martes, 30 de agosto de 2011

Vigilia bit

CAVEWRITING: ESCRITURA INFINITA SOBRE 2.5 m2


Cesar Cortés Vega


Una serie de luces bailan frente a los ojos de un casto clasificador, y eso equivale a contemplar un rayo en el eje de la noche o, incluso, una locomotora que corre frente a los habitantes de un pueblo oculto que conoce por primera vez el cinematógrafo. Especulaciones didácticas de la electricidad y sus cauces que le aterran al nieto del ser nodal de todos los tiempos. Y no hay sorna en mis palabras; mera curiosidad heterotrópica, conjetura filtrada en la observación de los sueños de mi propio vecindario e incluso, autocomplacencia. Porque pienso en el miedo de mis semejantes como pienso en la sedimentación mineral del mundo; el mal está ahí, como el veneno creado en algún hueco de un ser diminuto. Es decir, ninguna cosa que no sea, mediante su complejidad, polivalente. Consolas que responden al bailoteo de los niños o cámaras que traspasan los muros para alimentar de banalidades el ojo paranoico del poder. Polivalente, pero no sutil.



Quiero decir rápidamente: la modernidad es regodeo en la repetición de la inconsciencia, imposibilidad de percatarse de que no hemos salido de la caverna y que probablemente los sueños de caza dibujados en las paredes para capturar el espíritu del animal sean de las mejores cosas que hayamos logrado como humanidad. Insisto: modernidad es el fracaso en la búsqueda vertiginosa del presente y, por ello, según Rimbaud —ese gran maestro de la evasión— habría que ser absolutamente modernos, para conservar (por lo menos) lo ganado. Por eso vale la pena, de frente a las chispeantes voluntades de desconfianza, revisar a un clásico de la modernidad anti-conservadora: Robert Coover, uno de los precursores de la escritura relacionada con la realidad virtual y creador del proyecto Cavewriting.


Coover es un escritor dedicado a observar la línea delgada que tensa el poder norteamericano. A pesar de haber sido miembro de la marina de su país, fue uno de los objetores de conciencia de la Guerra de Vietnam; en 1968 se negó, junto con otros editores y escritores, a pagar impuestos al Estado como una forma de protesta, lo que en los términos de la legalidad económica norteamericana es algo muy parecido a ser un hereje. Una de sus novelas más conocidas —The public burning (La quema pública, 1977)— aborda la ejecución de Ethel y Julius Rosenberg, una pareja que perteneció a las juventudes del Partido Comunista de los Estados Unidos; ambos acusados de espionaje y ejecutados en la silla eléctrica a principios de los cincuenta. Este ejemplo, derivado de un una condición norteamericana, puede darnos claridad acerca de la naturaleza de la escritura de Coover; rendijas, intersticios a través de los cuales el observador se cuela para afrontar y asumir lo que no ha sido dicho.

 

Sus novelas toman en cuenta el papel del escritor que puede, desde el territorio de la ficción, ridiculizar a personajes públicos como un creador artero que les rehiciera la vida para enfrentarlos a situaciones excesivas. Un ejemplo más para pintar a Coover: en varios libros usa como personaje al ex presidente norteamericano Richard Nixon como fetiche de burlas y aventuras sexuales, jugando a un paralelismo borgiano que evidencia conocimiento sobre el poder del artista que usa como estrategias de enunciación dispositivos ficcionales y formulaciones alternas a la historia oficial.

Por ello no extraña encontrar en sus proyectos relacionados con el hipertexto una crítica a la literatura convencional. Esto es mucho más interesante en tanto se trata de un escritor que ha realizado la mayor parte de su obra en edición tradicional —12 novelas publicadas hasta la fecha—, pues su búsqueda no ha sido meramente una adaptación a las nuevas estrategias de difusión, sino que ha estado específicamente dedicada a la experimentación y cuestionamiento de los formatos convencionales de pensamiento. A principios de los noventa declaró en un artículo llamado “El fin de los libros”:

Como siempre interesado en la subversión de la novela burguesa tradicional y en ficciones que desafíen la linealidad, sentí que algo estaba ocurriendo allá afuera (o dentro) y que debería saber de qué se trataba: si es que yo no iba a navegar por las islas de Guyer-Petry, por lo menos debería acercarme a la orilla con mis lentes de campo.

