martes, 30 de agosto de 2011

La utopía destruida: el cuerpo como experimento y desecho


Plinio Villagrán


La brutalidad del ser humano supera muchas veces a la del resto de animales. La capacidad de razonar de éste ha hecho que las fisuras de su dualidad sean absurdas y complejas, y muchas veces esa parte analítica y constructora de la civilización se ha vuelto contra sí. En el caso del instinto, el resto de animales sólo se defienden y matan para sobrevivir; el ser humano, en cambio, mata y daña bajo los parámetros de ese instinto, pero sin razón alguna más que la de aplastar, desplazar y negar al otro distinto. A la larga, es allí donde se basa y justifica la civilización y muchos han sido los argumentos históricos, científicos y culturales para explicarse la “barbarie”, en términos de la ley del fuerte sobre el débil.

Este principio es muy antiguo, pero no se había discutido y analizado hasta que la teoría darwiniana y los órdenes antropológicos (e incluso religiosos) subsiguientes, formularon que las características físicas y culturales de tipo racial suponen arquetipos fijos y homogéneos; es decir, bajo la sombra de dichas teorías que se acercan nada más a lo biológico, se quiso trasladar a las de tipo social tales como la selección y clasificación de los grupos humanos en pro de la “pureza”, logrando una jerarquización intolerante y usando el exterminio para justificar la superioridad racial. El positivismo por su parte, inicia como un sistema que objetualiza y determina en la frialdad del cálculo y el método, el avance de la sociedad, contribuyendo a su estructuración a través de la tecnificación. Este fenómeno de beneficio, desclasificó la religión y el mito, y mostró una luz tan fuerte que cegó y demostró que el ser humano no puede obviar su condición instintiva y cruel, usando cualquier avance también para su propia destrucción.

Basta buscar en los anales históricos más antiguos para explicar lo anterior y es Auschwitz el ejemplo más claro, cercano y demostrable del poder de deshumanizar al otro y reducirlo a la condición de desecho. El fenómeno Auschwitz no es el campo de concentración en sí, sino un fenómeno que partió en dos la historia reciente de la humanidad, en donde la modernidad se cuestionó por su aparente beneficio, y la ciencia —además de salvar y curar— mostró su lado siniestro. Así también, los totalitarismos socialistas escribieron con sangre su dominación, amén del régimen stalinista. Todos, utilizaron la maquinaria del poder para aplastar y dominar, pero Auschwitz demostró ser el laboratorio de la infamia junto con otros campos de concentración nazis, en donde la capacidad de matar estaba construida a partir de la experimentación, y donde la ética como ente filosófico –que desde Sócrates y Platón se había mostrado como el equilibrio del pensamiento y los actos humanos– acá da un vuelco y se estremece en el cuestionamiento que repercute hasta hoy día.

 Auschwitz

Ya Kafka había anunciado de manera premonitoria en libros como El Proceso y la Metamorfosis, la monstruosidad acompañada de la ternura del ser humano: la víctima y el victimario, como paráfrasis de lo que Hegel había escrito sobre el señor y el esclavo. Todo ello sirvió como preámbulo para entender que el método científico sirve para dominar y matar, y, a su vez, para curar y salvar. Muchos de los prisioneros “indeseables” de los campos de concentración, marcados con los signos del escarnio y la humillación, fueron como ratas para experimentar remedios para heridos de guerra alemanes, contagiados e infectados a propósito de enfermedades venéreas, víctimas de la rápida eficacia de la cámara de gas para exterminar en masa.

 Auschwitz

Pero volviendo a la idea central de este texto y para referirme también a esa parte destructiva del ser humano, quiero referirme a ese cuerpo trazado en el arte posterior al fenómeno Auschwitz y la hecatombe de Hiroshima. Hay que tomar en cuenta que junto con esos cambios sociales posteriores a la segunda guerra mundial, también las ideas transgredieron sus propios principios. Theodor Adorno dice en su Dialéctica negativa que el pensamiento no termina en la síntesis de los opuestos, sino que deja al descubierto las contradicciones humanas de manera cruda como la realidad misma. Junto con estas ideas que revisan dentro del nihilismo una transformación de los esquemas y parámetros históricos y filosóficos, la literatura juega un papel importante; Genet o Camus conciben al ser humano como sujeto transgresor, víctima-victimario de una marginalidad que había creado ese positivismo, que como serpiente que se muerde su propia cola, mostró el horror resultante de la capacidad tecnológica de las sociedades dominantes.

