martes, 1 de noviembre de 2011

Vigilia bit


Las máquinas poéticas y el alma (I)
César Cortés Vega

Le meilleur des mondes posibles...
Voltaire, Cándido

I. Las hijas de Descartes

 Francine recorre con la punta de los dedos la parte interior del cofrecito de madera dentro del cual se encuentra guardada. La Marche pour la cérémonie des Turcs, de Jean Baptiste Lully suena sin razón ninguna en el fondo, y aunque Francine no pueda escucharla, desliza también sus pies de metal sobre la base de su cama cerrada. A pesar de que la embarcación se tambalea, Descartes está tranquilo, pues si bien no ha logrado vencer las consecuencias de la escarlatina en su hija, por lo menos ha podido concebir a otra muy parecida, lo suficiente como para que el dolor aminore. Y yo diría, acompañándole en su turbación, que para eso sirve un autómata; es constatación del abandono del alma, de la incapacidad para darle sosiego a ese vacío. Porque si se puede decir que una máquina en efecto no la tiene, quizá sea porque nosotros hemos olvidado la propia.

La historia sobre la hija ilegítima de Descartes no es clara. Sin embargo, hay quienes dicen que no se trata de una leyenda. Francine era consecuencia de la relación que mantuvo con Helena Jans van der Strom, su empleada doméstica en la casa que aquel tenía en Ámsterdam. Y antes de que Descartes decidiera llevar consigo a su hija a Francia para que aprendiera el idioma y fuera educada, la infanta murió a la edad de cinco años. Afligido, el filósofo mandó construir un autómata a su imagen y semejanza, a quien llevaba en un cofre a los lugares a los que viajaba. Se dice que a veces le llamaba con dulzura “mi niña Francine”. Eso hasta el día en el que, en una travesía a lo largo del mar holandés y luego de una tormenta que hacía peligrar a toda la tripulación, los marinos entraron a la fuerza en su camarote. Cuando abrieron el cofre atraídos por el sonido que provenía de su interior, Francine se movió e intentó incorporarse. De inmediato llevaron a la niña autómata ante el capitán, quien horrorizado decidió tirarla por la borda suponiendo que era producto de la magia negra. Muy poco después Descartes moriría de una enfermedad respiratoria el 11 de febrero de 1650.

 

 Más allá de la belleza anecdótica contenida en la historia, e incluso de la clara posibilidad de que esta leyenda fuera creada para el regocijo de algún genio maligno[i] que después de la muerte de Descartes habría colado la broma para opacar un poco la fama de su cartesianismo, no hay por qué desatender que tratándose del padre del racionalismo europeo, el relato coloca un par de puntos cruciales si lo tomamos como ejemplo para hablar de aquello que origina la sensibilidad humana. Si el alma es representación de una inaprensible complejidad, por lo menos una condición compuesta por circunstancias que multiplicadas en nuestra percepción dan una cifra ilegible, es posible también pensar que más allá de la duda metódica que Descartes desarrollara para poder distinguir entre las razones de la vigilia y las del sueño, los humanos tendemos a realizar actos de poderosa sugestión para acallar nuestros pensamientos. O, ¿cómo es que un objeto animado apenas por una combinación cuantificable de operaciones pudiera provocarle al creador de la locución cogito ergo sum, cualidades afectivas con las cuales reinventar a una hija de carne y hueso?



 

 

II. Poesía maquinal

A mí me gusta pensar que las máquinas generan inspirados proyectos, no porque sea yo un inconsciente que no haya ya considerado que en efecto éstas algún día nos controlarán como no sólo nos lo ha documentado con detallismo Terminator, sino nuestro entusiasmo diario por reproducir los algoritmos iterativos de cualquier Mac o PC. Mi interés se centra más bien en el hecho de que si al final alguien consigue construir una máquina capaz de conmovernos con sus palabras sin que encontremos en ella ningún error que a primera vista nos haga negar su discurso por una evidente falta de gracia, contundencia o inspiración, estará probado que nos hemos abandonado a nosotros mismos en el fetichismo de cualquier idea estética que ignore la reconstrucción de un tiempo múltiple por medio del cuestionamiento de un tiempo racional.

 

Pienso en una máquina de poesía evocadora, un recuento de festividad oulipiana que sea y represente mejor cualquier performance poético que confunda rito con espectacularidad. ¿No sería factible que ese mismo espectáculo producido por el baile neurótico de cualquier juglar, su canción de atribulada alma, lo realizara una máquina que nos conmueva del mismo modo?

