martes, 1 de noviembre de 2011

A fuego

APRENDÍ A AMAR EL TRABAJO COMO LA ÚNICA FORMA DE VIVIR BIEN EN LA TIERRA
Entrevista con Rafael López Castro (1 de 3)


Santiago Robles Bonfil
                      en colaboración con Karina Ruiz Ojeda


—Oye Rafael, ¿cuándo nos podemos ver para que te entreviste?
—¿Para que me qué...? No, vamos a platicar como los amigos que somos.


El maestro Rafael López Castro (Degollado, Jalisco, 1946), a pesar de todo, nunca carece de humildad y nos abre la puerta de su casa-estudio, para eso: para conversar. López Castro, diseñador prácticamente autodidacta, como más adelante nos contará, trabajó para la editorial Joaquín Mortiz, formó parte del Grupo Madero, bajo la dirección de Vicente Rojo, dirigió el Departamento de Diseño del Fondo de Cultura Económica (1978-1986), y fundó en 1985 la editorial El Ermitaño. Diseñador independiente en la actualidad, fue invitado a presidir el jurado de la Segunda Bienal Internacional del Cartel en México en 1992 y ha sido acreedor, entre otros, al Premio Quórum al mérito profesional 1999, y al premio Artes de Jalisco 2000. Sus críticos lo llaman “mexicanista”, a lo que él responde que le produce mucho orgullo querer a su país. Platicamos con él de su trayectoria, del ambiente cultural en el que se ha desarrollado y de diseño gráfico, entre otras cosas.


 ¿Qué es la cultura?
La cultura es la parte más libre, más imaginativa de la sociedad. Es muy rico y excepcional que se difunda, porque a la derecha en general no le preocupa. A la derecha le preocupa tener el poder y gobernarnos al estilo PRI. “¿La cultura? No, no, por favor, ¿y eso qué es, tú?”. Empezar a explicarles que es la forma libre que seres humanos proponemos; vernos, leernos, oírnos con libertad… eso le cuesta mucho trabajo a la derecha.

La cultura es un gusto…
Para nosotros sí.

Recuerdo cuando me mostraste el libro que estás haciendo, que la primera página era una foto a doble página de Degollado. ¿Qué recuerdos tienes de Degollado, cómo era?
Mira, yo tuve la fortuna de nacer en una familia que ama el trabajo, y esto quiere decir, por nuestro origen, en este caso jalisciense, de trabajadores de la tierra. Entonces aprendí a amar la tierra. Todo este proceso que ahora se está cerrando, a finales de octubre, principios de noviembre, todos o tenían una gran sonrisa o una gran preocupación porque les había ido bien cultivando la tierra, o no tan bien, o a veces muy mal. Yo entendí este proceso desde el principio. Caminar la tierra es lo más grande que a los seres humanos nos puede pasar. Hay otros a los que les va muy bien haciendo dinero, y eso es lo mejor que pueden hacer, pero yo nunca quise ser Slim. Yo quise amar la tierra como mi gente, trabajándola, compartiéndola con mis semejantes. Nomás que no les resulte tan bien, en vez de trabajar la tierra aprendí a dibujar.


       Entonces, siempre me verás, en medio de todo, en la nostalgia de observar el cielo, nunca con la sabiduría con la que ellos lo hacían, pero todavía decir “va a llover, no va a llover, qué tan fuerte”. A mí, en el diseño gráfico, lo único que puede pasar es que no pueda salir porque está lloviendo, pero allá no. Yo me acuerdo de un lema que ellos tenían en la plática: “Vamos a trabajar, vamos a sembrar la tierra, llueva o no llueva”. Y entonces el necio preguntaba “¿Y si llueve mucho?”: también. Es decir, si no llueve, se les echa a perder, si llueve mucho, también. Mi familia me enseñó a amar el trabajo de la tierra. Había otro dicho que me gustaba mucho, aquello de “está primero comer que ser cristiano”. Entonces comer era trabajar y trabajar era entregarse al proceso de la tierra. Por eso desde que tú y yo nos conocemos, desde antes, pero tú me has oído hablar siempre de Degollado. Y se llama así, hay que aclararlo, en honor al general Santos Degollado. Los curas en mi pueblo se han encargado de ocultarlo y han dicho cada pendejada: “se llama Degollado porque en la época de los cristeros...” Yo ya hasta un retratito estoy preparando del general Santos Degollado, así como una pequeña biografía, que por cierto, el lunes 31 de octubre cumple 200 años de haber nacido.

       Y entonces, así como te lo cuento, esta cercanía, este amor a la tierra, es gracias a mi gente. Fui el primero que aprendió a leer y a escribir “de corridito”, como decía mi abuelo. Esto es cierto, pero además, con ellos aprendí también el gusto por la lectura. A mi abuelo Emeterio le encantaba que yo le leyera, por donde anduvieran sus intereses y mis posibilidades, desde las aventuras de Pancho Villa, de Martín Luis Guzmán, las de Chucho el Roto, la Biblia, las cosas que a mi abuelo le gustaban. A él le gustaba cómo leía. Entonces él me hizo sentir querido a través de la lectura.

       Emeterio es mi santo, San Emeterio, un gran santo, más grande que cualquier otro, porque yo lo conocí. En una familia de raigambre religiosa muy profunda, mi abuelo aguantó hasta que yo me hiciera de izquierda. Me decía: “Mire mijo, respete mi religión, y hasta yo me vuelvo socialista”. Se necesitaba una gran sabiduría natural. Las cosas que yo más amo son las que se dan sin condición de ningún tipo. El abuelo no me decía estas cosas para que lo quisiera, me las decía porque así era. Así aprendí con todos ellos a que de la vida no hay que esperar más nada que vivirla, y vivirla bien con tu gente.

