en la frontera de sentido. Quizá porque en el límite de un territorio, se observa otro distinto como posible escapatoria de las sandeces que se portan, gracias a que somos herederos del que dejamos detrás. O es que quizá el magnetismo de lo indefinido afecta nuestros procesos mentales, nos hace pensar en una redención fast track. Esa es la fiesta de los locos: las relaciones en desequilibrio, una fuerza de muerte que domina el espacio de lo colectivo y obliga a los más conservadores a retirarse a las orillas de la pelea y permanecer en la espera con la mente anulada, mientras que quienes no han podido acomodarse al cruce de cables de esa contradicción, resisten de distintas maneras. En ese centro ocurre algo inverso a la fuerza que lo provoca: la lucha se da en el desvarío y en su disposición renovada. Producto de otro tipo de vaciamiento, la repetición ad infinitum del viejo orden de las cosas. Entonces, fuera de ese mundo de sensibilidades que occidente nos ha vendido como indispensables, pasa lo que pasa. Caída y vértigo en la espontaneidad del dejarse ir: mecanismo de signos cruzados. El ejercicio de la rebeldía en la ausencia de las cosas. Una reconversión no culposa, que puede crear los nuevos símbolos. Todo depende.

Por eso quien habla de delirio, en realidad refiere un caos en el proceso consecutivo de reconversión del valor. Se trata de una señal poética, el estilo de una ensoñación que reorganiza las imágenes y las coloca poco a poco en una especie de estantería que les da otro sentido. Pero antes de eso, el reven de los locos como una respuesta de insumisión. Porque el tiempo ahí ha cambiado, y aquel que no lo ha entendido no puede sino esperar ese proceso de indocilidad que define el territorio ambiguo entre poder y dominio. La perversión, siempre me acuerdo de decirlo, quiere decir etimológicamente el reverso de la versión. Es decir, el quebrantamiento de los signos, su complejización y acomodo efectivo.


La máquina humana dormida (1º de julio)

Los nuevos mendigos decoran las calles de la Glorieta de Insurgentes. Uno de ellos duerme en una esquina mientras la lluvia le moja. Raíz hedionda en plena putrefacción; no hay mejor representante que él, nadie que nos describa con tal detalle, como si detrás de todos nosotros el miedo estuviera hecho de esa carne descompuesta. Me detengo a mirarlo en mi ascesis de exasperado desconcierto, buscando las señales en medio de la ofuscación electoral, y me sorprendo porque algo de él me dice qué esperar. Alguien –quizá él mismo– ha dibujado en su pantorrilla pequeños puntos de luz multicolor con pintura platinada para uñas. Una galaxia que comparte créditos con los islotes de mugre y ríos de caca. Él es un ciudadano –pienso– y su pesadilla democrática es tan integral como la poesía que porta su cuerpo. Debería estar bailando el sueño de los locos y no apoltronado ahí perdiendo el tiempo, rumiando su tristeza y pasividad. Podría estar feliz mientras todos los burócratas progresistas lloran dentro de sus prisiones hechas de tonterías de apremiante nulidad. Un vigor así le sacaría algo del candor a mi discurso arrebatado. Además colocaría caos en aquel orden de hombres medianos que desean tener poder para reivindicar una repetición de las formas, la necesidad de su distinción que regatea objetividad por la vía de la corrupción. Sin duda el indicador de un tiempo oscuro, porque lo que muestra, aunque parezca paradójico, es que tal cosa no puede combatirse con la reivindicación de la honestidad, sino con el desacato de los valores. Porque en un negro tan profundo como la ausencia de las cosas, como dice aquella canción de Los Punsetes, sólo se puede negociar desde el sinsentido y a costa de la “integridad” que nos antecede, pues ha sido justamente ese el lugar en el que se gestó tal paradoja.


En el estado de shock (1º y 2 de julio)

La calle es un desierto que apunta la espera. Yo llevo los dos dedos pintados con tinta indeleble y mi café del Oxxo. Otro muerto-vivo se presenta frente a mí y pone su mirada en la mía. Trae la mona con activo en la boca y me dice algo. Un balbuceo contra toda lógica. Está perdido por entero, no porque sus palabras no quieran decir nada, sino porque están saliendo de su boca en absoluta soledad. Sus incongruencias podrían ser también poesía gutural, demostración de la ineficacia del lenguaje estandarizado, canción del futuro, y ahí está jodido y sin un rumbo que incorpore su brutalidad calibánica. Una dimensión de lo Real, das Ding que Lacan emparentaría con la Cosa, el vacío primigenio en un “más-allá-del-significado” ineficaz para la simbolización. Y no es nada de eso, sino un sacrificado más del estado de shock que toma a los menos fuertes y los transmuta en la mera demostración del miedo.