Esta es una de las razones que le hicieron fundar un taller de literatura experimental en la Universidad de Brown en Rhode Island, cuyos objetivos eran inmiscuir a sus estudiantes —que él tildaba de conservadores en tanto deseaban imitar estilos de los escritores que habían leído, más que configurar sus propios universos narrativos—, en la creación de entornos ficticios basados en el hipertexto. 


De estas experiencias surgió el proyecto Cavewriting (La cueva de escritura), un cuarto de 2.5 m2 cuyas paredes son pantallas de proyección sobre las que se puede interactuar de manera que el texto de las obras escritas para ese formato pueda ser manipulado mediante el uso de la realidad virtual. El proyecto, lanzado en la primavera de 2002, tenía como objetivo involucrar al texto en entornos gráficos envolventes que mezclaran a la vez que sonido, movimiento e interacción en un entorno 3D. Involucra equipos de escritores de ficción, poetas, dramaturgos, compositores, ingenieros de sonido, diseñadores gráficos, artistas visuales, diseñadores de modelos y programadores, todos abocados a un fin: desarrollar trabajos de literatura centrados en la manipulación de la palabra, haciendo uso del entorno de The Cave, proyecto de realidad virtual con el cual se realizan investigaciones en el Centro de Tecnología de Computación Científica Avanzada de la Universidad de Brown. 


Distintos proyectos de escritura creativa han sido desarrollados en esta plataforma y presentados de manera persistente a lo largo de los últimos años. Un intento así, aunque a primera vista no lo parezca, funda un espacio que, frente a la persistencia de la imagen cada vez más descontextualizada de su entorno, salvaguarda el texto de su deterioro, pues lo reincorpora frente a una tendencia que poco a poco adapta nuevos elementos híbridos que ven por el flujo unilateral de mercado. Experimentos como los llevados a cabo bajo la tutela de Cooper, hacen énfasis en la multidimensionalidad que, con base en un texto, permite la intromisión de los lectores como co-creadores del contenido y, eventualmente, usuarios capaces de desarrollar una imaginación crítica.

Proyectos como éste apuntan al desarrollo de comprensiones colectivas capaces de potenciar la relación de significados, la práctica de una conciencia común fomentada por medio de mecanismos abiertos y objetos ubicados en un tiempo y espacio difusos. Más allá de la modernidad o la estetización de la tecnología, el sentido que Cavewriting devela está muy a tono con algunas ideas del filósofo Edgar Morin, que indica que el mundo es la construcción simultánea desde todas las perspectivas posibles. Esta red compleja de significados parte de una idea que es fácil imaginar, pero cuya aplicación se nos suele complicar a los humanos. La multipolaridad está ahí cuando abrimos los ojos y observamos al mundo moverse, mutar a cada instante, presentarnos facetas distintas que nuestra cultura ha dado en llamar todo, sin embargo, nosotros debemos elegir, pues nuestros sentidos se posan sobre algo determinado que se superpone a todo lo demás y esa elección coloca los primeros cimientos para una moralidad que crece como una columna sobre el territorio de nuestra incertidumbre. Miedo, se llama.


Con todo, si los objetos vagan en un vacío que nuestro lenguaje determina y cuadra, el esfuerzo que implica pasar de esta representación que le teme a un caos de apariencia amenazante, puede ser más deseable con un modelo como Cavewriting. Desde él podemos suponer el exterior de la cueva platónica como un corpus re-armable y múltiple, infinitamente más complejo que cualquier sentido lineal (texto) que moralice el mundo, pero a la vez mucho más apetecible en su despliegue de posibilidades y en su complejidad llena de descubrimientos potenciales. 



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