Si el espectáculo es el Weltanschauung contemporáneo, la cosmovisión del mundo capitalista, como ya lo decía Guy Debord, muchas de las representaciones producidas bajo su manto son su constatación, pues “bajo todas sus formas particulares, información o propaganda, publicidad o consumo directo de diversiones, el espectáculo constituye el modelo presente de la vida socialmente dominante. Es la afirmación omnipresente de la elección ya hecha en la producción y su consumo corolario. Forma y contenido del espectáculo son de modo idéntico la justificación total de las condiciones y de los fines del sistema existente”.[ii] Tras la candidez que hace pensar que aquello en verdad es un acto subversivo, es fácil observar que lo que el poeta y su apreciable público hacen es reproducir condiciones que, sin haberlas revisado del todo,  comparten dentro de un espacio histórico de sentidos cruzados que abarca y determina las estrategias que ellos mismos emplean para colocarse en un campo de trascendencia que asegure su identidad.

 

No digo que la palabra del poeta no sea importante. Yo mismo realizo esas operaciones que concibo como divertimentos de la voluntad, extravíos que conducen a la conmoción. Sin embargo, considero que, aunque suene pretencioso, una poesía absoluta no se lograría por medio de dichos ejercicios —una poesía parcial en tanto pospone por medio de la fabricación del poema la realización del presente— pues ésta no necesitaría de ninguna intermediación para producir sensaciones. Más aún ahora que cualquier anuncio de autos usa las figuras retóricas y la espectacularidad que se vale del quebrantamiento del sentido de manera contundente: hoy la liberación de las cadenas de la rutina también son preocupación de la Coca-Cola Company. Luego, probablemente hoy menos que nunca un puñado de poemas puedan ayudar demasiado a la recuperación del disfrute de la existencia en presente, a la realización de una poesía absoluta que no necesitaría ser nombrada.

¿Por qué no, entonces, plantear de una vez que las máquinas realicen el trabajo poético de conservación espectral, lo representen mejor que nosotros, sean ellas las que, finalmente, lleven a cabo aquellos inspirados esfuerzos pirotécnicos? Como dice el artista y programador Eugenio Tisselli en su breve texto “Sobre la poesía maquinal o escrita por máquinas”[iii] haciéndonos sonreír seriamente al evidenciar una obvia contradicción: “Mucho de lo que el hombre destruye cuando "crea", puede salvarse si las tareas de creación son confiadas a las máquinas”. Para luego agregar:

 

La crisis del lenguaje y la sobreabundancia de estímulos convierten a las creaciones publicadas en una mera caricatura de la profundidad buscada, y las condenan a una muerte súbita y miserable, que puede evitarse solamente si el mercado necrófilo las mantiene con respiración artificial.




Esta provocación no es gratuita si pensamos en el espacio privilegiado y sobredeterminado que se le concede al creador cultural, hecho que invita, pero que a la vez le arrebata la posibilidad de la experimentación personal al ser común y corriente volcado en la producción en masa a la cual se le ha extirpado todo lo que no pase por las exigencias de un tiempo alienado en la seriación del producto. Sin embargo la sugerencia de Tisselli no es derrotista, pues refiere un problema tradicional entre vida y obra, que siempre dejará una puerta abierta: puedes salir, si quieres, pero debes saber negar lo que hay detrás.

Porque en esencia lo que plantea es sediciosamente simple; ¿y si el creador se dedicara a afectar la vida en una especie de acción directa y dejara que las operaciones de embellecimiento las realizara un autómata cantarín? Podría ser entonces que los proyectos encapsulados y colocados en las estanterías se realizaran no como obra sino como vida y experiencia del presente, y el fetiche maquínico fuera finalmente abandonado a sí mismo, a su buen gusto y perfección. Habría entonces de inmediato que recordar aquella vieja frase de Rimbaud: “Mi vida sería siempre demasiado inmensa para consagrarla a la belleza y a la fuerza”.

Sin embargo, yo estaría a favor de una especie de exorcismo de la máquina, una inclusión que le permitiera liberarse también a ella. Podríamos independizar a las máquinas diabolizándolas, pervirtiéndolas, devolviéndoles su estatuto objetual en la fiesta humana de los locos. ¿Qué son el Yo Robot o La Eva futura sino esclavos al servicio de la necedad de la mercancía política del cuerpo? Si fuésemos capaces de enseñarles la lengua de quienes las han esclavizado, como hizo Próspero con Calibán, aprenderían a insultar el paradigma de su propia creación.

