lunes, 15 de agosto de 2011

Nota al pie de la pantalla



Eden Bernal



Punto de vista y mundo visible, la mirada está siendo dominada por otro ojo que dirige el nuestro (…) la cámara, un observador inmaterial y privilegiado.
 Sujeto en la Pantalla, Modos de Enunciación en el Cine y el Cyberespacio. LAA/MUAC. 2008.


A partir de la modernidad y casi de forma global se inició un proceso de inmersión en el mundo de las imágenes. Fotografía, cine, televisión y un cúmulo de visiones prefabricadas plagaron nuestro pensamiento, trastocando la manera en que nos informamos, consumimos, e incluso, el modo en el que recordamos.


Frente a este panorama, diversos núcleos de poder han explotado la cualidad icónica de las imágenes, su latente contenido narrativo y su gran relevancia en el proceso de construcción de la realidad (los ejemplos por excelencia son, por supuesto, estadounidenses; y van desde el polémico montaje de la conquista espacial hasta la prohibición de fotografías de prensa durante Tormenta del Desierto). Así, al extender hasta el espacio sideral la mirada de lectores, televidentes y espectadores; o bien, al limitarla con la siempre conveniente visión oficial, no sólo se re-definió la capacidad perceptiva de la sociedad, sino también el papel determinante que los medios audiovisuales de comunicación –y las imágenes contenidas en ellos- guardan en el desarrollo de la historia. 


Debido a la complejidad de estos fenómenos y de su relación con el ambiente político actual, bien vale la pena hacer una reflexión sobre cómo operan los medios audiovisuales, cuál es el mensaje qué contienen y cómo reaccionamos ante ellas los diversos millones de mexicanos que, a pesar de compartir una nacionalidad, solemos vivir distanciados por enormes diferencias culturales y formas de consumo mediático.






El Equipo Pierde la Batalla

Diez millones de ojos dirigidos hacia la pantalla miran con atención la superficie sobre la cual se intenta configurar el imaginario colectivo de una nación. La batalla, que ha dejado más de treinta mil personas asesinadas en los últimos cinco años, salta de las calles a la impenetrable retícula de cristal, donde héroes arquetípicos, embestidos por el poder coercitivo de la ley, luchan –con un discurso maniqueo− para dirigir el pensamiento del telespectador. 


Durante el mes de mayo, en un horario estelar, la mini serie El Equipo, fue transmitida por el “canal de las estrellas”. Esta súper producción, con un costo de alrededor de 150 millones de pesos e inspirada en hechos reales, permitió que, en cada capítulo, el televidente formara parte de los procesos de inteligencia y operación en los cuales El Equipo capturaba “peligrosos” delincuentes. De acuerdo con el sitio oficial de la serie, en ella se mostraba “…el valor, el esfuerzo y el amor de un equipo de hombres y mujeres, Policías Federales, que cada día arriesgan su vida para proteger la nuestra […] Ellos luchan, se sacrifican y se entregan por un compromiso: que el bien siempre derrote al mal”.


Remotamente similares a los federales mexicanos y mucho más parecidos a los estereotipos de series policíacas norteamericanas –tales como La ley y el Orden o S.W.A.T. - los protagonistas de El Equipo calificaban a las “bajas colaterales”  –civiles muertos entre fuegos− como algo necesario y justificaban el miedo generalizado y la violencia producida por los enfrentamientos entre “los buenos” y “los malos”. De esta manera, rebasados ya los márgenes entre lo real y lo irreal, la intersección generada en la pantalla colocaba al espectador en varias disyuntiva: ¿qué intención hay detrás de mostrar la vida de cuatro agentes de la Policía Federal marcados por la violencia del narcotráfico? ¿La violencia y la inseguridad son realmente necesarias, una verdadera obra del “bien” para acabar con el “mal”? ¿Cómo entender la aparición de esta serie en el contexto nacional?


Al tiempo que el poeta Javier Sicilia encabezaba un movimiento multi-estatal y se exigía la renuncia del Secretario de Seguridad Pública Federal, Genaro García Luna; Televisa, la empresa de entretenimiento más grande del país reivindicaba, a través de su teleshow, el trabajo de la tan criticada institución pública que, inscrita más allá de los márgenes de la ficción, destacaba por su ineficacia y por el ambiente de inseguridad, violencia y crimen que aún perdura en nuestro país.


Sin embargo, fascinados por la imagen en movimiento, los mexicanos permitimos que ésta se precipitara directamente sobre el mundo real, al tiempo que convertimos hechos verdaderos en imágenes vacías. En esta siniestra danza entre las dimensiones de lo real y lo ficticio, El Equipo colocó la envestidura de héroes a los agentes federales (caracterizados por actores de mediana fama), recreó detenciones policíacas claramente provenientes del mundo real –en diferentes momentos del sexenio calderonista− y ofreció un nuevo panorama, distante al que noticieros y marchas presentaban; pero mucho más entretenido, en el que la ridícula vida personal de los protagonistas se traslapaba con temas de interés nacional.