Presa en Degollado, Jalisco

       Y en medio de todo esto, aguantaron que me hiciera dibujante. En quinto año de primaria un día descubrí que dibujaba, y no sé ni cómo. Sólo sé que eso del dibujo fue por el lado de mi padre, tenía fama de que en el rancho dibujaba. A mi abuelo, el padre de mi padre, yo lo había visto dibujar y me gustaba mucho cómo lo hacía. Un día en quinto año me puse a copiar, “¡ah, chingá!”, y me salió, y me empezó a gustar, y la gente que me rodeaba me festejaba. Eso hizo que se me olvidara cultivar la tierra, que me preocupara solamente por dibujar, y desde entonces hasta la fecha yo dibujo por el gusto de dibujar, a veces ni siquiera pensando en que me van a pagar. Solamente ese gustito de dibujar, y a la mejor, tal vez, puede ser, quién sabe, me pagan. Así trabajo yo y por eso me oirás por los siglos de los siglos.

Amén
Sí, me oirás citar siempre Degollado, Jalisco, como el lugar donde yo aprendí, ahí nací, viví cuatro años, soy un chilango-jalisquillo, un jalisquillo-chilango, como quieran. Ahí aprendí a amar el trabajo como la única forma de vivir bien en la Tierra.

Degollado, Jalisco

Y partiendo de ahí, te viniste a estudiar a la ciudad de México…
No, a mí me trajeron. Yo llegué muy jovencito a la ciudad, a los 4 años. Tengo, para presumirles, 61 de vivir en la ciudad, y eso me hace ser un chilango, el típico chilango, cada quién da su interpretación. Para mi “chilango” es correcto decirlo, si me dices que soy nacoteco, también, no me preocupa. Todo lo que me identifique con esta ciudad, que, producto de estos gobiernos priístas, panistas, era el refugio para los que vivíamos en la miseria en el campo. Llegué hace 61 años con mi gente, entonces aquí aprendí a leer y escribir, aquí aprendí todo, por eso digo en ese tono festivo, gozoso, que soy un chilango jalisciense. Amo esta horrorosa ciudad, esta maravillosa ciudad, esta terrible ciudad, de todas las formas que le digamos, la amo. Me dio todo. Tan me dio todo que todavía hasta la fecha no puedo ser feliz si no la camino.

Con una cámara…
Con cámara… yo aprendí con el tiempo, mucho tiempo después, a usar una cámara, como una forma de refugiarme en lo que más me gustó: la imagen. Me encantaba que mis recuerdos estuvieran rodeados de imágenes. Mi gente mayor, sin cámara, eran mejores fotógrafos que yo con cámara. Ellos tenían una capacidad de describir, de decir las cosas. Eran imágenes. Ahora yo, por ejercicio visual con la cámara, de todo trato de hacer con imágenes fotográficas lo que ellos me contaban.


       Por ejemplo, un día unos parientes estaban aburridos del diablito que les salía por todos lados. Un diablito, duende. Un día se hartaron y ella le dijo a él: “Vámonos de aquí, vámonos a otro rancho”. Entonces agarraron las cosas fundamentales, las subieron al burrito, y ahí van caminando, ya iban lejos:
—Oye, qué bien se ve, es que ese pinche diablito —duende, quién sabe qué sería—. Qué bueno, ya nos deshicimos de él… oye, ¿y la olla de los frijoles, sí la pusiste?
—Sí, sí la traje claro, ahí está.
—No, ¡yo! ¡aquí la llevo yo! —gritó el diablito.
       Esa imagen yo la quiero hacer, me encanta lo vivo. Por esto que te cuento es que mi trabajo, con el tiempo, mi reacción gráfica-visual se fue acercando más a la tradición mexicana, a lo que yo siento que somos los mexicanos. En mi caso, me encanta presumir que soy indio güero. Soy güero de rancho, realmente yo sí soy de los que bajaron a tamborazos del cerro. Es una forma de entendernos, sonaron los tambores y ahí vamos.

       A partir de que yo empiezo a dibujar, lo que más me gustaba era hacer retratos, me encanta hasta la fecha, nomás que ahora por el trabajo tengo que hacer más cosas. En mi trabajo me encanta la parte social, por eso yo dejé la publicidad, dejé de hacer esa publicidad de tono universal, en la que lo importante es vender refrescos o lo que sea para que la gente se lo meta por donde quiera.





Con las mujeres con “naranjotas”.
Pues sí, ese es el tema de cajón. A mis 20 años yo quería trabajar, solicité, entré a una agencia, casi a examen, entré y de repente me pidieron que hiciera un anuncio de un refresco. Y yo empecé, dibujaba la botella y me dice mi jefe, que terminamos siendo muy buenos amigos después: “Ponle una chava en cueros, así, mira, sugerente”. ¿Pero qué, la chava también la venden con el refresco?, ¿te echas el refresco y te echas a la chava? No tuve una buena relación con la publicidad comercial.

     Entonces, desde muy chavo también, me empezó a preocupar cómo presumir orgullosamente de mi gente. Indios prietos, indios güeros, indios de todo; la indiada, ésa es la que me cae bien. La que tenemos que chingarnos trabajando. La que tenemos sentido del humor. Chava Flores me encanta. Sus discos sobre el albur, no sé si en otros países tengan eso, yo creo que no, a lo mejor es mi ignorancia. Me encanta esa forma de hablar, y a los chilangos nos encanta. Yo, debo dejar claro, “chilango” lo utilizo como eso, del D.F., nacido o no aquí. Que es de aquí, que él se siente; yo me siento chilango. 





1 comentario:


  1. ¿Todas las imágenes que aparecen al final son de Rafael López?

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