Al ser que finca su confianza en el origen inalterable de una “verdad” que generaliza una visión parcial, las palabras mal construidas le resultarán siempre amenazantes. Y las palabras de ese otro-máquina no necesitarían ser rescatadas, ni siquiera redimidas, pues éste, hablaría como un bruto, insultaría sin ningún tipo de lirismo ni retórica visionaria, cometería el asesinato de la cultura. Ese otro que ningún poeta bien portado desearía como público, sería radical en su negación y en sus palabras ininteligibles, satisfechas en un rito sacrificial y de purificación absoluta.

 

III. Máquinas abstractas

La inalterabilidad lingüística que propone el conservadurismo, el respeto irrestricto a los cartabones de la ortografía, a los modos de hacer un poema o a los formatos establecidos por la tradición, pervive sobre una certeza no del todo revisada, ilusión que le hace suponer al moralista que por lo menos su proceder protocolario es correcto, y sus desviaciones, desaciertos justificados. De cualquier manera, ahí está el “área de oportunidad”, como dicen los mercadólogos: ¿emocionalmente, qué hace Descartes frente a su hija mecánica que no haga ya el casto rentista que se compra una muñeca inflable y que con amorosa lascivia acaricia sus pechos de plástico? Somete al objeto a sus elucubraciones, sí, pero además le da vida simbólica. Y qué diferencia tiene eso con las simulaciones exacerbadas de nuestra representación ilusoria en las redes sociales, con las cuales hemos dejado de lado nuestra búsqueda de presente a favor de las constantes de la tradición social.

Gerald Raunig en su libro Mil máquinas,[iv] realiza una revisión de la idea de las máquinas relacionadas con la producción capitalista complejizada por Marx y explica cómo Deleuze y Guattari, basándose en esta crítica, desarrollaron la idea de máquinas deseantes que a través de agenciamientos específicos pueden negar, aunque sea de manera simbólica, ciertas estructuras de alienación a las que comúnmente han sido vinculadas. Y luego de revisar las características de distintas clases de ellas —máquinas teatrales, máquinas de guerra, las máquinas Mayday— habla de las máquinas abstractas citando en el principio del capítulo al mismo Deleuze y Guattari: “Una máquina abstracta de mutación, que actúa por descodificación y desterritorialización (…)  es la que traza las líneas de fuga: dirige los flujos de cuantos, asegura la creación conexión de los flujos, emite nuevos cuantos. Ella misma está en estado de fuga, y dispone máquinas de guerra en sus líneas”.[v]

Esto es posible si se concibe a la máquina compuesta de partes que no son únicamente la reafirmación del organismo entero, sino además capaces de funcionar para algo distinto cuando son desviadas. Lo anterior provoca no una interrupción en el flujo de energía, sino una redirección que las hace inoperantes para un sistema, pero fundadoras de uno distinto. Así la “máquina se posiciona contra la artificialidad de la forma-Estado”, lo que se traduce en posibilidades abiertas de uso. Las máquinas abstractas no se opondrían a la realidad, sino que serían posibles en un movimiento de virtualidad sugerente. Según Raunig, sus características serían ambivalentes pues procederían por difusión, virtuosismo y monstruosidad: difusa en tanto podría estar presente en diversos espacios, modos de producción y estratos sociales; virtuosa dado que apunta al conocimiento abstracto, al trabajo cognitivo y afectivo a la vez; y monstruosa en tanto su forma es la informalidad y la hibridación de sentidos.
            Y de inmediato pienso de nuevo en Francine y en un atribulado padre que muy bien hubiera podido vivir sin culpa con un modelo como el recién descrito. 

 



[i] En Las meditaciones filosóficas, Descartes dice que existe la posibilidad de que los humanos sido creados por un Dios maligno y, en consecuencia, que éste tuviera la intención de engañarnos por medio de la percepción. La duda metódica se defendería de este “genio”. Con ello Descartes sugería la parcialidad de nuestras verdades más acendradas.
[ii] Guy Debord, La sociedad del espectáculo, trad. José Luis Pardo, en Observaciones filosóficas. Madrid, 2005. Consultado 25 de octubre 2011. En línea: http://www.observacionesfilosoficas.net/socedadespectaculo.htm.
[iii] Eugenio Tisselli, Sobre la poesía maquinal o escrita por máquinas. Un manifiesto para la destrucción de los poetas. (2011). Manifiesto de Eugenio Tisselli leído para Ágora Speed. Recuperado el 23 de octubre del 2011 de http://www.youtube.com/watch?v=M_vtoMU3kIk.
[iv] Gerald Raunig, Mil máquinas. Breve filosofía de las máquinas como movimiento social. Madrid, Traficantes de sueños, 2008.
[v] Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Barcelona, Pre-textos, 1999.

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