lunes, 1 de agosto de 2011

La primera mirada



“Si alguien dijera un día de nuestro trabajo: restauró la mirada, la mirada perdida del siglo XVI, entonces habré cumplido mi cometido” escribió Vladimir Kibalchich. Convencido absolutamente del poder de re-creación del arte, Vlady ofrece una obra que pretende hacer notar lo invisible, lo que se pierde a simple vista en la imagen.


Candor Chávez




Vladimir Kibalchich (1920-2005) conocido como Vlady, fue un pintor nacido en San Petersburgo, Rusia, que radicó en México para generar una de las obras más originales que se han gestado en nuestro país. Poseedor de una gran habilidad para el dibujo, su trabajo pasó por la pintura de caballete, los murales, y la gráfica. Vlady vivió con un profundo desinterés por la fama y en sus escritos confiesa sentir que se traicionaba en el momento de tener que vender su trabajo. Aprendió de Van Gogh que el artista no hace obra para vivir, sino que vive para hacer su obra.



Su padre, el activista político Victor Serge, se pronunció por las ideas de Trotsky, razón por la cual se exilió con su familia a diferentes ciudades de Europa, y más tarde llegarían a México. Sus convicciones políticas se afianzaron desde la infancia, creía en el comunismo, pero en uno que todavía no se gestaba, detestaba la manera en que había nacido la izquierda en nuestro país, criticaba la desigualdad, la falta de participación de la ciudadanía en los asuntos que le competen, los fanatismos del pueblo, la explotación y el retraso educativo.

La revaloración de las técnicas del pasado, sobretodo desde la lectura del libro de Max Doerner Los materiales de pintura y su empleo en el arte, significó para Vlady una ampliación de sus soluciones pictóricas, de ninguna manera una restricción, por lo que supo emplear distintos barnices, pigmentos, aceites, soportes y procedimientos como la combinación de temple y óleo, que además garantizan la durabilidad de su obra y la fidelidad de los colores, transparencias y contrastes.

“Pretendo una pintura que no se salve por su temática e imagen, sino por la pintura misma. La muerte de Sardanápalo es esencialmente una pintura, incidiendo en sentidos siempre previos a la razón, nutriendo su enriquecimiento”, escribió en uno de los ensayos reunidos en el libro Vlady: Abrir los ojos para soñar. Pensar que la idea es la obra le parecía incorrecto: el concepto en la pintura no está escrito en la cédula del museo, está en la praxis, en la ejecución, ¿es igual una fruta pintada por Cézanne, otra por Chardin, o una por Richter?  “Con la abstracción, los texturismos, y toda clase de ismos, el cuadro parecía encontrarse a sí mismo. Pero a la postre resulta que los ismos son conceptos. Y el cuadro no es eso, ¡es otra cosa!, cosa de ver y sentir. Cosa de percibir con los sentidos y expresarse con materiales concretos”.




La Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, fundada en el edificio que solía ser la iglesia de San Felipe Neri, ubicada en la calle de República del Salvador, en el Centro Histórico de la ciudad de México, alberga alrededor de dos mil metros cuadrados de pintura, entre frescos y cuadros al óleo de gran formato, que se fijaron en el interior de los nichos. Este trabajo, encargo del presidente Luis Echeverría, está dedicado a la memoria del padre del artista y se llama La revolución y los elementos. En las paredes está plasmada la toma de la Bastilla, la revolución del pensamiento freudiano, del pensamiento leninista, las revoluciones en América Latina, la independencia de las Trece Colonias. Luego de ocho años de trabajo, prácticamente sin ayudantes, quedó terminada una obra en la que puede observarse que Vlady plantea nuevos paradigmas en la historia del muralismo mexicano.




En su obra, Vlady apostaba a la pintura, no a la imagen, a la clase de obra que se debe ver en vivo, que pierde cualidades al ser reproducida en libros. La rara cualidad del objeto pictórico, como la cúspide del color en Tiziano, la luz en Rembrandt, que es imposible de recordar en detalle.  Esto  puede observarse en los bocetos de los lugares por los que pasó, sus cuadernos con dibujos, muchos de ellos resguardados por el Centro Vlady, constituyen el lado más inmediato de su obra. Los autorretratos que realizó parten de la composición e incluso de la técnica de Rembrandt, pero sin buscar su realismo. En su pintura de caballete, los colores responden más a un estado anímico que al tono local o real del retratado, la transparencia, la luminosidad y la atmósfera, son una búsqueda constante, que une perfectamente el modelado con el dibujo.


En el Palacio de Bellas Artes se exhibió una retrospectiva de su obra en el 2006, donde destacaban sus dibujos y grabados eróticos, que se componen de formas sinuosas, entremezcladas en un acto fantástico, donde los grafismos generan una gran complejidad. Así como se pensaba en el Renacimiento, Vlady reunía lo que más le interesaba de cada modelo con el que trabajaba, para generar un ideal, no un trabajo naturalista; pues en sus palabras “el talento no es más que esta disposición de centrarse en un sentido prescindiendo de los demás. Una disposición maníaca”.

Vlady, el revolucionario, el artista, el viajero, el alquimista, que donara más de cuatro mil de sus obras al pueblo de México, buscó la primera mirada, apeló a la memoria, a la tradición, para continuar un camino poco transitado; hablando de hechos particulares terminó volviéndose un reflejo universal de la condición humana, de sus luchas, de su dolor, pero también de su dicha.





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