lunes, 1 de agosto de 2011

Sólo sigo caminando… a la libertad

Juan Pablo Cortés


Janusz es un soldado Polaco preso de por vida en un Gulag, durante la Segunda Guerra Mundial. Como sabe que nadie sobrevive en semejante infierno, planea su escape en complicidad con otros prisioneros, atraviesa Siberia, Mongolia, China y el Tíbet, hasta llegar a la India: alrededor de 6,437, 000 kilómetros, a pie. Un viaje imposible. ¿Cómo es que lo logra? Eso no es tan importante como saber qué es lo que lo mueve, y lo que lo mueve es aliviar una culpa… No la suya, sino la de su mujer que lo  denunció bajo tortura. Él quiere regresar a Polonia para decirle que la perdona y que la ama, y va a regresar, aunque ese viaje de vuelta le tomará más de 40 años, pues, como perseguido político, no podrá pisar Polonia hasta la caída del comunismo.

Se trata de Camino a la libertad, (The Way Back) que llega a las pantallas mexicanas con mucho retraso, y es el trigésimo largometraje de Peter Weir (Dead Poets Society, Witness, Master And Commander),  quien construye una obra épica cargada de compasión y humanidad, de esas que ya no se ven en el cine, y que recuerda a las obras maestras de David Lean y John Ford.





Estamos frente a una película de gran fuerza moral cuyo tema desafía los valores darwinistas de supervivencia. Los seres humanos somos animales y podemos arrebatarnos la comida como lobos, pero estamos hechos de otra cosa, y a veces tiene que ser la adversidad y las largas distancias las que prueben nuestra alma, como el fuego hace con el acero. Janusz, con ardiente paciencia, entenderá que la distancia moral entre dos personas es más difícil de recorrer que cualquier orografía. Sabe que cada día que pase sin llegar a su destino, aquella mujer que ama vivirá torturándose y él no puede perder un segundo. Su recorrido se vuelve también una ruta de expiación en la que ahogará cualquier sentimiento de rencor, y en la que hará ver a sus compañeros que la falta de agua no mata, pero la ausencia de esperanza sí.
Caminar es mucho más que una costumbre, es un acto manifiesto de la sagrada misión del hombre en este planeta: avanzar. Aunque hoy ha perdido su razón práctica en función de la velocidad, la eficiencia y la comodidad. El reloj se ha vuelto nuestro capataz. Antes el mundo se movía al ritmo del hombre, hoy el hombre ha vendido el control del ritmo por unas monedas, por nada. Ya sólo caminan los que peregrinan, o los que migran, y para todos ellos sólo hay persecución y desprecio.




Por eso, y por propia experiencia, yo diría que a las citas importantes se llega caminando. Camino a la libertad
, o la libertad de caminar para reencontrar lo perdido, para conocer y alimentar lo que nos es amado, para medir el tamaño del mundo y encontrar nuestro humilde lugar en él. Las distancias largas pueden destruir los pies pero, con mucho, regeneran las heridas del alma. 

Ante ello, recuerdo lo que Werner Herzog suele decir: “sólo caminando se experimenta la intensidad del mundo, y que el caminar está para las cosas importantes: si amas a una mujer y ella vive muy lejos,  lo más correcto es viajar a pie para pedir su mano…”  “O si un hermano, o un amigo, está agonizando a una gran distancia, confía en el destino y camina hacia él, porque caminarás contra la muerte misma… Tu andar será una declaración de vida.”




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