viernes, 1 de junio de 2012

Algo sobre las redes (anti)sociales


Ana Fuente


El uso de las arrobas y el gerundio ha adquirido una relevancia que nunca pensamos otorgarle. La primera servía, en el origen, para señalar un dominio en una dirección de correo electrónico, mientras que el segundo era una forma verbal sumamente despreciada por los que sabían escribir. No significaban nada en absoluto.

Hoy, la arroba se ha convertido en una especie de tachuela en el mapa. Ha surgido en nosotros, por alguna extraña razón, la necesidad de decirle al mundo exactamente dónde estamos. El mundo de antaño no sentía el menor interés por saber dónde nos encontrábamos, del mismo modo que la humanidad podía, afortunadamente, pasearse en el más profundo anonimato. Ahora, cada locación tiene una implicación que deseamos comunicar: @elsuper (soy independiente y sé cocinar), @elgym (tengo un físico escultural), @elrestaurantedemoda (vivo la cúspide del buen gusto), @ciudadeuropea (tengo dinero), @parajeexótico (soy interesante), @elhospital (no quiero decir que estoy mal, pero por favor pregúnteme qué tengo)… y un sinfín de sitios cuyo subtexto debe ser interpretado en función del más común de los lugares. 

Queremos que nuestros “amigos” sepan dónde estamos. Dolorosamente, el siglo XXI nos permite entrecomillar la amistad, porque nuestros llamados “amigos” en internet son, en su mayoría, lejanos conocidos, cuando somos afortunados. Mi perfil de Facebook dice que tengo 974 amigos. Con toda franqueza, puedo decir que a mis amigos los cuento con los dedos (probablemente sólo necesito una mano), y que puedo hacer una lista de conocidos, pero dudo mucho que en dicha lista haya casi mil personas. Sorprendentemente, la mayoría de las veces hago una revisión rigurosa de la persona para estar convencida de que la conozco, y sin embargo hay “amigos” que en este momento no sé de dónde me inventé. Peor aún, cuando uno sí conoce a una persona pero no la recuerda (o no la identifica porque el susodicho decidió que su nombre artístico fuera Pedro RZTS) y decide no aceptar la famosa “solicitud de amistad” (¿de cuándo a acá se le solicita a alguien ser su amigo?), uno se convierte, automáticamente, en persona non grata, no sólo por el dichoso Pedro, sino por los conocidos en común, a quienes dirá lo desagradables que somos porque rechazamos (Facebook prefiere el eufemismo “ignoramos”) la solicitud. 

De tal manera, no sólo nuestros amigos y conocidos saben exactamente dónde nos encontramos (y muchas veces con quién, gracias a las famosas etiquetas), sino también los amigos de los amigos, los conocidos de los amigos y los conocidos de los conocidos, es decir, personas con quienes tenemos un nexo tan delgado que es casi imperceptible.

El gerundio, por otra parte, es empleado para dar a conocer qué actividad estamos realizando en el instante de la escritura: Leyendo, estudiando, haciendo tarea, viendo una película, yendo al cine, comiendo… Hemos creado una necesidad completamente artificial de anunciar el sitio, la ocupación y la compañía en la que nos encontramos. Triste es, más aun, que ni siquiera haga falta una computadora, ni una red inalámbrica de internet para poder existir en el ciberespacio. Lo único que se requiere es un dispositivo móvil con red integrada, lo cual nos permite estar 24 horas al día los 365 días del año comunicados con otros.

¿Por qué me importa la vida de gente que dejé de ver hace más de una década? ¿No es obvio que dicha persona no es, ni remotamente, indispensable? ¿Por qué me interesa ver las actividades de otros en lugar de realizar las propias? ¿En nombre de qué sacrificamos nuestra intimidad?

No sin vergüenza confieso que me he descubierto consultando las redes sociales en mi teléfono mientras me encuentro en una reunión rodeada de amigos y familiares. Visto en perspectiva, no puedo dar un argumento ni una razón para dejar de convivir con la gente que elegí en pos de una pseudoconvivencia con gente a la que apenas recuerdo, gente que probablemente ni siquiera me salude en la calle aunque ambos sepamos, en silencio, que somos “amigos”.

El contacto cibernético nos ha alejado de quienes físicamente están cerca de nosotros, de aquellos cuya compañía elegimos conscientemente, para acercarnos a quienes por una u otra razón perdimos en el camino. Aquellos que vivimos lejos de nuestras familias no nos comunicamos con nuestros seres queridos vía redes sociales, tenemos muy claro que la forma óptima es el teléfono y, si acaso, el correo electrónico. ¿Por qué entonces perdemos el tiempo enterándonos de chismes y chistes estúpidos en las redes en detrimento de nuestra convivencia real? 

No es sino una forma de evasión. Nos alejamos de nosotros mismos, apagamos el cerebro y encendemos el acumulador de estupidez. Nos encontramos cara a cara con la tentación de nuestro pasado, con saber si nuestro exmarido tiene o no una mujer más interesante que nosotras, con saber si nuestra exmujer tiene o no un marido con más y mejores cosas; cuando rascamos en lo más profundo del baúl de los recuerdos, podemos ponerle fotografías, afirmaciones e información que, más allá de permitirnos volver a cerrarlo, nos conduce a idealizar algo que por una u otra razón llegó a su fin. Satisfacemos de la manera más malsana curiosidades a las cuales pudimos nunca habernos enfrentado pero están ahí, en nuestra pantalla de inicio, a pesar de nosotros. Nos enteramos de pasados que no queríamos conocer, permitimos que la duda se siembre y provenga de sitios que nunca imaginamos (¿Quién es? ¿Por qué le escribió eso? ¿Por qué le escribió así? ¿De dónde salió esa foto? ¿A qué se refieren esos puntos suspensivos? ¿Por qué consulta su perfil?); nos entrometemos no sólo en la medida en que nos lo permite el usuario, sino en la medida en que los “amigos” de ese usuario nos lo permiten al subir fotografías, comentarios y otras curiosidades sobre la gente.