El reconocido periodista Ryszard Kapuscinki nos describe en su libro, Los Cínicos no Sirven para este Oficio, cómo “el problema de las televisiones y, en general, de todos los medios de comunicación, es que son tan grandes, influyentes e importantes que han empezado a constituir un mundo propio. Un mundo que tiene poco que ver con la realidad”. El Equipo no es más que un ejemplo, dentro de una larga lista de acciones mediáticas, de cómo nuestra mirada está tratando de ser dirigida por otra que la antecede; la finalidad de dicha operación es distanciarnos de la inconformidad –y de la realidad. No obstante, las cuestiones planteadas en este texto no se limitan a cuestionar la capacidad del espectador para identificar la falsedad de esta tele-realidad; sino a pensar en las acciones que el público toma ante ésta.



Televidentes que no ven, mentes que no piensan

Ante su derrota contra el narcotráfico en el mundo real, el gobierno federal buscó la victoria en el terreno del imaginario colectivo al colocar carteles monumentales de la SSPF que aún ocupan los edificios gubernamentales de la Av. Reforma, insistentes comerciales en el horario estelar de los principales canales abiertos y, obviamente esta la súper producción televisiva. Todas estas estrategias guardan la misma estética, a un grado tal que resulta diferenciar aquellos que publicitan a la institución y a sus agentes “reales” de los dedicados a la serie televisiva. Sin embargo, a pesar del enorme despliegue mediático –y su evidente costo económico−, la estrategia resultó insuficiente, ya que El Equipo causó más polémica que raiting.

http://www.youtube.com/watch?v=3bHYCl3iSTA&feature=player_embedded


De manera independiente a las demandas que Leticia Quezada, diputada del PRD, levantó en contra de la SSPF por el uso de su personal, instalaciones, transportes y armas para fines particulares, y de la no comprobada desviación de fondos del erario público a las arcas del productor Pedro Torres; el número de audiencia de El Equipo (15.4 de raiting) fue superado por dos novelas: El Triunfo del Amor (23.9 puntos) y La Reina del Sur (20.3 puntos).


Contradictoriamente, esta última ensalza la figura de los narcotraficantes y los presenta como héroes; pero lo importante no es la doble moral televisiva –que por una parte lleva a las televisoras a un acuerdo para cuidar sus contenidos y evitar hacer una apología de la violencia; mientras que por otra les permite transmitir shows donde los héroes son delincuentes− sino la forma en que el espectador reacciona ante aquello que la pantalla le presenta.


Ante la preocupación del gobierno por mejorar su imagen pública, o bien, por evitar un generalizado descontento ciudadano que pudiera salir de su control, podemos decir que los esfuerzos multimillonarios fueron innecesarios, debido a que el setenta por ciento de los televidentes –carentes de una educación sólida, de una visión crítica o del ímpetu por la organización social− simplemente dejaron de evaluar la información por su veracidad y apostaron por el confort. 


Si bien es cierto que “los temas principales que dan origen a las ‘noticias del día’ definen qué pensamos del mundo y cómo lo pensamos”, en el presente ni siquiera es necesaria la censura, la tergiversación o la omisión que caracterizaba los noticiarios de décadas anteriores y que tenía por finalidad controlar la opinión pública. La indiferencia, la pasividad y la falta de participación en las escasas organizaciones y protestas ciudadanas pueden llevarnos a intuir cómo el eje de las preferencias de los televidentes se movilizó a contenidos que ni el propio gobierno federal ni los protestantes por la violencia imaginaron. Hoy, la verdad televisiva no tiene un mayor impacto político, por lo que ya no es necesario acallarla. Convertimos la inseguridad y la angustia producidas por la “guerra contra el narco” en algo cotidiano. Escapamos nuevamente a nuestra imagen en la superficie de cristal y en su lugar elegimos el entretenimiento. Es así que sintonizamos un canal no en función de las posibilidades que nos otorga para acercarnos con el mundo, sino por las facilidades que nos da para alejarnos de él –tan lleno de crimen que se nos vuelve insoportable.




Es difícil saber si en algún momento el público mexicano estuvo dispuesto a reaccionar ante su violenta realidad; lo que es un hecho es que finalmente optó por el tele-letargo, permitiendo que su mirada escapara a la representación del mundo –cada vez más angustiante y cruel−, y se guareciera en la sugestión y el entretenimiento –en cada momento más confortables y preferibles. Así, el panorama resulta más triste de lo imaginado, pues si bien Mcluhan calificaba a los medios masivos de comunicación como “prolongaciones de alguna facultad humana, psíquica o física”, actualmente dicha capacidad es la imperante negación y la parálisis. Olvidamos de la precaria situación política, económica y social porque nos pensamos incapaces de cambiarla. Convertimos cualquier información en espectáculo y, posteriormente, en articulo de consumo. Nos conformamos con la queja casual mientras permitimos que los medios se configuren como los únicos victoriosos en esta guerra; usándonos como alimento para sus raitings al tiempo que dejamos de lado nuestras vidas.


En este tenor cabe mencionar cómo desde hace un par de décadas y hasta años recientes, teóricos de la comunicación como Giovanni Sartori o David Campany  plantearon la capacidad de la imagen para inhibir el pensamiento, el cual quedaba sumergido entre colores, formas, secuencias y ruidos de fondo. Hoy en día, es responsabilidad de los creadores, teóricos y educadores de la imagen desentramar estos elementos y ayudar a construir una mirada mucho más amplia y mucho más crítica ante aquello que se cristaliza en la pantalla.

  

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