La idea del arte es revisada a partir del fenómeno de los objetos y su materialidad. La pintura y el dibujo —que dejarían de ser después lenguajes clasificables— se muestran como residuos históricos y también como imposibilidades, en donde la mimesis es una deformación ante el espejo. Si en las primeras vanguardias se suponía a la figura y la forma como estudios en su descomposición estética e histórica (a pesar de que demostraban la transformación social de una manera cruda y también llena de pesadumbre: la nueva objetividad y el expresionismo alemán), existía a su vez una especie de fe en los adelantos tecnológicos y la transformación de los objetos en serie, en pro de la cultura y el arte: la imagen del collage, el cine, la fotografía experimental, el diseño y la arquitectura. Pero después de la Segunda Guerra Mundial, el concepto del cuerpo y su concepción antropométrica, ergonométrica y sobre todo su presencia como ente político, social y religioso, llega a una encrucijada dialéctica y ontológica en donde los signos no parecen confiables y la cultura muestra un travestismo o engaño ante una realidad llena de incertidumbre. Jean Dubuffet, por ejemplo, buscaba a través del lenguaje marginal de los enfermos mentales una respuesta a esos razonamientos del ser humano “normal” y mentalmente sano, capaz de matar como un loco y peor que una bestia. En sus pinturas, el cuerpo está en proceso de destrucción y desaparición en el espacio dominador de la violencia.

 Jean Dubuffet

Hans Bellmer, en cambio, dibuja a través de su introspección los mecanismos sexuales del deseo casi siempre dominante y destructor, pero dual y andrógino. La experimentación del cuerpo y su posterior desaparición está dada en el cambio de identidad sexual, en donde una bella mujer tiene pene o copula con la muerte. Bellmer experimenta con el cuerpo por medio de un dibujo aséptico y clínico pero de manera cínica y violenta, capaz de introducir al espectador a esas pesadillas que seducen.

Mucho del arte europeo de la posguerra estuvo influido por la necesidad de transformación respecto al trauma de la destrucción. El lenguaje pictórico y la abstracción cambiaron la figuración por el lenguaje de la materialidad, una especie de desolación y anulación, un preámbulo a los convulsos y a la vez lúcidos años sesenta. Tanto la pintura como la escultura sufren una transformación y a su vez, son desplazados del sitial de honor que gozaron hasta entonces. El cuerpo, por su parte, que otrora fue el modelo arquetípico utópico representante de los logros humanos y recientemente deformado y transgredido, se muestra como el umbral de un arquetipo negativo y abre las puertas para un cambio dramático en donde los objetos, su fabricación y consumo tienen el mismo sitial que el cuerpo mismo.

Es quizás Christian Boltanski, a través de la imagen como trauma extendido en el objeto y el fetiche, uno de los artistas que dentro de esas referencias históricas del conflicto y la memoria propone una nueva forma de ver el arte y la sociedad. Arman y Demian Hirst por su parte, a finales del siglo XX, cierran otra etapa en la que el cuerpo ya no existe como tal, sino en la presencia de los objetos que ha consumido y desechado, además de la experimentación de su propia condición y transitoriedad.

 Boltanski

Hay que ser conscientes que la tecnología tiene dos caras. En la era de los medios masivos y la especulación, el cuerpo es experimentado de otra manera a partir del dominio de las ideas y el consumo: desde los productos para bajar de peso con dietas rígidas y venta de anabólicos para aumentar masa muscular, hasta aquellos milagrosos para retrasar el envejecimiento. Esta forma de experimentar y ese poder de convencimiento son invisibles, astutos, sin rostro; ahora el ser humano experimenta consigo mismo a partir de esas ideas vendidas. Por otra parte, se puede fabricar un arma por internet, se puede matar, destruir y robar, así como descubrir los espacios del conocimiento y la luz, los libros que nunca se podrán tocar, los códices antiguos y el conocimiento general del mundo.

En ese espacio virtual y en la realidad misma, el cuerpo es entonces desecho, realidad, irrealidad, postrimería, muerte y ausencia; todo como un videojuego: experimento virtual.

 Boltanski


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