Naomi Klein dice que el estado de shock provoca que perdamos nuestra narrativa, el relato que somos capaces de hacer concordar con otros relatos similares1. Y esto puede ser provocado. De hecho es una estrategia de Estado. Estas técnicas son en buena medida resultantes de investigaciones militares llevada a cabo en la Universidad de McHill a finales de los cincuentas, relacionadas con la privación sensorial, que consiste en erradicar todo pensamiento crítico mediante una serie de procedimientos coercitivos. El electro-shock sería una de sus manifestaciones más siniestras. Sin embargo, esto apenas era el esbozo de lo que luego se convertiría en una de las formulaciones del poder más utilizadas a partir de los años sesentas, y que Althusser ya resumiría bajo el concepto de los aparatos ideológicos de Estado. La CIA realizó manuales de contrainteligencia mediante los cuales instruía a sus allegados sobre este tipo de prácticas. Esto al mismo tiempo que el economista Milton Friedman desarrollara su teoría acerca de la producción de shocks en las sociedades, estados de emergencia que permitieran la introducción de un capitalismo liberado de sus resistencias. La tesis fundamental del libre mercado.


Film La doctrina del shock, basado en el libro del mismo nombre de Naomi Klein

Quizá, quienes habrían advertido con mayor claridad el momento paradójico frente al que se encontraban serían Gilles Deleuze y Félix Guattari al publicar su libro Anti-Edipo; capitalismo y esquizofrenia:

La lección era: no os convirtáis en un pingajo. Cuando se establecen oposiciones, no se deja de contraponer el proceso esquizofrénico al tipo que está en el hospital, y para nosotros el terror era producir una criatura de hospital. ¡Todo menos eso! Y diría incluso que la alabanza de un cierto valor del “viaje”, de lo que en aquel momento los antipsiquiatras denominaban el viaje o el proceso esquizofrénico, era una manera de evitar, de conjurar la producción de pingajos de hospital, es decir, la producción de esquizofrénicos, la fabricación de esquizofrénicos…2

Nada hay de extraño en esa sensación previa al desastre. Una corriente circular en aquella mirada indigente, del que no posee, del que ha sido privado de su propio sujeto, de su propia dignidad. Y de inmediato pienso en los medios masivos y en nuestra actitud sumisa ante ellos, como parte de esta doctrina que utiliza en la espectacularización de la vida un shock de una plasticidad sorprendente que es necesario deconstruir si no queremos que las cosas continúen como hasta ahora.


Los días negros (2 de julio)

Apenas todo recomienza. La producción de desengaño sólo se ha incrementado, y tendremos un rey bobo –los más peligrosos– por seis años, un régimen que anuda de nuevo sus lazos sueltos ante la mirada azorada de por lo menos la mitad de este país. Y tendremos también muchos indignados no-indigentes.

Lo que yo celebro es la caída de los mitos simples, hechos de una sencillez que no siempre equivale a claridad. Este espacio político es complejo, porque está claro que carga tras de sí aquel pasado que no ha sido superado, y que involucra incompetencia y autoritarismo encarnado en su conformación. Lo dice la historia, la que regresa a nuestro recuerdo, la que sigue presente en los algoritmos del monolito que sigue ahí, en el centro de la estupidez de todos. La de los que no hemos alcanzado a realizar un trabajo suficiente para destrozar su integridad, y por supuesto la de los que venden su orgullo en la simulación de la precariedad, lo cual los hace doblemente precarios. Y un territorio compartido en la subalternización de cada quien en diversas gradaciones, por una cuantos mendrugos de comodidad. No es que sea raro, y sin embargo en medio de estos tiempos nublados recuerdo que he sido formado, como muchos otros, en el acomodo a esta estructura leviatánica.

Sin embargo pienso también que no hay rastro más perceptible que el que deja el polvo que nos hemos sacudido en el baile frenético. Las calles mojadas son por lo pronto el territorio. El mapa, los momentos de oro en el vacío, ruta a la que pertenecemos muchos, bailando a la sombra de este árbol seco, en busca de la permanencia y la potencia que da la insumisión. Como lo dicen Deleuze y Guattari, la brillante y negra verdad que yace en el delirio3. La naturaleza como proceso de producción que se desborde, que engendre espacios nuevos al apropiarse de la calle para volverla plaza pública, espacio político por excelencia.



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1 Klein, Naomi. La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Paidós. Barceloina, 2007.

2 Deleuze, G y C. Pernet. Diálogos. Pre-textos. Valencia, 1980.

3 Deleuze, F y Guattari, F. El anti-edipo. Capitalismo y esquizofrenia. Pag. 13. Paidós. Barcelona, 1985.





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