Las redes sociales enajenan y nos alejan de la realidad. Las personas en la realidad no son las mismas que en la pantalla: Ellas son más bonitas, ellos son más guapos, ellas son más altas y tienen cuerpos esculturales (¡Ah! ¡Las bendiciones del photoshop y la perspectiva!), ellos tienen más dinero y mejores coches. Buscamos en el ciberespacio la aprobación que no nos arriesgamos a solicitar en la vida real. Las mujeres se toman fotografías sugerentes y provocativas para despertar las pasiones que necesitan para sentirse hermosas; fotografías en traje de baño, fotografías en lencería, fotografías desnudas. Todo aquello que ocultan en el día a día puede ser encontrado en internet con la finalidad de convertirse en objetos públicos de deseo: En Facebook todas podemos ser la playmate del mes.

¿En qué momento creamos la artificial necesidad de convertirnos en otra cosa? ¿Por qué ya no podemos asumir ese riesgo en la vida real y tenemos que ocultarnos tras una pantalla? ¿Qué vida vivimos con mayor frecuencia?

Estamos comunicados en la red permanentemente. Los teléfonos inteligentes nos han llenado de vacío al zambullirnos en un mundo artificial, manipulable (ni siquiera sabemos por quiénes) y profundamente manipulador. Pasamos las horas del día consultando el teléfono para ver qué hace la gente que probablemente nunca nos llamaría, recibimos mensajes de texto, consultamos Twitter, navegamos en Facebook, y, mientras tanto, la persona que se encuentra justo frente a nosotros, quien puede vernos, escucharnos y conocernos como verdaderamente somos, debe esperar a que terminemos algo que a todas luces no es tan importante como queremos hacer creer. La convivencia humana como la conocíamos ha empezado a desaparecer: Si no tienes Facebook, no tienes face, dicen las nuevas generaciones. Nuestra existencia se ha reducido a la creación de un perfil con una fotografía en la que somos quienes nos gustaría ser, donde ponemos lo que nos gustaría que la gente supiera de nosotros. Somos un producto que nosotros mismos inventamos y pusimos a la venta para generar “amigos”, para incrementar nuestro índice de popularidad, para estar presentes en la vida de personas que están presentes en la nuestra de la más artificial de las maneras: a través de una pantalla.

Es posible defender a las redes sociales, sin duda. De no ser por ellas, el movimiento estudiantil #YoSoy132, por ejemplo, no hubiera logrado la misma convocatoria en vista del evidente silencio de los medios de comunicación para sabotearlo, ni tendríamos acceso a toda la información que proporciona, aún hoy, Wikileaks. Internet es una plataforma magnífica para evitar la censura, para dar a conocer las voces de quienes de otra manera no tendrían forma de publicar, para crear movimientos que se opongan al sistema puesto que no están regidos por él; las cibercomunidades han demostrado estar por encima del control gubernamental al grado de tener más peso que la prensa misma. 
  

Ojalá el uso de las redes sociales se orientara a eso, ojalá los usuarios lo orientáramos así. Ojalá funcionaran en primera instancia como una vía para criticar y modificar un sistema que se alimenta de homogeneizar a la población, de hacer individuos estáticos y fatuos, ávidos de aprobación en forma de likes recibidos.

Armas de doble filo que oscilan entre la libertad y la enajenación, las redes sociales nos devoran a pasos agigantados. De nosotros depende utilizarlas como herramientas para una sociedad que privilegie la idea de comunidad por encima del individuo solitario cuyo tacto se reduce únicamente a la impersonalidad del teclado. 



1 comentario:

  1. Estoy totalmente de acuerdo; otro ejemplo muy representativo es el sólo hecho de quedar con alguien para platicar y salir, cualquier persona (novio, amigo/a, compañero de clases), el asunto ahora es: DE QUE SE PODRÍA PLATICAR? con toda franqueza no creo que los temas sean muy variados, permítanme tener un margen de error, pero casi el 99% de las actividades de cada quien ambas partes ya las saben por vía Facebook, las reacciones de sorpresa ya no son las mismas por saber de antemano las noticias del amigo en cuestión, se fractura la convivencia, el compartir; hay gente que incluso, en lo personal, me llega a asustar al ver que TODO el día se la pasan en Facebook o en Twitter, a mi no me interesa sinceramente si mi amigo está esperando en una fila del banco, si está sentado en una iglesia muy aburrido, vamos, en todo caso de que le respondiera, Qué podría contestar a eso que escribe?, no sé, no puedo hacer nada para "desaburrirlo", tampoco puedo decirle: sigue esperando tu turno en la fila, ya casi te atienden, se escucha patético, lo único que puedo hacer es hacer caso omiso y no comentar nada a menos que me pregunte directamente. Para finalizar pondré algo que considero de suma importancia y que espero reflexionen: Las redes sociales por más candados que apliquen los usuarios en su perfil, nunca falta el amigo agregado que se la pasa checando nuestros perfiles, espiando o en actitudes psicópatas, aveces Facebook es necesario cuando se requiere de publicidad para un producto o servicio, pero cuando se trata de un perfil personal se debe tener cuidado de no caer en la enajenación y pasar de una vida real a vivir una vida virtual donde nada es real, donde el 80% de los contactos realmente no son tus amigos y dejar de priorizar estos medios antes que estudiar, trabajar o convivir con uno mismo y la demás gente.

    Gracias, Atte. Ana

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